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Proceso de percepcion.

Enviado por   •  10 de Febrero de 2018  •  5.669 Palabras (23 Páginas)  •  239 Visitas

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No sólo desde el punto de vista de cada uno, sino desde la perspectiva de todos, de la humanidad como tal, la necesidad de conocer recorre muchos de los mensajes que se emiten en los medios, en prensa, radio y televisión, e incluso los que se intercambian en nuestras pláticas cotidianas. Con frecuencia se recalca el imperativo, urgentísimo, de incrementar el conocimiento de la humanidad para hacer frente a los graves (gravísimos) problemas ambientales que asolan la gran mayoría de los rincones del planeta y de los que seguramente has oído hablar: el calentamiento global, el agujero en la capa de ozono, el agotamiento del agua, la desertización, la desaparición de especies animales, etcétera.

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También se invoca la necesidad de conocer para atacar y resolver muchos de los problemas que afectan hoy a las distintas sociedades y a las relaciones que mantienen entre ellas. A través de las manipulaciones que hace posible el conocimiento del código genético, ¿será posible producir nuevos alimentos que ayuden a acabar con las hambrunas? ¿Se descubrirá alguna vacuna contra el SIDA? ¿Podrá diseñarse alguna forma de organización social que permita a los ciudadanos controlar a sus gobiernos sin que las burocracias vigilen cada uno de los aspectos de la vida de las personas? Si supiéramos más acerca de las culturas islámicas, se podrían superar las dificultades y desencuentros entre las partes oriental y occidental del mundo. ¿Qué tipo de conocimientos tenemos que desarrollar para llegar a ser tolerantes con quienes son diferentes a nosotros?

En fin, este asunto del "conocer" está tan presente por todos lados, tan abrumadoramente, que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), una agrupación de los países más desarrollados del mundo —de la que México forma parte—, así como el Banco Mundial, la UNESCO y muchas otras instituciones, han comenzado a caracterizar la era que vivimos como la época de la sociedad del conocimiento: en ella, se nos dice, la principal fuerza productiva, el motor central del desarrollo, serán los conocimientos que los individuos y sus agrupaciones puedan producir y manejar. Hay aquí muchos temas interesantes y difíciles, que vale la pena pensar. Entre ellos destaca el carácter público o privado del conocimiento; o bien, los criterios para determinar en qué casos está justificado que paguemos para acceder a algún conocimiento, y si deben existir áreas en las que éste sea siempre público, gratuito y al alcance de todos. Ya te imaginarás que las universidades, su forma de organización, su futuro, sus responsabilidades sociales en tanto espacios dedicados, por definición, al cultivo del saber, se encuentran en el centro de las reflexiones acerca de la sociedad del conocimiento.

Por ahora, resumamos la cuestión señalando que vivir en la sociedad del conocimiento quiere decir que, en adelante, las posiciones de cada uno en relación con los demás, los nexos entre los países, y el futuro de la humanidad en su conjunto, dependerán de la cantidad y calidad de los conocimientos a los que el ser humano pueda acceder.

1.1.- Pero, ¿es posible conocer?

Los discursos que cotidianamente reiteran la importancia y urgencia de conocer, dan por sentado que sabemos qué es el conocimiento y asumen también que su adquisición o producción no son problemáticas, por lo menos en lo que respecta a su idea o concepto. Se podría hablar quizá de dificultades prácticas para el incremento del saber individual o social (la desigualdad, la falta de instituciones escolares adecuadas, por ejemplo), pero la noción de lo que se quiere alcanzar, aquello de lo que se está hablando, suele tenerse por una obviedad.

Y sin embargo no es así. Si nos fijamos en lo que hemos dicho hasta ahora acerca de la importancia del conocimiento para las personas y las sociedades, veremos que hemos estado utilizando la palabra en muchos sentidos distintos: a veces como algo que es de los individuos, que habita en su cabeza; a veces como objetos o informaciones reales que están ahí afuera, existiendo y esperando que alguien venga y los aprehenda; y, en fin, en todo lo escrito hasta aquí hemos dado por supuesto que tenemos claro no sólo qué es el conocimiento sino también aquello que no lo es.

Pero eso es muy raro. Hay muchas cosas que, hoy por hoy, ahora mismo, sabemos, como personas y como países. Cuando se nos invita con tanta urgencia a entrar en la sociedad del conocimiento, ¿se quiere decir acaso que lo que hemos tenido hasta ahora no es conocimiento? ¿Los saberes de los que partimos forman parte o no, o se contradicen, o alimentan o niegan lo que vamos a aprender en adelante? ¿Unos conocimientos son mejores que otros? ¿Es que acaso —y esta es una de las preguntas más importantes que se han planteado los seres humanos a través de la disciplina que se llama Filosofía— algunos conocimientos son verdaderos y otros falsos? ¿Cómo distinguirlos?

Si llegáramos a establecer algún criterio, algún procedimiento o prueba que nos permitiera determinar cuándo un conocimiento es verdadero, todavía tendríamos que preguntarnos si ese criterio que encontramos podría valer para todas las épocas, para los seres humanos de todos los tiempos, o si vamos a tener que cambiarlo dentro de poco. Hace un momento observábamos cómo solemos usar la palabra conocimiento de muchas maneras distintas —a veces como lo que está en la mente, a veces como algo que está en las cosas, por ejemplo en los libros—. Pues bien, habría que pensar si con un sólo criterio o prueba distinguiríamos con claridad lo verdadero de lo falso en todas las formas distintas en que hablamos del saber: ¿hay una sola forma de la verdad?, ¿queremos decir lo mismo cuando afirmamos que la teoría de la relatividad de Einstein es verdadera, que cuando aseveramos que Kikín Fonseca es verdaderamente un gran jugador?

Eso de conocer parecería muy claro y urgente, pero como vamos viendo, cuando se lo piensa despacio resulta lleno de dificultades. Imagínate esta última para acabar de dar una idea de la gran cantidad de enigmas que rodean a nuestro tema. Suponte que llegáramos a determinar el criterio que decíamos arriba, el que nos permitiera establecer cuándo un conocimiento es verdadero y cuándo falso. Bien. ¿Pero si resultara que, una vez establecida la prueba (el examen que tendrían que pasar los conocimientos verdaderos), ocurriera que ninguna de nuestras mentes, o de los objetos exteriores, o de las informaciones y disposiciones que hasta ahora habíamos llamado conocimientos, pudieran pasar la evaluación? Ello querría decir, sorprendentemente, que a pesar de estar rodeados

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