Martes en la Noche

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Tuve que obligarme a leerlo de cabo a rabo, fue bastante difícil, no exagero al decir que me entraron nauseas después de los primeros dos cuentos; ese Huberman está demasiado ensimismado de sí mismo, lo único “sublime” e “impecable” que encontré fueron las ilustraciones que aparecían cual oasis de nesquik en un desierto de mierda. Estaban hechas con estilógrafo, trazos precisos y elegantes, lástima que no tenga palabras para describirlas, pero sentía que cada detalle y desperfecto de las ilustraciones habían sido intencionales.

Hasta daban a entender la clase de sujeto que era el artista, alguien que disfruta lo que hace y que tiene algo que contar, pero carece de los medios para hacerlo.

-Lo que daría por poder hablar con el sujeto -pensé- un par de cervezas y media hora de buena charla le darían un poco más de sentido a mi vida.

Hablando muy en serio, el libro fue terrible, no se imaginan lo aliviado que me sentí al ver los agradecimientos finales -una cursilería, por cierto-. Al día siguiente investigue al ilustrador con la esperanza de que actualmente trabaje con una editorial decente y siga dibujando igual de bien, sin embargo, no encontré nada de él en internet y la editorial mediocre que hace poco mencione había quebrado, llevándome a la conclusión de que el impecable y sublime artista murió en el olvido o peor aún: consiguió un trabajo estable. El mundo está jodido.

De repente me entraron ganas de dormir al recordar todo eso, terminé a la carrera el cuento de Jules, y busqué el dichoso libro de Huberman que llevaba meses olvidado en mi estantería, y decidí liberar a las ilustraciones de su fea prisión llena de oraciones pretenciosas y sin alma; las recorté cuidadosamente y clavé cada una de ellas con un alfiler en mi tablero de corcho.

Faltaban cinco horas y veintitrés minutos para que empezaran las clases del miércoles así que tome dos pastillas de melatonina y bebí lo que quedaba de mi lata de cerveza.