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NOMBRAR LO PACÍFICO PARA CONSTRUIR LA PAZ.

Enviado por   •  28 de Marzo de 2018  •  1.837 Palabras (8 Páginas)  •  342 Visitas

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Este último asunto pone de relieve que nuestra idea de paz está concebida a partir de tres elementos: 1. Victimario. 2. Violencia/Ruptura/ Guerra. 3. Víctima. Es así como, nombramos más la violencia que lo pacífico. Investigamos más la violencia que lo no violento. Estudiamos más las situaciones que consideramos sustentan la tesis de que somos una nación violenta. Por tanto, hemos construido una nación violenta desde la palabra. Nombrar solo lo violento o la guerra, estimula sus soluciones desde la propia violencia, y como consecuencia, una relación de dependencia hacia estos.

Hemos construido una nación “violenta” desde la palabra. Aprendimos a magnificar el conflicto desde el discurso. El derecho a la vida lo analizamos estudiado desde la muerte violenta. Las libertades las dialogamos desde las restricciones. En general, los derechos los nombramos desde la vulneración. Decidimos determinar la memoria y parte de la historia a los asuntos relacionados con la guerra y el conflicto. Decidimos poner el foco de interés solo en eso que nos hace violentos, desconociendo que lo que somos como país también tiene muchos gestos, hechos y situaciones pacíficas, o al menos, diferentes a esa guerra o violencia que tanto nombramos. Dejamos de nombrar los convites, los espacios de encuentro comunitario, las fiestas de integración vecinal, los eventos deportivos que unían las comunidades y muchas otros actos de integración ciudadana y, terminamos olvidando que también suceden y que también han aportado a lo que somos como país.

La estética de lo pacífico. La paz como acontecimiento cotidiano

Los procesos históricos de construcción de la paz en Colombia se han realizado desde la perspectiva de ausencia de guerra que se refleja en ese anhelo de alcanzar ese estado en el que no está el conflicto. Pero esta mirada de la paz, no solo es inconveniente, sino inviable porque se sigue asumiendo la paz como un estado que debemos buscar y no como un camino que podemos vivir, tal como lo propone Wolfgang Sützl[3] cuando dice que ya no podemos pensar la paz como algo que es, sino que tenemos que pensar la paz como algo que acontece o como lo plantea Francisco Muñoz[4] quien reconoce la paz como el reconocimiento a las relaciones y regulaciones pacíficas entre grupos e individuos. Y esta paz se construye en la experiencia pacífica que se da en todos los espacios de socialización cotidiana, desde el diálogo, la concertación, la negociación, el afecto, la inteligencia emocional, el buen trato, etc.

En ese sentido, lo pacífico acontece permanentemente; el problema es que no lo vemos o no lo hacemos consciente. Muchas de las experiencias de paz pasan inadvertidas porque siempre estamos buscando los signos de la violencia en los periódicos amarillistas, en las noticias sensacionalistas, en las conversaciones cotidianas, en las imágenes perfectamente representadas en nuestra mente. Y olvidamos que esa bella invitación de Thomas Concha[5] cuando nos describe que la paz se vive, se respira, se construye día a día y para ello…se necesita voluntad y creación de condiciones para gestarla, ponerla en circulación y permitir que fluya en un movimiento permanente que potencie la vida y la esperanza.

Evoquemos, por ejemplo, el momento en el que Celeste Martins Caseiro, en 1974, ofrece un clavel por el tabaco que le había solicitado un soldado. Era lo único que tenía para compartir. Los había comprado para la celebración del café donde trabajaba, pero que por causas de la revolución no fue abierto. Al entregarlo, el hombre lo puso en la copa del fusil y luego lo compartió con sus compañeros. Más tarde se contempla el desfile de sus claveles en las armas de los soldados portugueses, dado nombre a la Revolución de los Claveles, la flor que puso fin a más de 40 años de dictadura. Y no es un asunto de héroes pacifistas. Son hechos simples que tejen el verdadero sentido de solidaridad, fraternidad y respeto por el otro.

Un acto pacífico evita una tragedia. Una experiencia pacífica transforma un territorio. Un acontecimiento pacífico cambia en un instante la vida de una persona, de una comunidad, de un país entero. Por eso, la paz de Colombia se debe dar en el ser y en la piel de las y los ciudadanos. No se puede comprender la cultura de la paz si no se construye como un ejercicio colectivo, reflexivo, expansivo, humano y principalmente, si no reconocemos esos hechos que logran cambian vidas en los micro espacios de socialización; gestos que aunque parezcan insignificantes, logran dar el giro en un sujeto con otro, a través una palabra, una actitud que han de convertirse en hechos significativos que transforman sociedades.

Y para ellos debemos signar lo que es pacífico, dándole nombre e importancia a esas experiencias que se dan en la vida cotidiana que Agnes Heller[6] nos recrea como ese lugar en el que la práctica vital se realiza, en el que sucede el encuentro entre las diferentes dimensiones del mundo de la vida: simbólica, social y material, y fundamentalmente el escenario en el que se produce el sujeto cultural e histórico. Allí se recrean las representaciones estéticas de la paz que también ocurren. Lo estético, entonces, refleja esos sentidos conscientes, legitimados en la práctica por unos y otros, pero principalmente, vivenciado en los escenarios de encuentro, de diálogo, de negociación cultural, de coexistencia, de convivencia, para lograr esa paz como un acontecimiento vital.

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