Le dedico este cuento a Dios, por la iluminación de imaginación en mi mente..
Enviado por John0099 • 11 de Abril de 2018 • 6.499 Palabras (26 Páginas) • 405 Visitas
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Capítulo 2: “El plan B”
Al llegar el adivino a su cabaña a punto de estar en ruinas, fue lo más rápido hacia un cuarto secreto aplastando un botón de color verde y saco un pequeño cofre de madera donde se observaba las olas el mar trazados por encima de la tapa, la cual no dejaban de moverse, la abrió poniendo su mano en la ola, de eso sacó un pequeño dije de color gríseo muerto y luego se dirigió a una pócima de la otra esquina del cuarto, entre estanterías polvorientas; puso la poción en un caldero a fuego caliente y la hirvió añadiéndole sangre de unicornio salvaje que encontró en una caja que decía Materiales de Conjuros. Fue cuando se matizó la pócima de un color escarlata energético. Parecía, sin lugar a dudas, a un magnífico rubí de esos que sólo una persona poderosa podía poseer.
Al siguiente día fue a ver al rey, y lo vio muy estresado; y este le dijo:
- Ahora me dirás que no tengo otro remedio que rendirme ante ese mal y olvidarme de esta misión– le dijo, mientras se frotaba la cabeza por el inmenso estrés que sentía en su cabeza.
- Claro que no –le exclamó- sólo quería darte esto –y le mostró la alhaja colgando en su mano- póntelo y con su iluminación te guiará y te ayudará a reconocer a la cría –y se lo colocó en el cuello del monarca- Esto me lo dio el mar, hace tres años, me dijo que sólo lo utilizase para encontrar algo perdido, y entonces le hice un pequeño conjuro para esta misión.
- Está bien –le dijo el rey, mientras se ponía su mano en su pecho-. Juro por mi reino que la encontraré como una aguja en un pajar –exclamó- no cesaré hasta matarla con mis propias manos.
Entonces él comenzó la búsqueda, solo y sin compañía; primero, entre los pobladores más pobres, y pudo observar que muchas madres sollozaban y le echaban toda la culpabilidad al soberano. Él se disfrazó como un pobre mendigo y por eso no lo reconocieron; no obstante, al buscar por todos los rincones, hasta el más estrecho, no la halló, ni siquiera su dije le daba indicios de donde se encontraba esa chiquilla de la perversidad.
Él la buscó por todo el reinado, sin embargo no localizó nada ni una microscópica pista.
Pero al volver al castillo, a punto de quedar rendido y olvidarse de ese acontecimiento, el dije de rubí se iluminó con una luz medio apagada, una luz muy baja, pero se iluminó. Entonces el monarca sospecho que por allí estaría la nena, a la que debía de asesinar, sin importar nada ni quien le negase nadie, sólo debía de matarla y luego olvidar la amenaza en el que estaba.
Caminaba y caminaba lentamente por los pasillos, estaba sólo y sus pasos resonaban con un eco enorme, no perdiendo de vista la luz de la alhaja, así intentando ver si su intensidad de la luz roja aumentaba con cada movimiento.
Daba vueltas por todo el castillo, yendo y viniendo de cuarto en cuarto, dando giros equivocados; hasta que en una puerta, el brillo fue más penetrante, era indudable decir que allí se hallase la pequeña.
Escondió el dije en su bolsillo izquierdo y al ver el nombre del dueño de ese cuarto (ya que en su castillo todo cuarto tenía el nombre de quién lo habitaba), se sorprendió de que esa recamara le pertenecía a su viejo amigo, el más leal y fiel guardia: Felipe Gourdes.
Abrió lentamente la puerta, intentando no hacer ruido alguno, pero era inevitable que la puerta vieja rechinase el abrirla y cerrarla. Y en seguida escuchó un muy silencioso ronquido, entonces entre la oscuridad vio que el dije se ilumino tanto, que no se lo observaba como tal, sino como una fuerte luz. Él rey la saco de su bolsillo donde su luz atravesó la tela, y esta alhaja en se escabulló de su mano y fue a chocar hacia la antigua alacena. Posteriormente su luz se apagó en un instante.
En aquel momento el soberano cogió una lámpara que apenas pudo divisar en tanta penumbra, la encendió y fue a observar con detenimiento aquel aparador y derrumbó toda cosa que impedía escuchar los ronquidos. Hasta que observó la canasta y escuchó que los ronquidos eran un poco más poderoso. Entonces saco una navaja de su bolsillo derecho, que en secreto le proporcionó el adivino antes de que se fuese a buscarla, ya que tenía la sugerencia que todo mal se borraba con esta navaja, ese objeto tenía imprenta unas letras que decía:
“Todo mal, se viste del bien”
. Lo cual el monarca no lo había notado ni restrictivamente notó el aspecto de la navaja.
Posteriormente de sacar esa navaja, intento atacarla por el cuello…
Pero vio a la nena, durmiendo como un pequeño ángel entre esponjosas nubes en la que uno quisiese soñar. Poco a poco él se interrogaba, o quizás lo hacia su conciencia que era tremendamente bondadosa, lo cual era su verdadera forma de ser:
- ¿Cómo podría dañar a una pequeña criatura? ¿Acaso soy tan vil para para hacerle una pequeña cicatriz? ¿Esta es la maldad o será la bondad? ¿Es aquella a la que debo asesinar o me estaré equivocando?
Todas estas preguntas le revoloteaban en su cabeza como mariposas en el prado, por media hora; sin conseguir ni encontrar respuesta alguna. Tan callado e inmóvil por el impacto al verla. Con el corazón revolcándose en su pecho, a punto de salir de su cuerpo gritándole que ella no es lo que buscaba. Y de nuevo otras preguntas le llegaban a la mente:
- ¿Era esto lo correcto? ¿Matar para poder salvarse y salvar a su pueblo?
Pronto, la pequeña despertó y sus ojos enormes y grises eran similarmente comparables con las nubes gríseas a punto de llorar gotas de lluvia, pequeñas gotas.
El rey al verla, soltó una lágrima y tiró la navaja hacia el suelo; y la cargó entre sus brazos a parar a su hombro, muy decidido de que debía, no sólo eso, sino que tenía que quedársela como heredera de su reino. Ya que le recordaba mucho a su amada, a su esposa difunta, de su adorada Lamie. Así él rey se propuso a llamarla: Laminee.
Capítulo 3: La profecía se cumplía
Durante esa noche, el adivino real notó que la luna daba la vuelta sigilosamente mostrando su lado oscuro y perverso.
Y él exclamó esto:
- El mal se tragará el bien que reina en este mundo, y a la vez le condenará a sufrir eternamente.
Luego observo a la luna
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