RESUMEN “APOLOGÍA DE SÓCRATES”
Enviado por Ensa05 • 18 de Abril de 2018 • 2.984 Palabras (12 Páginas) • 347 Visitas
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M. Lo último es lo que yo digo. No crees en absoluto en los dioses.
¿Ni siquiera en el sol y en la luna?
M. Señores, desde luego que no. Él dice que el sol es una piedra, y la luna, tierra.
Así es que ni siquiera puedes distinguirme de Anaxágoras! El tribunal no es tan ignorante. De cualquier forma, tus cargos son inconsistentes: no creo en ningún dios y creo en nuevos dioses —porque no puedo creer en “fenómenos sobrenaturales” sin creer en seres sobrenaturales, sean espíritus o dioses.
Retorno al prejuicio general: el valor de la misión socrática (28a-34b)
—Respecto a Meleto, basta con lo dicho. No es necesario argumentar mucho para mostrar que soy inocente de sus acusaciones. Si soy condenado, no será por él ni por Anito, sino por esa calumnia que se ha hecho popular y la mala voluntad de los que he mencionado. Si pensáis que debería avergonzarme de un comportamiento que pone en peligro mi vida, os contestare que un hombre digno de serlo solo tiene en cuenta que este bien o mal lo que está haciendo, y no los efectos que pueda depararle. De otra forma, los héroes de Troya —y Aquiles sobre todo— serian dignos de censura. Yo obedecí las órdenes en el ejército y me mantuve en mi puesto, y más aún debo obedecer a los dioses, filosofando y examinándome a mí mismo y a los demás. Temer a la muerte es la peor clase de ignorancia, porque creemos saber lo que no sabemos y, sin embargo, puede ser un gran bien. De manera que si quisierais absolverme a condición de renunciar a mi indagación filosófica, debería deciros, con todo respeto, que obedeceré al dios antes que a vosotros. Tengo que continuar diciéndoos que os cuidéis de mejorar vuestra alma más que del dinero y el honor; y si alguien dice que obra así tengo que preguntarle y examinarle, y reprenderle si se demuestra que no es verdad. Podréis absolverme o no, pero yo no podría actuar de otra forma, aunque tuviera que morir muchas otras veces.
Si me matáis, solo os haréis daño a vosotros mismos. Meleto y Anito no pueden hacerme daño, porque un hombre bueno no puede ser dañado por uno malo. Pueden imponerle a uno la muerte, el exilio o la perdida de los derechos ciudadanos, cosas que ellos consideran males, pero que no lo son en comparación con el mal de llevar a un hombre injustamente a la muerte. Mi defensa es por vosotros, más que por mí mismo. No encontrareis fácilmente otro tábano enviado del cielo para despertaros, por lo que mi consejo es que me perdonéis la vida. Si yo no fuera sincero, no me habría descuidado a mí mismo y a mi familia y no habría vivido en la pobreza para llevar a cabo mi misión divina.
Tal vez os preguntéis por qué actúo como un entrometido, dirigiéndome así a las personas solo individualmente, sin dar la cara en la Asamblea para aconsejar a la ciudad. La razón de ello está en que esa voz divina, que Meleto caricaturiza en su acusación, me retiene apartado de la política, y con razón. Si no fuera así, perecería sin poder prestaros ayuda alguna a vosotros o a mí mismo. Perdonad mi franqueza, pero, si vosotros o cualquier otra asamblea popular os empeñáis en una política censurable, no puede sobrevivir nadie que se oponga sinceramente. Un campeón de la justicia tiene que aferrarse a la vida privada.
Puedo sostener esta afirmación con hechos, aunque pueda pareceros que se trata de un vulgar alegato. Me opuse a vosotros en el caso de los generales que habían combatido en las Arginusas, cuando todo el mundo estaba deseoso de derramar mi sangre, y en la oligarquía me negué a obedecer la orden que me dieron de apresar a León de Salamina, y me habrían matado si no hubieran sido rápidamente depuestos. No habría llegado a esta edad si me hubiese ocupado de los asuntos públicos y me hubiese mantenido fiel a mi regla de apoyar solamente lo que es recto, sin favorecer injustamente a nadie, incluyendo a los que se llaman falsamente mis discípulos. Yo no he sido maestro de nadie. Cualquiera que lo deseara, joven o viejo, rico o pobre, podía venir a escucharme, mientras me ocupaba de mi tarea, y hacerme preguntas. No soy responsable de que se hayan hecho mejores o peores, porque ni prometí ni di instrucción a nadie. Si alguien dice que aprendió algo de mí en privado, está mintiendo.
Ciertamente, hay personas a las que les gusta perder el tiempo en mi compañía y os he dicho por qué: se divierten con el examen de los pseudosabios, pero esto me lo ha encomendado el dios por medio de oráculos, de sueños y de todas las formas posibles. Si he corrompido a alguien que ahora sea mayor y más sabio, dejad que se presente aquí y lo diga; o dejad que testifiquen los padres y hermanos de los corruptos. Veo aquí ante el tribunal a muchos familiares mayores de mis amigos jóvenes. ¿Por qué no los llama Meleto? De hecho, todos están dispuestos a hablar en mi defensa.
Conclusión: no habrá suplicas emocionales de clemencia (34b-35d).
— Como la petición de clemencia es una práctica habitual y la gente suele traer a su familia para que desfile entre sollozos y cosas por el estilo, podéis pensar que soy arrogante al no hacerlo. No es eso, e independientemente de que yo tema o no a la muerte, tal comportamiento creo que no me traería ningún prestigio a mí ni a la ciudad. Nos llenaría de vergüenza ante los extranjeros, y, aparte de la reputación, no está bien. Vosotros no estáis aquí para conceder favores, sino para juzgar justamente, e iría en detrimento mío, al defenderme de una acusación de ateísmo, si intentara que rompierais vuestro juramento. Así es que confío en vosotros y en Dios para que juzguéis mi caso como sea mejor para todos nosotros.
2) Después del veredicto: contrapropuesta de castigo
No estoy sorprendido de vuestro veredicto; es más, creía que la mayoría iba a ser más abultada. Meleto propone la pena de muerte, y yo debo decir lo que creo que merezco. Mi crimen consiste en haber desatendido el dinero, los cargos o las intrigas políticas y el haberme dedicado a hacer el bien a cada uno en particular, persuadiéndolos para que no dieran más importancia a sus posesiones que a sí mismos y a su propio perfeccionamiento, ni a la prosperidad externa de la ciudad más que a la ciudad misma. En esto creo que he obrado bien, y lo que se necesita es una retribución adecuada a un benefactor indigente: así es que, si tengo que proponer lo que es recto y justo, propongo la manutención en el Pritaneo.
Tampoco esto es arrogancia. Estoy convencido de que no he hecho mal a nadie, pero
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