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Literatura actividad integradora etapa 3

Enviado por   •  21 de Diciembre de 2018  •  1.217 Palabras (5 Páginas)  •  483 Visitas

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...

si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia

y luego con gravedad

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo

de vuestro parecer loco

al niño que pone el coco

y luego le tiene miedo.

Queréis con presunción necia

hallar a la que buscáis,

para pretendida, Tais,

y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro

que el que, falto de consejo,

él mismo empaña el espejo

y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén

tenéis condición igual,

quejándoos, si os tratan mal,

burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,

pues la que más se recata,

si no os admite, es ingrata,

y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis

que con desigual nivel

a una culpáis por cruel

y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada

la que vuestro amor pretende,

si la que es ingrata ofende

y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y pena

que vuestro gusto refiere,

bien haya la que no os quiere

y queja enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada:

la que cae de rogada

o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga

o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar

y después con más razón

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo

que lidia vuestra arrogancia,

pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.

Oda a la pobreza.

Cuando nací,

pobreza,

me seguiste,

me mirabas

a través

de las tablas podridas

por el profundo invierno.

De pronto

eran tus ojos

los que miraban desde los agujeros.

Las goteras,

de noche, repetían

tu nombre y tu apellido

o a veces

el salto quebrado, el traje roto,

los zapatos abiertos,

me advertían.

Allí estabas

acechándome

tus dientes de carcoma,

tus ojos de pantano,

tu lengua gris

que corta

la ropa, la madera,

los huesos y la sangre,

allí estabas

buscándome,

siguiéndome,

desde mi nacimiento

por las calles.

Cuando alquilé una pieza

pequeña, en los suburbios,

sentada en una silla

me esperabas,

o al descorrer las sábanas

en un hotel oscuro,

adolescente,

no encontré la fragancia

de la rosa desnuda,

sino el silbido frío

de tu boca.

Pobreza,

...

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