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LOS PROBLEMAS PARA ENTENDER LA POLÍTICA 1.1 LA CRISIS DE LAS ANTIGUAS INTERPRETACIONES

Enviado por   •  19 de Diciembre de 2018  •  11.374 Palabras (46 Páginas)  •  415 Visitas

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Los debates

Otro tanto pasa con los debates. Los ven los electores politizados que ya decidieron por quién votar. En general sirven para consolidar simpatías y antipatías previas, como lo demostró la última elección norteamericana, en la que todos coincidieron con que Hillary Clinton triunfó en los debates sobre Trump, pero las encuestas solo registraron movimientos pequeños y fugaces en la preferencia electoral. Hemos comprobado que lo mismo pasa en los países latinoamericanos que estudiamos: ningún debate ha movido las preferencias electorales de manera significativa, aunque los candidatos suelen ponerse nerviosos y dedicar una buena porción de tiempo a prepararlos. Los electores menos decididos no son personas que dudan entre propuestas interesantes que quisieran conocer mejor, sino electores a los que les aburren esas discusiones y rechazan a los políticos por ser tales.

Antes se creía que el impacto del debate dependía de los titulares de los periódicos. Ahora hay que calcular más el impacto del debate en esa opinión pública inmanejable a la que hemos hecho alusión en otro capítulo. En todo caso, si existe alguna repercusión, no será favorable para el candidato programático y poco sentimental. Los debates se transmiten a través de la televisión, que es un medio que nació para divertir, no para confrontar ideas. Desde luego nada es inamovible y por excepción la estrategia puede pretender conseguir determinados objetivos con la actuación del candidato en un debate.

No decimos que los debates no deben existir. Son buenos para la democracia porque proporcionan a la gente una información importante y ayudan a la maduración del sistema político, pero es completamente falsa la idea de que determinan la suerte de una elección.

1.2 Los partidos y los aparatos

La lealtad a los partidos

Algunos autores explican el voto por la lealtad de los ciudadanos a los partidos políticos. En el caso de los votantes europeos, esto tuvo más sentido durante el siglo pasado porque la mayoría de las elecciones son indirectas, el pueblo elige legisladores y el Parlamento designa a los miembros del poder ejecutivo. Los votantes norteamericanos, que tienen una democracia presidencialista, han sido fieles a sus partidos durante muchos años. En un país en que el voto es voluntario y solo se puede ejercer después de hacer algunos trámites, los ciudadanos se toman esas molestias solo cuando algún tema les interesa. Esas polémicas sobre los issues son el eje de las campañas en ese país.

En algunas naciones de América Latina (como México, Chile, Uruguay, Paraguay) se mantienen vigentes los partidos tradicionales, aunque en general se han vaciado de sus contenidos ideológicos y se han convertido más bien en aparatos electorales. En otros países (como Venezuela, Ecuador, Perú, la Argentina) prácticamente desaparecieron. En todo caso existe una tendencia a votar por personas más que por partidos.

Los aparatos y el liderazgo

Cuando se inició el siglo XX, en América Latina el analfabetismo era masivo, no existían automóviles ni carreteras y era muy difícil trasladarse de Chihuahua a la Ciudad de México, de Tucumán a Buenos Aires, de Manaos a Río de Janeiro. La mayoría de la gente conocía solo la pequeña porción del país en la que había nacido y trataba a lo largo de su vida con pocas personas que normalmente pertenecían a su entorno. La mayor parte no participaba en la política, que estaba en manos de unos pocos notables que designaban al presidente a través de complejos mecanismos. Los candidatos no podían comunicarse con los electores porque no existían la radio ni la televisión, y tampoco podían recorrer el país.

Hasta la década de 1930 no se hicieron campañas electorales dirigidas a la mayoría de la gente. En el imaginario de nuestras sociedades provincianas, los presidentes eran personalidades extraordinarias que hacían el favor de aceptar el cargo porque “el pueblo” se los solicitaba. En el extremo hubo algunos mandatarios que no participaron en la campaña y vinieron desde Europa a asumir directamente el cargo, como Roque Sáenz Peña y Marcelo T de Alvear en la Argentina y Antonio Flores Jijón en Ecuador. Hipólito Yrigoyen aceptó ser candidato tres semanas antes de las elecciones, cuando ante la insistencia de su entorno dijo: “Haced de mí lo que queráis”. No recorrió el país argentino, no dio discursos y jamás pidió el voto a nadie. Sus partidarios le tenían tanta admiración que el día de la posesión desataron las cabalgaduras de su carroza y la llevaron con sus propias fuerzas desde su casa hasta el Congreso. En México, Porfirio Díaz fue reelecto por esos aparatos nueve veces entre 1876 y 1911, hasta que se formó el partido antirreeleccionista que dio origen a la Revolución Mexicana. En este caso el poder siguió generándose a través de las élites del PRI, que designaban a un “tapado” por el que luego votaba el pueblo movilizado por el aparato del partido.

En la primera mitad del siglo XX, con el progreso de la técnica, la difusión de la electricidad, el teléfono y la radio, aparecieron nuevos valores y en consecuencia una nueva democracia. En la década de 1930 Neptalí Bonifaz Ascázubi fue el primer candidato ecuatoriano que hizo campaña pidiendo que lo votaran y provocó un escándalo por su mal gusto: las élites creían que debía esperar a que la gente le rogara que fuera presidente. Pasó lo mismo con Julieta Lanteri, la gran luchadora por el derecho al voto de las mujeres en la Argentina, que ponía un cajón en la avenida Corrientes para hablar y defender sus principios. Fue rechazada porque quería persuadir, mientras que las ideas debían llegar desde lo alto.

En ese contexto la política la hacían los aparatos. Algunos idealizan esa etapa de la historia argumentando que la gente luchaba por defender ideales, pero eso no es exacto. Desde la cúpula de las organizaciones políticas se armaban redes clientelares con una organización piramidal, que iba desde el dirigente barrial hasta el presidente del país. Esa maquinaria se mantenía con dinero, favores, prebendas y regalos que provenían del Estado. Votaba un porcentaje reducido de ciudadanos que en su mayoría eran miembros de esas redes o estaban manejados por ellos. Había mucha pobreza. El aparato político se nutría con bolsas con comida y alguna prenda de vestir que los dirigentes regalaban y la gente agradecía.

El día de las elecciones, grupos de matones impedían que los ciudadanos votaran con libertad. El fraude estaba socialmente aceptado. En todo el continente

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