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BAUDELAIRE EN LAS AULAS: ¿POR QUÉ INCLUIR LAS FLORES DEL MAL DENTRO DE NUESTRO PLAN LECTOR?

Enviado por   •  21 de Septiembre de 2018  •  3.302 Palabras (14 Páginas)  •  592 Visitas

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II. Concepción de Las flores del mal

Baudelaire responde a las protestas de los escandalizados y a las esperanzas que depositaron en su obra las escasas almas buenas que lo rodeaban, calificando al libro, prólogo para la segunda edición, como «esencialmente inútil» y, en otro proyecto de prólogo, autocalifica su poemario como escribe: «deseo que esta dedicatoria sea ininteligible».

Para Baudelaire con sus Flores del mal busca «poner fin al reino de la anécdota, quiere desacreditar la decoración, el didactismo, el lirismo epidérmico y el moralismo». Baudelaire rechaza también la oposición romántica entre lucidez e inspiración; se aúna e Poe, de quien es su confeso admirador, al postular preceptos que salvaguarden la poesía de espíritus ajenos a esta, pues «fin divino es la inefabilidad en la producción poética».[6]

En la estructura definitiva de Las flores del mal ―que comprendía Spleen e ideal, Cuadros parisienses, El vino, Flores del mal, Rebelión, La muerte― se ha querido ver la historia de un alma a través de su experiencia interior[7]. Spleen e ideal y Cuadros parisienses, expresarían el espectáculo sórdido de la realidad, enfrentada con el mundo ideal que rige la vida del poeta. Así, en el poema El albatros dice: «¡Qué torpe y qué débil ese viajero alado! / Él antes tan hermoso, ¡qué cómico en el suelo!».

En El vino, esa visión del mundo lleva al poeta hacia el consuelo de los “paraísos artificiales” (que le inspira también una obra en prosa). El fracaso de dicho recurso lo conduce a una reflexión acerca del mal, sus atractivos y la desesperación lo engendra; por ejemplo, en el sombrío poema El vino del asesino podemos leer lo siguiente: «Esta sed tan terrible que siento / se podría aplacar solamente / con el vino que pueda caber / en su tumba... ¡por Dios, fui valiente!».

Pero es en la sección Las flores del mal donde el dualismo éxtasis-pecado, que desgarró la vida del poeta, se hace más evidente. Así, algunos aspectos de la desviación amorosa inspiran Lesbos y Mujeres condenadas. Para Carvajal (2000), el poeta mimetiza su frustración y se consuela en ellas. Las llama vírgenes, mounstros, mártires, sátiras, espíritus despreciadores de la realidad, buscadoras de infinito. Jamás las subvalora, las ama tanto como las compadece. Es un canto de amor a la mujer, un amor bodeleriano, sin tapujos ni reverencias.

En los poemas de Rebelión, Baudelaire lanza una protesta ante la fatalidad del mal y justifica el pecado por la existencia del sufrimiento. En Abel y Caín, el poeta deja entrever que la separación de buenos y malos promueve más sufrimiento, solo que cuando el hombre, por su historia, es víctima de la calificación de sus congéneres ya no debe ni puede reflejarse en su prójimo; sencillamente se convierte en inimputable; por eso la protesta, el clamor final y desesperado del poeta: «Raza de Caín, sube al cielo / ¡y arroja a Dios sobre la tierra!».

El refugio del poeta lo encuentra en La muerte. En esta parte final vuelve aquel dualismo que fue la desgracia del poeta y, al mismo tiempo, su mayor riqueza. Baudelaire sus ensayos sobre poética siempre subrayó que para conocer el alma de un poeta hay que buscar en su obra aquellas que aparecen con mayor frecuencia, pues la palabra delata cuál es su obsesión. Sobre es te punto Friedrich (1974) nos aclara el panorama:

El rigor de su mundo espiritual y la insistencia en unos pocos, pero intensos temas permiten descubrir los puntos esenciales a base de palabras repetidas con mayor frecuencia...Por un lado están: tinieblas, abismo, miedo, desolación, prisión, negro...; por otro: ímpetu, cielo azul, ideal, luz, pureza...Casi en todos los poemas encontramos esta exasperada antítesis. (p. 61)

Los estados anímicos complicados del poeta, entonces, podemos explicarlos a través de su eterna búsqueda de esa sed de infinito, que buscaba trascender el bien y el mal: «Precipitarse al fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa? / ¡Hasta el fondo de lo Desconocido para encontrar lo nuevo!» (El viaje, Baudelaire, 1986, p. 252).

III. El amor y la musa bodeleriana

Lo anterior nos da cimientos teóricos para enfocar este “inconformismo” de este revolucionario de la poesía. Ineludiblemente, Baudelaire construye su originalidad; sus palabras son de un incendiario, de un incitador a la explosión; en pocas palabras, un aniquilador de las normas artísticas y sociales.

Hay dos conceptos vitales que circulan en la historia de la poesía: el amor y la mujer; y no es causalidad que estos dos conceptos evidencien, con especial subversión, el desgarro pendular que condicionó la obra bodeleriana: las ideas morales y el hundimiento en el mal. Pero comencemos por el “amor”. ¿Cuál(es) era(n) los conceptos que se manejaban internamente para el tópico amoroso, antes de la aparición de Baudelaire y su poesía?

El amor es tema básico de la Literatura; sin embargo, definir el amor o comunicar con palabras los sentimientos y las emociones que suscita es difícil. El amor, como todo lo que trasciende los límites de lo concreto y tangible, es inefable por naturaleza. Para hablarnos de los infinitos rostros del amor, los poetas adoptan multitud de enfoques y ponen en juego innumerables recursos retóricos; pero la perspectiva que al cabo nos ofrecen depende también de su propia experiencia, del contexto de la época, de las diferentes corrientes estilísticas en que se vieron inmersos[8].

Hagamos un recorrido rápido acerca del tratamiento del amor por las distintas tendencias o épocas literarias: el amor cortés, la absoluta dependencia del enamorado respecto a la amada: pierde la libertad, la razón, hasta el control de sus sentidos; en el Renacimiento, el amor petrarquista configura el intimismo y la subjetividad del poeta, generalmente desde la perspectiva de una serena melancolía o un lamento contenido por el amor perdido; el Renacimiento también prestó su Carpe Diem para el tópico amoroso en la lírica: incita al goce y al placer en una actitud hedonista alejada de la moral cristiana; sin embargo, no tarda en aparecer el neoplatonismo y cristiana y la poesía mística en la que la entrega amorosa se convierte en símbolo para expresar la inefable experiencia de la unión del alma con Dios conservando remanentes bucólicos.

Para los poetas del Barroco el amor es motivo de exaltado gozo y de profundo pesar, el gusto renacentista por el equilibrio, el orden, la luminosidad, queda desarticulado por la pasión y desmesura barrocas: la poesía se vuelve compleja, oscura y desconfiada. En el Romanticismo el poeta vuelca

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