EL GRAN INTERCAMBIO Y APRENDIZAJE

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En el caso de la “red” (WWW), por ejemplo, ver, escuchar, leer y escribir son dimensiones básicas que se ejercitan en el hacer y saber de las comunidades de navegación e intercambio virtual, pero siempre aprendiendo y compartiendo repertorios, identidades, significados cuyos sellos distintivos se diversifican en el juego de contenidos y de formas de acceso y de interrelación humana. El límite lo da y lo dispone la experiencia, por sí misma, de estar y compartir con otros.

Con las tic los intercambios han aumentado y los intersticios de las redes han generado múltiples tipos de comunidades: sociales, lúdicas, científicas, no gubernamentales, de conocimiento.

Tanto en la cotidianidad del mundo real como en el del virtual las personas, los individuos, se agrupan movidos por su interés. Puede decirse, en principio, que el punto medular o causa intrínseca de las agrupaciones radica en el interés compartido de sus integrantes.

Así, se procesan y se aglutinan esos intereses comunes y se forman comunidades que identifican a sus miembros por lo que hacen y lo que comparten al dedicarse a una actividad común. Comunidades que, sin precisar sus límites, crean, expanden, diversifican e intercambian experiencias, haceres y saberes.

La historia humana se sustenta en las fuerzas de colaboración. La colaboración exige disposición como actitud y aptitud de hallarse en condiciones de ofrecer, de sí, largueza, en el sentido de liberalidad como fuente de generosidad. Tanto para sobrevivir como para satisfacer necesidades cotidianas, la conjunción de esfuerzos en el concierto humano ha sido la pauta para intercambiar experiencias y para aprender.

Muchas comunidades pautaron y regularos los quehaceres humanos a lo largo de la historia y avanzaron con técnicas y procedimientos cada vez más complejos y sofisticados, merced a una larga trayectoria de trabajo, de tenacidad y de asombro constante para descubrir nuevos caminos en el saber y en el hacer, como en la prehistoria, los encargados de “guardar el fuego”, cuando el ser humano todavía no era capaz de producirlo; los tratadores de fibras textiles, mucho después, hilando con ayuda del huso y de la rueca; los alfareros en sus procedimientos del trabajo de la alfarería y la cerámica; los trabajadores del hierro y su evolución técnica y que progresó siempre con el aprendizaje acompañado y compartido; las agrupaciones de alfareros, de albañiles, carpinteros, herreros, resineros, caporales y músicos, por mencionar algunos, siempre avanzaron con la instrucción in situ, de performancia inmediata y de práctica constante y creativa, bajo la guía o el acompañamiento del experto, del maestro. Y, en medio de estos aprendizajes, el interés compartido y la búsqueda de la mejora del conocimiento. En todos estos ejemplos persiste una nota esencial: la práctica como proceso, significado y reinvención de trabajo en ella.

Aprender, como centro de aglutinación de intereses y esfuerzos; como propósito central de búsqueda y adquisición en la actividad de las comunidades, especialmente en las académicas, implica un trabajo de esfuerzos colaborativos en la disposición de condiciones materiales, institucionales y humanas para la gestión del conocimiento. En ellas, maestros, alumnos y directivos construyen socialmente el conocimiento que es propio de su comunidad como comunidad de práctica. De la co-construcción de identidades y del compartimento de reflexiones sobre la acción, a fin de que se trasciendan los clichés grupales y allanen las dificultades para construir relaciones de confianza que inhiban los resultados huecos de grupos repetitivos desprovistos de sentido que se cierran al debate y al cuestionamiento y, por tanto, a la construcción de espacios propicios para que permitan y promuevan acciones colectivas.