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Sócrates - Ensayo

Enviado por   •  1 de Marzo de 2018  •  6.668 Palabras (27 Páginas)  •  336 Visitas

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El clima de terror y de sospecha que se crea en Atenas y los nuevos desastres bélicos permiten a los oligarcas volver en el año 404 a.C., con la ayuda de Esparta, a instituir la tiranía de los Treinta, dirigida por Critias.

Pero los crímenes con que se mancha esta tiranía; entre ellos el asesinato de León de Salamina, en vano resistido valientemente por Sócrates; estimulan la reacción del pueblo. Los desterrados, guiados por Trasíbulo, logran encabezar una insurrección irresistible; después de la victoria, empero, renuncian generosamente a toda venganza y decretan la amnistía de los adversarios. Sin embargo, no triunfa luego la exigencia de una renovación moral, única base posible para un verdadero renacimiento político; antes bien, se sospecha del ciudadano que proclama tal exigencia; y Ánito, compañero principal de Trasíbulo, junto con otros dos, acusa a Sócrates de corromper a la juventud y de desconocer a los dioses patrios. La parábola de ascensión y derrumbamiento de la grandeza imperial de Atenas, que habíase desarrollado durante el siglo V, desemboca así, al comienzo del siglo IV a.C. (399), en el proceso y la condena de Sócrates.

Situación Cultural

El siglo V a. C. asistió al mayor florecimiento cultural de Atenas; ésta se convirtió en el centro de la civilización helénica hasta el punto de merecer el título de “Hélade de la Hélade.” El espíritu democrático ateniense promueve la participación de todo el pueblo en el progreso cultural. Se le educa el gusto artístico al ofrecerle obras maestras en los monumentos públicos (Partenón, Propíleos, pórticos pintados, estatua de Atenea, etcétera) con que Pericles convierte a Atenas en la ciudad más hermosa de Occidente, utilizando en servicio del pueblo el arte excelso de Fidias y de Mirón, de Ictino, de Calícrates, de Polignoto, etcétera; mediante el pago de los theoriká (Teoricón), que le permite asistir a las representaciones dramáticas, se llama al pueblo para que disfrute de las grandes obras de la poesía trágica y cómica, que en este siglo alcanza su apogeo con Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, que debate a menudo grandes problemas religiosos, morales, políticos y enuncia a veces elevadas concepciones éticas, como la Antífona de Sófocles, donde se plantea el problema de las leyes no escritas y se opone al principio del odio el del amor humano.

La protección otorgada por Pericles a artistas como Fidias e Ictino, a pensadores como Anaxágoras y Protágoras, y el espíritu de libertad que promueve entre los ciudadanos hacen de Atenas la capital intelectual del mundo griego, el centro de atracción de los nobles espíritus de la época, propugnáculo del libre desarrollo de la personalidad humana. Cierto es que las luces se ven acompañadas por sombras inevitables; que instituciones y costumbres progresistas contienen aspectos inferiores y gérmenes de corrupción; que el espíritu de libertad se ve a veces abatido por olas de intolerancia de las que son víctimas los mismos pensadores protegidos por Pericles; que el iluminismo racionalista, expresado de diversas maneras en la filosofía de Anaxágoras y de algunos sofistas, en la historiografía de Heródoto y de Tucídides, en la poesía de Eurípides, etcétera, tiene a veces adeptos inmorales como Critias o como Alcibíades. Pero el florecimiento de las artes y las letras y el fermento de vida intelectual que se producen en la Atenas del siglo V con la aparición de genios como Fídias, los tres grandes trágicos, Aristófanes, Tucídides, Sócrates, acaso no tengan parangón en otra ciudad o época; y si todos estos grandes hombres hallan clima propicio para el desarrollo y la expresión de su genio, ello se debe a “la constitución y a las condiciones concretas de la vida ateniense; y la nodriza común fue aquella libertad cuyo elevado valor no todos reconocieron.”

A esa libertad, consecuencia de la evolución política ateniense después de las guerras persas, se vincula también Storia dei Greci, Florencia, 1939, t. II, pag. 346. la nueva orientación que allí cobra la investigación filosófica. No puede entenderse el tránsito del predominio de los problemas de la naturaleza, característico de la filosofía anterior, a la posición cen­tral que conquistan ahora los problemas humanos, si no se relaciona la evolución de los intereses intelectuales con la situación político-social.

Las guerras persas y las exigencias posteriores de la hegemonía imperial de Atenas habían impuesto la extensión, a todos, de los deberes militares y, por consi­guiente, de los derechos políticos, cuyo ejercicio se hacía efectivo concediendo una indemnización a los magistrados populares. La economía agrícola feudal ya se había transformado en economía in­dustrial y comercial; nuevas clases, de mercaderes, artesanos, marineros, participan en el gobierno del estado; la reduc­ción de los poderes del Areópago aumenta los de la asamblea popular; se siente la necesidad de preparar nuevas élites dándoles una cultura político-jurídica basada en el conocimiento de los problemas intelectuales y morales y asistida por una dialéctica capaz de imponerse y triunfar en las asambleas y en los tribunales. La adquisición de semejante cultura exige maestros que no se encierren, como antes lo habían hecho los naturalistas, en la esfera de sus problemas y de sus escuelas, sino que ofrezcan la enseñanza que el público reclama y está dispuesto a pagarles. Y es así como aparecen los sofistas, Protágoras de Abdera, en Tracia; Gorgias deLeontium, en Sicilia; Pródico de Ceos, en las Cicladas; Hipias de Elis, en el Peloponeso, etc, procedentes de todo el mundo griego, y uno que otro, como Antifónte, de la misma Atenas; y todos procuran hacer de Atenas el centro principal de su actividad. Ecos de sus enseñanzas repercuten en la poesía de Eurípides y pueden así comunicarse ampliamente al pueblo; pero los sofistas, que viven de su magisterio y exigen remuneración a los discípulos, enderezan su actividad a la esfera más restringida de los ricos. En esto estriba una de las diferencias fundamentales entre ellos y Sócrates que Jenofonte nos presenta vivamente en el relato de un diálogo de su maestro con el sofista Antifonte.

“¡Oh, Sócrates! —dice el sofista—, yo creo que eres justo pero en modo alguno sabio; y me parece que tú mismo lo reconoces al no cobrar retribución alguna por tu conversación. Sin embargo, a nadie entregarías gratuitamente, o por menos de su valor, tu abrigo, tu casa u otra cosa que te pertenezca. Es claro, pues, que si atribuyeras algún valor a tu conversación también por ésta cobrarías una retribución que no fuese inferior a su justo precio. Se te podrá, entonces, llamar justo, ya que no

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