Punto Ciego.
Enviado por Eric • 12 de Febrero de 2018 • 1.534 Palabras (7 Páginas) • 396 Visitas
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- ¿Soñadora eh? –Preguntó él con cierto interés.
-Sí, demasiado, diría yo.
-Hagamos un trato.
-¿Cuál?
-Te cambio una de mis sonrisas, por uno de tus sueños.
-Con una condición.
-Está bien. ¿Cuál?
-Qué en uno de tus viajes cómo astronauta, me trigas un anillo de Saturno.
Y así quedó plasmado el contrato firmado con una mirada amable y un tímido, cálido y húmedo beso bajo los únicos testigos, el árbol y Sandro Boticcelli que los miraba desde arriba.
Parada frente al espejo. Miraba aquel punto ciego enfrente con la desafortunada sospecha de que su rostro no se reflejaba en él. “¿Qué demonios está pasando?” Aquel recinto de paredes frías en el que se encontraba, le hacía mofas con su lucecita pálida y su estúpido espejo que no refleja a la gente... Esperen, ¿y si no existía? ¿Y si no era una persona? De ser así, ¿Qué era entonces? ¿Quién era? ... Una puerta al otro lado del recinto le hacía una venia y la invitaba cordialmente a abandonar aquel sucio cuarto, sin siquiera saber que le esperaba allá afuera. Salió. Un gran salón, forma ovoide, con alfombra de cuadros rojos y negros, como un ajedrez. Una imponente lámpara se alzaba en el techo como única guardiana del salón. Justo al frente de ella una gran escalera, una de esas escaleras de los castillos por donde bajan las princesas cogiendo el largo vestido para no caerse, rodar por las escaleras y romperse la cabeza. En la cúspide de las escaleras se veía una gran puerta de madera roja, así que ella decidió ir hasta allá al no ver otra posible salida. Mientras caminaba hasta allá, un sinfín de preguntas quería salir de sus fauces. ¿Pero para qué hacerlas si nadie habría de escucharlas? De pronto se vio parada al frente de la puerta de madera roja con una placa en bronce con el número “732”. Parada ahí sintió que esas preguntas serían el peso del remordimiento cayendo sobre sus hombros; el remordimiento de un pasado que jamás regresará. “¿Quién soy?” Preguntaba con frecuencia. “¿Acaso soy aquella soñadora de costumbre; o tal vez una miserable aficionada a Bennedetti que cree en el amor; o peor aún, una patética actriz de reparto en la mayoría de los actos de mi vida? No recuerdo, tengo mala memoria” Soñadora de costumbre, actriz de reparto… No hay nada más estúpido que un sueño de niñez. Cómo es que de un momento a otro, cambiamos el juego de tacitas de té en una pequeña mesa a las cinco de la tarde, con una mesa llena de peluches tuertos e imaginando que era una importante reunión de socios de un aclamado club, por un armario lleno de ropa, zapatos, maquillaje que muchas veces nos ponemos una sola vez, por que pasó de moda. Decidimos crecer muy rápido. Ahora en vez de preocuparnos si nuestro bebé de plástico tiene hambre, nos preocupamos por ver qué bolso combina con qué zapatos, nos preocupan las deudas, la soledad, las despedidas amorosas.
La puerta “237” se abrió. La puerta “732” también. Al cruzar los dos se encontraron, frente a frente. Se vieron como en un espejo. Él no la recordaba tan bella. Ella no lo recordaba tan guapo. Había pasado demasiado tiempo, veinticuatro años exactamente. Los dos formularon la misma pregunta al unísono, “¿Quién eres tú?”. Quedaron estupefactos. Cómo en tiempos anteriores ella tomó la iniciativa y empezó a indagar sobre su compañero.
-Yo te he visto antes. ¿Eres, tal vez, aquel que cambia sonrisas por sueños; o tal vez un miserable aficionado a Bennedetti que cree en el amor; o peor aún, un patético escritor disfrazado de astronauta?
-No sé, tal vez, es que tengo muy mala memoria. Pero yo también te he visto antes. ¿Eres, tal vez, aquella soñadora de costumbre; o tal vez una miserable aficionada a Bennedetti que cree en el amor; o peor aún, una patética actriz de reparto en la mayoría de los actos de tú vida?
-No sé, da la casualidad, de que yo también tengo mala memoria.
-Creo que es mejor así, comenzar de ceros. ¿Qué te parece si empezamos de nuevo? Mucho gusto, Diego.
-Sophie, mucho gusto.
Y así tuvieron el valor de comenzar como unos completos desconocidos, sabiendo que se conocían de toda la vida.
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