RITUAL CON SABOR A CAFÉ

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Ante la inopia decidí abstenerme de la tecnología cafetera, dado que no dispongo del correspondiente manual.

Pienso, o me justifico, que tal vez el café que obtenga de una de esas enormes máquinas expendedoras, ya no me traiga al paladar ese sabor a ritual casero, o, esa delicia de sentarse en una mesa y que se te acerque una cara sonriente a tomar nota en comanda, y que te traigan lo que has pedido, acompañado de un pequeño bombón o detalle adicional. En nombre de la abuela en alemán, “OMA”, ofrece aun esos detalles con la sonrisa acompañada, y lo pagas a gusto, porque es ese valor del calor humano y de hogar llevado a la mesa. Calor que se traslada abrazando la taza caliente entre las manos y con el tintineo de la cucharilla.

“Juan Valdez”, a cuyos representantes animé en los años 90, a que la imagen del burro cargando sacos, y el hombre de ruana, bigotes y sombrero formara parte de la marca Colombia para incrementar las exportaciones.

Ahora me pregunto: ¿Será que en el futuro dejará de existir el servicio de café, y/o alimentación y todo se obtenga en las maquinas? ¿Cobrarán las cafeterías y restaurantes un “plus” por el servicio de traerlo, servirlo y la sonrisa?

Sigo prefiriendo el café medio cargado, con sabor suave, un pequeño toque amargo, que no permanezca mucho tiempo en el paladar. Esa taza de desayuno que me acompaña en las mañanas durante los primeros minutos. Prefiero, la sonrisa, el café traído por manos humanas en tacita de porcelana o cerámica. Quiero el mantel, la servilleta, la cucharita de metal, el azucarero y la leche caliente aparte. Prefiero el café con su ritual.