Selección de Lecturas. Botella al mar para el dios de las palabras
Enviado por Sandra75 • 20 de Mayo de 2018 • 20.152 Palabras (81 Páginas) • 455 Visitas
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La obsesión de evaluar imparcialmente, de medir el grado de aprendizaje ha conducido al descuido del desarrollo de las capacidades de lecto-escritura del alumno que, al llegar a la universidad, fracasa en muchos casos estrepitosamente debido a la incapacidad de articular su pensamiento. Por su parte, las universidades aceptan a sus estudiantes mediante unos exámenes de admisión que siguen exactamente los mismos patrones objetivos. El resultado es que el índice de alumnos que logran aprobar el primer semestre o año de su respectiva carrera es muy bajo.
Frente a tal situación, algunos profesores universitarios de los primeros años tienden ya a “leer” las pruebas de sus alumnos tratando de descifrar lo que ellos quisieron decir y no lo que efectivamente han escrito. Se trata de un auténtico “arte de la adivinación” basado en la intuición de algún que otro concepto, esparcido en el caos gramatical y lógico presente en la prueba. Otros docentes que no se resignan a efectuar tal operación, se ven obligados a reprobar un número muy elevado de estudiantes, suscitando y atrayendo sobre sí la ira de un alumno que no comprende cómo, habiendo pasado el examen de admisión, se encuentra ahora literalmente incapacitado para enfrentar la prueba escrita. Este estado de cosas se acentúa, como es obvio, en las asignaturas de corte humanístico o en todas aquellas que suponen la capacidad de ordenar coherentemente, tanto gramatical como lógicamente, los conceptos.
Creo que ha llegado el momento de sincerarnos. O el bachillerato desarrolla la capacidad de escritura o las universidades deben suspender el tipo de prueba que más las caracteriza como tales. En este caso, el docente universitario bien podría ser reemplazado, a la hora de la evaluación, por las computadoras, más rápidas y eficaces en leer los óvalos rellenados. No nos engañemos: nunca egresaremos hombres críticos, reflexivos, portadores de un pensamiento propio mientras persista el afán de medir. El óvalo rellenado, o la “x” que se raya en la casilla correspondiente se parecen demasiado a la marca del analfabeta.
Pero, ¿quién asumirá la responsabilidad de cambiar la situación actual? La mayoría de nuestros maestros han sido educados dentro de este mismo sistema y, por tanto, no poseen las capacidades requeridas para enseñar a escribir. Todo, entonces, parece indicar que es de las universidades mismas de donde debe partir la reforma. Y aquí cabe preguntarse con toda sinceridad si realmente los universitarios hacemos algo al respecto, más allá de quejarnos constantemente por las fallas del bachillerato. Si, sobre todo, las autoridades universitarias, aceptan responsabilizarse del problema. De no hacerlo, nuestra universidad no pasará se ser un “filtro” para identificar las afortunadas élites que han logrado aprender a escribir. De nada valdrá, entonces, afirmar que las universidad se encuentra al servicio de la sociedad.
3. El tamaño del mundo
Arturo Uslar Pietri
¿De qué tamaño era el mundo para un hombre del Neolítico? ¿O para un habitante de Sumer, o de la Atenas de Pericles; del París de Abelardo o de Rousseau? Sin ningún riesgo podríamos decir que era mucho más pequeño que el que se ofrece a la curiosidad del hombre de hoy. El hombre del Neolítico vivía en un espacio estrecho, en un medio natural limitado, con relaciones fijas y casi inmutables con lo que lo rodeaba. No solamente podía conocer todo lo que le importaba sino que, de hecho, por la sola necesidad de vivir, tenía que conocerlo. Ese mundo reducido e inmutable podía designarse en toda su amplitud con un puñado de voces. El vocabulario era tan pequeño como el mundo y suficiente para expresar todos los aspectos y relaciones que lo caracterizaban.
El del hombre de Sumer era más grande tanto geográfica como intelectualmente. Conocían la Mesopotamia y el espacio del Oriente Medio y hasta una historia completa de su mundo. El tamaño del mundo ha ido creciendo continuamente, hemos pasado de ser el centro del universo a convertirnos en los marginales habitantes de un pequeño planeta de un pequeño sol, de una pequeña galaxia entre los millones de soles y de galaxias que forman el universo. El más lejano objeto que han detectado nuestros telescopios está a 20 mil millones de años luz de la Tierra, lo que es infinitamente más que aquel universo que diseñó Ptolomeo, en el que una cercana luna y unas parpadeantes estrellas giraban en esferas concéntricas en tomo al gran planeta central que era el asiento del hombre. Podríamos seguir la ampliación continua de la extensión del mundo hasta hoy para hallar que cada vez se ha hecho más vasto, más inabarcable, más difícil de comprender y explicar.
El hombre del Neolítico, seguramente, tenía por necesidad un vocabulario del tamaño de su mundo. Nosotros los contemporáneos del alba del Tercer Milenio de la Era Cristiana no lo tenemos. Eso significa básicamente, que la inmensa mayoría de los seres humanos y, en cierta forma, todos sin excepción no estamos en capacidad de conocer el mundo en el que vivimos porque tampoco estamos en capacidad de nombrarlo por entero.
Los filósofos del lenguaje nos han enseñado a distinguir entre lengua y realidad, entre lenguaje y mundo. Lo que ha crecido, en verdad, no es el mundo, sino el conocimiento del mundo por el hombre. Ese conocimiento no tiene otra manera de expresarse y comunicarse que por medio de palabras, de pobres, limitadas y aproximativas expresiones orales que corresponden imperfectamente a la cosa que pretendemos.
Frente a esa inmensidad creciente del mundo del conocimiento, que con todo ello está muy lejos de alcanzar la dimensión completa del mundo real en toda su inagotable variedad y cambio continuo, es desproporcionadamente pequeña la capacidad de comprensión y de expresión de los seres humanos. La mayor fuerza limitante con la que tropieza es la del tamaño reducido e inadecuado de su propio vocabulario.
Una gran parte de los habitantes del planeta emplea un vocabulario no mayor de 500 palabras. Todo lo que ignoran lo arropan con borrosas alusiones, comodines, o simple perplejidad. Su percepción del tamaño del mundo no puede ir más allá de su vocabulario, en verdad, su mundo no puede ir más allá de lo que logran expresar esas 500 voces. Todo lo que sobrepasa esa medida está fuera de la posibilidad de su conocimiento, casi como si no existiera. Los medios de comunicación masivos de nuestros días lanzan continuamente un torrente incontenible de información que escapa a la comprensión de la mayoría de quienes lo reciben. Están condenados a darse cuenta de que existe exteriormente un mundo en el que no pueden
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