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ENTRE LETRAS Y PIRUETAS

Enviado por   •  15 de Septiembre de 2018  •  2.916 Palabras (12 Páginas)  •  291 Visitas

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Se supone que al igual que los otros yo debía entrar al colegio, leyendo y escribiendo, las vacaciones de jardín se volvían verdaderos campos de batalla, levantadas con el sol, gritos de destreza, órdenes de accionar y fusil cargado, en vez de balas había mucho grafito, pero siempre listo y combatiente. Entre los cinco y seis años de edad, no se espera otra cosa que jugar, correr, saltar y volver hacerlo, quizás afuera, el cuarto piso de la casa no era tan sano, el hecho de no alcanzar, no significa que no me podría acabar, y es que la caída libre de 10 metros no nos dejaría base ni para acabar el cuento. Las mañanas eran fáciles, levantarme, recoger y comer, la televisión hacia lo suyo en medio del sueño. Pero a mitad de mañana era sacrilegio, el no hacer algo, y que con la meta fija en el primer grado del colegio, no debía ser yo la excepción, la lecto-escritura de mis tías con caligrafía de grandes eruditos, eran vestigios de lo que esperaba al otro lado del silencio. Una luz directa cegadora, pero clara en la hoja de la cartilla de repaso, dejaban ver señales de letras conjugadas de dos en dos, para formar sílabas que repetir, al mismo tiempo que intentaba juntar la brecha del sonido, al ubicarla en el tablero que se encontraba a un lado, con el abecedario, sumado a las vocales. En mi cabeza lentamente me hacía la proyección consciente de cómo era la forma correcta de invocarlas, ya que después de una pausa compensatoria, la insurrección se presentaba con voz concreta, ¿qué es esto?, el silencio era evidente, el heno en forma de borrador giraba alrededor de aquel cuaderno de repaso, la mirada perdida y sonidos inaudibles respondía: “la m y la a” y es que ya previamente, había sido un voraz recitador del alfabeto completo, el cual con sus días y las noches, sumaron más de 30 en el calendario intentando memorizarlo. Pálido como las hojas decoloradas del mismo cuadernillo, intenta evidenciar lo siguiente: “mamá”, la respuesta era correcta; me vanagloriaban de éxito, y es que no es sencillo, después de casi un mes de lucha contra un tablero, donde había más tiza que orden, concretaba mi meta. Sentía que nacho era fácil al nivel que ya me encontraba, visualizado con una escena completa de Hamlet, me atreví a seguir mirando, y en la confianza evidenciable, mi mamá sonrió, sabía que el esfuerzo y sacrificio habían valido al fin. La profesión de madre de tiempo completo, debe ser la mejor pagada, ya que aguantar paletas y berrinches, puede desestabilizar la fragilidad emocional de una mujer en edad reproductiva (no sé cuán víctima era mi papá).

Pero como el método socrático constructivista no había sido aún apelado en este tiempo, se decidió que debía afianzar esos conocimientos entornos a repetir y repetir, letras: consonantes y vocales, sílabas y palabras seguían siendo parte del equipo, pero ahora era necesario poder representarlas, como cuando se escribe en mármol para toda la vida, fue un evento eterno, ya que estos esbozos de palabras se dibujaban, queriendo imitar lo que tanto se había observado. “Quería leerme el mundo…” Ahora se hace fácil ver nuevamente este agónico trasegar y es que aunque no fue traumático, la competencia por siempre ser el mejor, me llevo a esforzarme más, pero de igual forma a temer más al fracaso, eso fue lo que entendió mi cerebro y abrió la posibilidad de una plasticidad sináptica. Las visitas desde Cali a Cartago, se convirtieron en medio de vacaciones, en días lúdicos y de aprendizaje, dos maestras, una tercera empírica, y las ganas de hacerlo, ayudaron que mientras caminaba o corriera repitiera cada una de las letras, y que los aplausos, más que celebrar, mostraban la forma de entonar.

Y es que se dice mucho de que los niños entienden y aprenden de manera muy empírica, pero los recuerdos refieren otra cosa, ahora no se si realmente todo el tiempo fue un autoaprendizaje, o más que eso, una evaluación a tiro de cañón de lo que ahora se sabe, entendiendo más allá de los primeros pasos, tomó partida para percibir que no era solamente algo que me servía en los primeros años, sino que esto moldeaba igualmente mi manera de hacerme consciente de lo que era capaz, claro está, ya que entre el ábaco y el abecedario más de un cristiano se quiso ganar el infierno, ordenar las letras en las cabezas, se hacía más difícil que intentar mover las teclas del control, el mismo que me centraba la imaginación en medio de proezas y añoranzas de ser un salvador. Ahora me pregunto: - ¿a quién le cabe entender, que la tiza del tablero era la única que veía nuestras afujías en medio de la clase?, y es que no solamente con las maniobras evasivas de los alegatos y recompensas de mis papas obtenía el dulce tormento, las risas y carcajadas, detrás de un cuerpo voluminoso que apenas alcanzaba el tablero en el salón de clases, se hacían más audibles, con el paso del tiempo. No se tenía permitido fallar, no se tenía permitido abandonar, el honor y la gloria, entre excelsas palabras: -“felicitaciones, eres el mejor, niños aprendan” daban razón a tantos momentos de angustia y placer al a vez.

Llama la atención, que las primeras veces te sientes en tierra de nadie tratando de comprender algo leer nuestro primer libro, o en mi caso fue que las novenas decembrinas, no solamente se convertían en un sitio de encuentro y reunión familiar, junto a esa bella práctica católico-cristiana y los buenos deseos de tener a nuestros seres más queridos al lado, sino que también pasaban a ser el trampolín al estrellato, y es que familia tradicionalista de la que se tenga remembranza, comparte los logros de sus bienhechores, cual próceres de la patria, intentando demostrar todo lo aprendido, yo no era excepción a la regla aunque así es que esta toma valor, ya que mis primos solo algunos de quienes soy contemporáneo o ligeramente menor se sonrojaba al verme e imagino que interpelar consigo mismo, de lo que se aproximaba. Los pequeños párrafos que comprenden los gozos se volvían eternos, un lenguaje coloquial, aquellos de las abuelitas con algo de rima religiosa, eran casi trabalenguas en una boca aún inquieta al pronunciar y una mente poco locuaz para discernir, el apoyo en barra de las tías y mis mamás las mismas que desde el inicio de esta historia cobran importancia, daban la estocada final a la oración, los sonidos de las maracas y panderetas, daban fe de que lo había hecho bien, y eso creía yo, ya que la sonrisa de quien desde el principio me intimido de hacerlo, aprobaba este núbil desafío en medio de un tumulto de miradas, y es que ahora más que eso, tenía la imagen de mi hermano, el cual con su casi primer año, con mirada perpleja intentaba convertirse en mi ferviente seguidor.

No se cuan exacto es este relato, pero sé que de mucho si existe

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