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NOSOTROS CONFIAMOS EN EL SEÑOR.

Enviado por   •  27 de Diciembre de 2017  •  3.111 Palabras (13 Páginas)  •  236 Visitas

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2 Nunca se ha visto que los malvados mueran antes de tiempo. Nunca se ha visto que sobre ellos haya venido algún desastre. Nunca Dios se ha enojado tanto, como para hacerlos sufrir.

Nunca se ha visto que el viento se los lleve como a la paja ¡No me vengan con que el castigo va a ser sólo para sus hijos! Mejor que Dios los castigue a ellos, para que aprendan una lección ¡Que sufran los malvados su propia destrucción! ¡Que sufran en carne propia el enojo del Todopoderoso! Les queda ya poco tiempo de vida; ¿qué les pueden importar las viudas y huérfanos que dejan?...

30 Los malvados siempre se libran del castigo de Dios.

Nunca nadie los reprende, nunca nadie les da su merecido;

y cuando se mueren, mucha gente va al entierro. Luego hacen guardia en su tumba, ¡y la tierra los recibe con cariño! ¿Y todavía esperan consolarme con sus palabras sin sentido? ¡Es falso todo lo que han dicho!

En nuestra impotencia, elevamos conjeturas, dudas, resentimientos y dejamos que nuestro infortunio nos haga ver como las grandes víctimas, como los dueños de todas las desgracias, como condenados a sufrir eternamente sin merecerlo. Entonces, queremos hacerle cargo a otros de nuestra situación, comenzamos a clamar: ¡Ayúdenme!, que no puedo salir de donde estoy… ¡Ayúdenme!, que no sé qué hacer… Nuestro dolor unido con nuestro resentimiento, no hacen auto conmiserarnos de nuestra situación. Y si nadie viene a ayudarnos, si nadie viene a darnos la mano, sentimos que hemos sido tratados de la peor manera. Como si otros tuviesen el deber de ayudarnos, como si otros tuviesen la responsabilidad de hacerse cargo de la vida que Dios nos dio a nosotros.

¡Eliseo!, ¡mi marido ha muerto y él sí que ha sido un hombre de Dios, temeroso y justo! ¡Y me ha dejado dos hijos! ¡Y muchas deudas! ¡Ayúdame profeta, que ya ha venido el acreedor, y no sé qué hacer, porque le debo mucho dinero y ha venido a llevarse a mis hijos como sus sirvientes, como sus esclavos!

UNA RESPUESTA INESPERADA, PERO JUSTA:

Yo como pastor, a veces me declaro incapacitado de responder a esas demandas de la gente justa y buena, que me dice: No entiendo pastor, no entiendo, he hecho de todo, pero Dios se ha olvidado de mí. A veces, me siento tentado a comenzar a teologizar con ellos sobre la soberanía de Dios que desde lo trascendente llega a lo inmanente, pero creo que eso no ayudaría mucho.

Mi madre, una mujer piadosa, muy noble, cristiana de tercera generación, tuvo que cuidar a sus padres, en los últimos 10 años de la vida de ellos. Mi abuelo murió a los 94 años de edad. Ella asumió con mucha paciencia y responsabilidad la tarea que le había tocado, sabiendo que a los ochentaitantos años la vida no es la misma. Así, mis abuelos, cada día se iban deteriorando. Una noche, en una vigilia organizado por la iglesia a la que asistía mi abuela, la alabanza fue fervorosa, y la anciana sin medir sus capacidades, se puso a danzar por un buen rato, hasta que perdió la estabilidad y cayó al suelo. La tuvieron que intervenir de urgencia en un hospital porque tuvo una fractura de cadera. Esto añadió preocupación y ocupación a mi madre. Recuerdo que alguna vez se preguntó: Ay, yo no entiendo al Señor, ¿por qué tuvo que pasar esto, y todavía en un culto? Cuando esas preguntas alteraban su tranquilidad, algo peor pasó. Una mañana de verano en enero, mientras yo estaba de visita en casa de mis padres en Lima, llegó una noticia, el hermano menor de mi madre había salido hace una semana de su casa, en una provincia lejana, dirigiéndose a Lima, pero, aún no había llegado. La policía buscó el vehículo en el que viajaba solo, hizo algunas investigaciones, pero al cabo de varios días lo reportaron como desaparecido, probablemente asesinado por una banda de ladrones. El dolor de mi madre fue grande, pero el desafío de decirle a mi abuela que su hijo no aparecía, en el estado en el que se encontraba fue el más grande reto que mamá tuvo que pasar. Levantó su voz y me dijo: ¿Por qué, dime por qué, si le hemos servido siempre al Señor? Yo no tuve respuesta, porque quizás en ese momento, me hacía la misma pregunta: ¿Por qué?

La viuda llegó donde Eliseo y le dijo: Tú sabes que mi marido era siervo de Dios ¿Ahora qué voy a hacer?, ¡se van a llevar a mis hijos, me quedaré sola, y quién sabe lo que les pase a ellos! ¿Quién sabe si morirán o no? ¡Dime algo!

Y al fin el profeta respondió, y el hombre de Dios, el pastor Eliseo con una frialdad increíble, le respondió con una pregunta si puede decirse casi insensible: ¿QUÉ TE HARÉ YO?

¡Qué! Cómo puedes responderme de esa manera ¿Cómo puedes decir eso, Eliseo? Es como que vayas donde tu pastor y le cuentes todo tu problema y el pastor te diga: ¿Y a mí qué? ¿Qué cosa puedo hacer yo?

La mujer seguro se retorció del enojo y de la decepción, lo más probable es que quería que por lo menos ore por ella, o que le dijera: Ánimo, todo va a estar bien. Pero, qué le habría pasado al profeta que sólo dijo un inoportuno: ¿Y yo qué puedo hacer?...

Cuando la angustiada mujer estuvo recuperándose de esta respuesta, viene una segunda parte de parte del hombre de Dios. Seguro que ella pensaba dentro de sí: No abras más la boca si vas a decir otra tontería como la primera…

Y el profeta soltó su segunda lanza: A ver, dime qué cosas hay en tu casa (Declárame qué tienes en tu casa)…

¡Cómo! ¡Acaso no me ha escuchado este viejo sordo! ¡Le he dicho que he perdido a mi marido, que tengo muchas deudas, que van a venir a llevarse a mis hijos como esclavos, que no tengo nada! ¡Que no tengo nada! Si tuviese algo de dinero, algo en mi casa, no estaría acá, perdiendo el tiempo hablando con un viejo que no me entiende ¿Cómo me va a preguntar si tengo algo en casa?

Si tuviese dinero, no estaría aquí pidiendo oración. Seguro se nos ha cruzado por la cabeza algún reproche como éste. Si tuviese dinero no estaría acá, llorando mi desgracia. A veces, ponemos nuestra confianza en aquello que el mundo dice que debe solucionar los problemas. En la actualidad, el dinero. Si no hay dinero, si no hay tarjetas de crédito, no hay solución a los problemas. O sea que si no hay dinero en la cuenta, ¿no hay posibilidad de seguir viviendo? Así es, vivimos en una sociedad donde las deudas son el pan de cada día. Porque no podemos vivir sin dinero.

La sociedad actual ha enceguecido nuestra forma de ver la vida y nos ha privado de distintas formas de luchar. Luchamos sólo si hay alguien que nos dé algún

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