Capítulo III Las grandes formas y estructuras
Enviado por Rebecca • 23 de Abril de 2018 • 3.388 Palabras (14 Páginas) • 473 Visitas
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pia tierra, que parte en busca de mejor vida y cuyo aspecto es el de la verdadera realidad, como los paisajes desnudos del lugar: “un muchacho encanijado y negro, con los calzones arrollados y los pies cuajados de tierra roja” (p. 132). Iguales alcances simbólicos pueden advertirse en personajes como Don Salusiano –el tradicional dueño de tierras obligado a vender a la Compañía– y Ferino –el propietario rebelde que no se doblega ante los petroleros– en Remolino, de Ramón Carrera Obando; y como Vicente Ribera –el entreguista de alto nivel y grandes componendas políticas– en Los Riberas, de Mario Briceño-Iragorry. Pero es en Casandra, de la novela del mismo nombre, donde el símbolo se realiza plenamente, al menos en cuanto al propósito del autor de lograr una representación total, desvinculada de la circunstancia misma del personaje y referida al abstracto del petróleo y sus males. Independientemente de su muy limitada eficacia, Casandra es un símbolo: la locura del petróleo, la “lluvia negra”, la muerte repentina y horrible. Este sentido simbólico se subraya al final de la obra con el cuadro que representa a la loca con su inseparable niño desnudo de la mano, en un énfasis redundante de parte del autor.
c) El “petrolero”: Es tal vez el personaje más frecuente como creación cuidadosa e intencionada. En la mayoría de las oportunidades es de carácter incidental y sólo sirve para completar un ambiente, para rematar una galería de tipos, para servir de puente a la presentación de una idea. Pero, en numerosos casos se destaca como personaje de vida propia, que ocupa un sitio concreto y sobresaliente en la novela. La repetición del “petrolero” –sin duda como tipo es el más abundante en las novelas– podría
explicarse por su condición muy definida y asentada como muestra de una fuerza, de un grupo, de un bando. Así se ofrece al novelista como una vía directa y activa de poner a vivir el conjunto de actitudes e ideas que conforman la Compañía. Además, dado el sentido crítico general de las obras, la pintura del “petrolero” ya es de por sí un modo de viva denuncia, a pesar de las excepciones que surgen en ciertas oportunidades. A fin de cuentas, salvo casos especiales, como Charles en Guachimanes y Reynolds y Roberts en Oficina No 1, el personaje del “petrolero” puede tenerse por elemento de refuerzo ideológico, ya que poco se desarrolla como figura en sí mismo, dentro de la creación de caracteres. Los personajes “petroleros” –altos y medianos empleados extranjeros de la Compañía– se reparten en dos grandes grupos basados en el papel que ellos juegan como representantes o negadores del espíritu de la empresa: los “petroleros” perros de presa del capital que los nutre y les moldea hasta el pensamiento; y los “petroleros buenos”, sorprendentes excepciones, que si bien no son simples ratificaciones de la regla anterior, tampoco llegan a constituir un símbolo, pues carecen de proyección colectiva dadas sus características demasiado singulares y específicas. El “petrolero”, engranaje e instrumento de la Compañía es el más frecuente, y ya surge en la segunda novela de nuestro itinerario, Elvia de Daniel Rojas, con el genérico nombre de Mr. Smith y en las funciones, también genéricas, del timo y la compra fraudulenta de tierras para la explotación petrolera. Reaparece en forma innominada en La bella y la fiera, de Rufino Blanco Fombona: “tres hombres pelirrojos, con cascos de corcho, vestidos de blanco” (p. 838); y en Odisea de tierra firme, de Mariano Picón- Salas: “yanquis que se reparten por el interior de Venezuela con sus trajes kaki, sus revólveres Colt y sus encendedores automáticos” (p. 145). Se personaliza de nuevo en el absurdo Mr.Watson de El señor Rasvel, y adquiere características definidoras de toda una especie en el bestial y despótico Mr. Mc Gunn de Mancha de aceite. Afina sus sutilezas de corrompido donjuanesco en el Mr. Tom de Remolino y se convierte en el fatal yanqui de toda transacción petrolera en el Mr. Curtis de La casa de los Abila, de José Rafael Pocaterra. Finalmente adquiere categoría más definida de personaje dinámico, no sólo volcado hacia el exterior como representante despótico de la Compañía, sino también visto adentro en su drama interior, en Charles Reynolds de Oficina No 1. La visión del “petrolero bueno” ya tratada como uno de los grandes temas pertenece a un corto número de novelas y se basa en una actitud idealista, más teórica y artificial que práctica y sincera. Como se ha dicho, se trata de un propósito de dar impresión de equilibrio, de responder a una posibilidad que al menos como principio no puede negarse.
Capítulo IV
Conclusiones
El desarrollo histórico del tema del petróleo en la novela venezolana
encuentra un lejano punto de referencia en Lilia (1909), de Ramón
Ayala, aparentemente el primer reflejo novelesco del gran tema, en
ligeras menciones. Elvia (1912), de Daniel Rojas, ya representa una temprana
y viva denuncia de las depredaciones yanquis en materia petrolera,
con detalles sobre los procedimientos dolosos empleados por los invasores
económicos para hacerse de tierras ricas en yacimientos. Tierra del sol
amada (1918), de José Rafael Pocaterra, presenta por primera vez la imagen
del nuevo conquistador, estableciendo un paralelo entre el yanqui de
ahora y el español del pasado. La bella y la fiera (1931) de Rufino Blanco
Fombona, contiene el primer planteamiento político interno (gomecismo)
y externo (imperialismo) del tema petrolero; por primera vez se revela
una conciencia activa de la explotación de los trabajadores petroleros por
parte de los grandes trusts internacionales; y del mismo modo es la primera
y combativa presentación novelesca de una huelga petrolera y de la
subsecuente represión con despliegue de tropa y de bestialidad asesina.
Cubagua (1931), de Enrique Bernardo Núñez, incluye referencias a la emigración
de hombres sin trabajo
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