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Relato “la pιnтυra eѕ мáѕ ғυerтe qυe yo, ѕιeмpre conѕιgυe qυe нaga lo qυe ella qυιere.”

Enviado por   •  3 de Septiembre de 2022  •  Reseñas  •  2.350 Palabras (10 Páginas)  •  214 Visitas

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[ Londres, Inglaterra | 1997 ]

“la pιnтυra eѕ мáѕ ғυerтe qυe yo, ѕιeмpre conѕιgυe qυe нaga lo qυe ella qυιere.”

Las ráfagas de viento provocaban que crujidos extraños resonaran sin parar al chocar contra los frágiles vidrios de los enormes ventanales del instituto. Sólo ligeros rayos de luz solar lograban colarse al interior, dándole calidez durante toda la mañana. La mayoría de los nephilims se mantenían ocupados en las tareas o misiones que día con día se les asignaba, aún así todo permanecía en completo silencio, algunos rumores decían con temor de ser escuchados que los directores que regían en ese entonces eran demasiado especiales, pues siempre exigían que todo estuviera hecho perfectamente al pie de la letra. La pequeña Elene no comprendía a lo que se referían las habladurías, para ella la manera en que sus padres se hacían cargo del cónclave era la correcta, con reglas y normas de por medio que todos sin preferencia alguna tenían que seguir, eso es lo que siempre le enseñaron desde que llegó al mundo.

Aunque debía admitir que en cierto punto aquellos que se atrevían a hablar tenían razón, era aburrido vivir ahí, más para una niña de seis años que ni siquiera tenía permitido correr en el patio del lugar a ninguna hora del día porque dedicaba su tiempo al estudio de las runas y la historia de su especie. No siempre seguía las reglas, de vez en cuando desobedecía las ordenes de sus mayores y exploraba con interés cada piso del recinto. En el último de ellos existía un lugar en particular que se había convertido en su favorito, no porque lo conociera realmente, sino porque de todo ese sin fin de habitaciones yacientes a lo largo y ancho de la vieja arquitectura precisamente era ese cuarto el que le producía demasiada curiosidad. Anteriormente había intentado entrar, pero el miedo era más fuerte que ella, temía que su madre la castigara como era su costumbre aunque no se metiera en problemas y no quería hacerlo, necesitaba demostrarle a toda costa que en verdad merecía aunque fuese un poco de cariño maternal de su parte.

Esa mañana la infante se encontraba sentada en las escaleras que conducían a esa habitación, con un libro de cuentos en mano que contenía información sobre demonios y que su instructor de combate le obsequió. Sus ojos se movían de manera horizontal por aquellas páginas llenas de palabras y dibujos, le emocionaba por completo aprender sobre esos seres del mundo de las sombras, pero sobre todo estaba ansiosa por crecer y tener la primera oportunidad en su vida de enfrentarse a alguno de ellos para demostrar de qué estaba hecha. Repentinamente ruidos provenientes del interior de esas cuatro paredes a las que le gustaba visitar con frecuencia la interrumpieron por completo así que, sin pensarlo dos veces, dejó caer el libro al suelo y poco a poco logró incorporarse para ponerse de pie. A pasos lentos y temerosos se fue acercando hasta quedar frente a la gigantesca puerta de madera, manteniéndose atenta al sonido que se colaba dentro de la habitación.

«More than words

Is all you have to do

To make it real

Then you wouldn't have to say

That you love me

Because I'd already know...»

Fue aquello lo que sus oídos alcanzaban a percatar, supuso que se trataba de una canción cuando una relajante melodía vino después a su encuentro pero, ¿quién se mantendría oculto en ese rincón abandonado? ¿será que algo malo ocultaban? Su cabeza no dejaba de pensar en posibles explicaciones, todas sin una respuesta clara al final. Su pequeña mano diestra inconcientemente se posó en puño en la dura madera amarillenta y desgastada, dando ligeros golpecitos en esta para que quien quiera que estuviese dentro se mostrara y la dejara entrar. Pero no obtenía nada, la espera era su enemiga y la curiosidad crecía notoriamente en ella, lentamente su misma mano viajó a la chapa de la puerta, ingeniándoselas para girarla sin hacer ruido alguno. Estaba oscuro, sólo la luz de una vela a punto de terminarse brindaba iluminación. El suelo estaba manchado con leves gotas de pintura de todos los colores que pudiese imaginar, caballetes con lienzos blancos permanecían intactos, algunos con paisajes hermosos o autorretratos dibujados. La canción dejó de sonar y unos ojos azules miraban a la pequeña rubia fijamente sin parpadear, por unos segundos sintió miedo, el cuerpo contrario se mostró, pero no completamente, el rostro permanecía irreconocible. Sus brazos tenían manchas de pintura por doquier y su pecho se movía al compás de su respiración agitada, por el porte y la silueta no dudó en que se trataba de un hombre. Las runas plasmadas en su cuerpo al menos le permitieron saber a la niña que no estaba en peligro, una de esas marcas de inmediato se volvió conocida para ella, era la runa del matrimonio trazada en el brazo derecho del masculino, en el mismo lugar en donde su padre la tenía.

Enzo A. Demicolli Es una cuestión curiosa, la expresión. Aún cuando los años se convierten en décadas y la humanidad envejece, rodeada de artilugios pos-modernos y políticas progresistas, el hombre aún no se ha forzado a admitir su importancia. Será acaso que el universo de los individuos no es lo suficientemente productivo para cumplir un rol importante en el sistema insaciable de las clases. ¿Quién sabe? Incluso aquellos que promueven las distintas formas artísticas de expresión sugieren que sean limitadas a un espacio recreativo, ocioso, donde por su naturaleza son subestimadas y desvalorizadas. Será porque el arte no es bienvenida, y por todo lo que el hombre calla, que esa humanidad cierta y prontamente envejece. La expresión no es sólo catártica y liberadora, es rejuvenecedora. Por eso Enzo ahogaba sus demonios en la pintura.

Diplomático, como siempre se había considerado, Enzo debía reconocer que la pintura no era el medio más seguro de transmitir un mensaje; las palabras, en su lugar, cumplían esa función con más rectitud. Sin embargo, aún cuando desde pequeño sus padres le habían inculcado la importancia y el poder de las palabras, jamás había confiado ciegamente en ellas. Se debía, tal vez, a ese mismo atributo que desconfiaba de los vocablos. Las palabras construyen y destruyen con la misma facilidad, dañan y sanan, y uno a veces ni siquiera es capaz de percatarse de ese filo desapasionado suyo.

La pintura, en cambio, es una cuestión distinta. Aquello que se plasma sobre un lienzo no daña, no puede. Es sólo artificio del universo del artista, fiel representación de lo que las pupilas perciben y los suspiros exhalan. Transmite en la medida en la que el espectador puede percibir, atraviesa distintos paradigmas y se contamina de ellos, se renueva en cada mirada. A Enzo ni siquiera le importaba exactamente que alguien más interpretase sus emociones, no mientras él pudiera verlas trazadas sobre un lienzo, no mientras la belleza de lo que sus ojos veían se congelase allí, para su deleite. Los conceptos de belleza y estética eran sólo excusas para retratar la luz reflejada en sus irises.

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