Un destino huracanado
Enviado por tomas • 29 de Junio de 2018 • 6.772 Palabras (28 Páginas) • 258 Visitas
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— ¿En qué puedo servirlo?
Con un tono amable le mostró la empatía que pronto se estableció con su probable trabajador.
—Señor, vine aquí orientado por su hija, la joven que me dio una de las tarjetas de presentación de usted.
—¡Ah! ¡Bueno! ¡Ya veo! Cleotilde tiene buen ojo para buscar trabajadores.
La plática fue precisa acerca de las condiciones de trabajo, de los requisitos a cumplir, de los derechos y obligaciones, de forma elemental. Don Jesús Toledo citó a Nicanor para iniciar en el trabajo, el día siguiente, un jueves 14 de junio de 2013.
Las horas de la jornada laboral en el taller de ensamblado y terminado de muebles pasaron con bastante agilidad, pues el ir y venir acercando partes de mueble, retirando al área de pintura a los que ya se encontraban armados, y, de vez en cuando usando la pistola de pintura, realmente fue todo motivo de satisfacción, además del buen trato del patrón y de sus compañeros del taller.
Cuando ya Nicanor estaba por retirarse, se presentó Cleotilde para entregar a su papá unos papeles sobre los pagos efectuados al fisco.
— ¡Hola! ¡Bienvenido a la chamba! ¿Señor…?
—Me llamo Nicanor, Nicanor Tostado Delgadillo.
—Yo soy Cleotilde Toledo del Valle.
Estiró la mano para darla en saludo a Nicanor. Pudo haber sido un gesto social común para otra persona, pero no para él, pues en el saludo le sobrevino un ligero estremecimiento que fue percibido por Cleotilde, que, aunque ella se lo hubiera propuesto, no esperaba que aquel joven recién contratado en el taller pudiera verse tan sensible a su saludo y su presencia.
Tan pronto como se le pasó la extraña reacción al tacto con la piel de Cleotilde, Nicanor dejó de presionar para que, a voluntad de la chica, retirara la mano en el momento que ella decidiera. Suave y lentamente ambas manos se alejaron del contacto.
—Hasta mañana, señorita Cleotilde. Buenas noches, don Jesús.
—Que descanse, Nicanor. Buenas noches —contestó el patrón.
La noche fue de un sueño reparador al cuerpo y a la mente del joven, pero no así para Cleotilde, quien, por más que lo intentaba no podía quedarse dormida.
—¿Qué me pasa? ¿Me estoy volviendo loca?
Se preguntaba la joven Cleotilde sin saber la respuesta. Al fin, una idea le nació con mucha claridad: Nicanor la empezaba a inquietar. Inmediatamente se ordenó a sí misma recuperar la tranquilidad, respiró varias veces profundamente, relajó todo su cuerpo, y se durmió lo que restaba de la noche, pues a la mañana siguiente tendría que ordenar en su oficina la contabilidad con los pendientes de la semana.
El otoño se manifestaba cada día más cargado de motivos para despertar añoranzas, en especial en quienes habían vivido tiernos y románticos amores: las mañanas frescas, las noches de cielo mostrando a la vista sus vibrantes luceros, la oscuridad invadiendo por más tiempo a la humanidad, como una invitación al encuentro con el ser amado y al reposo, hundidos en un abrazo en medio de la calma.
En uno de esos días de mucho trabajo, muy puntual llegó Nicanor al taller. Ya lo esperaba don Jesús para darle la lista de trabajos a terminar, pues él iría por tres días a visitar a un hermano en Guanajuato. Le hizo saber que si algún material faltaba, se lo pidiera a Cleotilde en la oficina del taller.
Una melodía de moda sonaba en un viejo radio que a diario era encendido por don Ernesto, el empleado mayor de don Jesús, un hombre, quien por su antigüedad en el taller y por su edad, se había ganado el derecho de encender y apagar el radio en el momento en que él lo dispusiera.
Al día siguiente, con el buen gusto de siempre para iniciar la jornada, se presentaron todos los trabajadores. Iba a ser un día de mucho trabajo.
No pasó mucho tiempo cuando Nicanor se dio cuenta que les faltaba pegamento blanco para maderas; así que se encaminó a la oficina de Cleotilde.
—Buenos días, señorita Cleotilde —expresó con cierta timidez y gusto a la vez.
—Buenos días, señor Nicanor. Pase, tome asiento. ¿En qué le puedo servir? —le contestó la chica con un tono que revelaba una invitación a la confianza.
—Nos hace falta Resistol blanco; con un galón de pegamento es suficiente.
—Enseguida hago el pedido. Pero antes, dígame, ¿Cómo se siente dentro del taller?
Ella buscaba abrir un diálogo más personal para encontrar qué fue lo que la había estado inquietando de aquel enigmático joven.
—Me he sentido muy bien. Estoy muy agradecido con usted y con su papá por darme la oportunidad de trabajo. Ahora que me quedé al frente de los pendientes en tanto regresa don Jesús, me veo con otra responsabilidad mayor, pero la acepté con mucho entusiasmo.
Nicanor se sorprendió de tanta palabra que le brotó espontáneamente.
— ¿Qué hacía usted antes, en otro trabajo?
Le estaban tocando uno de los recuerdos más sentidos y dolorosos de su vida. Pero decidió ser franco y contar todo lo que había sido su pasado.
—Le voy a contar, señorita Cleotilde, con mucha pena, pero con la frente en alto, porque no me avergüenza ese hecho. Fui condenado a ocho años de cárcel por una acusación de crimen que no cometí. Pagué injustamente lo que otro hizo. Me destrozaron un plan de vida que iba a afianzarse. Por eso me ve tan tranquilo. Aprendí a vivir el tiempo en otro ritmo, y a ver la vida con otro enfoque.
Hubiera querido contar más de su dolor, pero consideró que tenía que ser prudente y limitarse a responder con brevedad. Cleotilde había prestado toda su atención a las palabras de Nicanor; se dio cuenta por medio de los gestos, la mirada y el tono de voz del empleado, que en este hombre existía un corazón anhelante de cariño y de recomposición de su vida, como pudo haber sido si no lo hubieran condenado a prisión.
—Nicanor, siéntase apoyado en su trabajo por mi parte. Considero que
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