El presente portafolio consta con la definición de filosofía y con sus distintas épocas con sus filósofos más importantes.
Enviado por karlo • 10 de Enero de 2019 • 9.664 Palabras (39 Páginas) • 385 Visitas
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Por último el fin del hombre se identifica con su bien, y este fin será la felicidad, seria la unión eterna del alma con Dios, el hombre puede llegar a este fin o a esta unión con Dios siguiendo la ley natural, una ley que Dios imprime en el alma del hombre y por la cual el mismo debe guiarse durante toda su vida ayudándose con la razón y la fe.
Época moderna
La filosofía moderna comienza en el siglo XV hasta el siglo XVIII. En esta etapa se encuentra el hombre: el conocimiento como un problema esencial.
En esta época destacan el racionalismo, el empirismo, el criticismo de Kant y el idealismo de alemán de Hegel.
El racionalismo intenta solucionar problemas referidos al conocimiento humano. Una de las características del racionalismo es la de ver en las matemáticas un saber que parte de principios básicos evidentes (axiomas), de donde se deducen todas las verdades del sistema, que son universales y necesarias. Para los racionalistas el conocimiento de la realidad debe ser derivado de ideas o principios evidentes, que son innatos. Destacan Descartes y Leibniz.
Descartes (1.596-1650) [pic 8]
Las reglas del método
Tras el hundimiento de la filosofía aristotélico-tomista, el objetivo fundamental de Descartes es encontrar un método que, partiendo de una serie de reglas, garantice el razonamiento correcto y la reconstrucción de todo el saber humano. Las reglas de dicho método son las siguientes:
1) Regla de la evidencia: que exige rechazar cualquier idea que no sea clara (es decir, indudable) y distinta (imposible de confundir con ninguna otra). Se llega a la evidencia, bien por intuición, o visión intelectual directa de una verdad (como los primeros principios del razonamiento), bien por deducción, que permite derivar una serie de consecuencias necesariamente ciertas de tales principios intuitivamente evidentes.
2) Regla del análisis: que consiste en reducir lo complejo a sus componentes más simples, que pueden conocerse intuitivamente.
3) Regla de la síntesis: por la cual, partiendo de los elementos simples, conocidos por intuición, se construyen argumentos o deducciones más complejas.
4) Regla de la enumeración, en cuya aplicación se revisan todos los pasos dados para comprobar que no se han cometido errores en el razonamiento.
La duda metódica y el cogito
Seguidamente, Descartes aplica el método a la metafísica, raíz del «árbol de las ciencias», para averiguar si existe una primera verdad absolutamente cierta, sobre la que elevar el edificio del conocimiento.
Para ello, plantea la duda metódica, que consiste en cuestionar todos nuestros conocimientos a fin de hallar alguno que sea seguro e indubitable. La duda metódica tiene cuatro niveles:
1) Desconfianza del conocimiento aportado por los sentidos: como estos nos engañan muchas veces, suscitando ideas oscuras y confusas, podrían engañarnos siempre.
2) Confusión entre el sueño y la vigilia: los sueños no se distinguen a veces de la realidad, de manera que toda la realidad muy bien pudiera ser ilusoria.
3) Hipótesis del “Dios engañador”: los razonamientos matemáticos siguen teniendo validez, incluso en sueños, pero quizá Dios nos ha creado de tal manera que nos engañemos siempre, incluso en los razonamientos más evidentes.
4) Hipótesis del “genio maligno”; aun suponiendo que Dios no puede engañamos, porque es bondadoso, podría existir un espíritu malvado que se divirtiese haciéndonos errar cada vez que razonamos.
Sin embargo, aunque la duda parece haber eliminado todos nuestros conocimientos, incluidos los matemáticos, en el acto mismo de dudar aparece algo que resiste cualquier duda: si el sujeto duda, es que piensa, y, si piensa, es que existe. «Pienso, luego existo» (“Cogito, ergo sum”) es la primera certeza indubitable de la metafísica.
Demostración de la existencia de Dios
Descartes define el yo como una sustancia pensante, en la que hay ideas, voluntades y juicios (que son los que pueden conducirnos a error). A su vez, las ideas son de tres clases: adventicias, facticias e innatas. Son adventicias aquellas ideas que parecen provenir de los objetos exteriores; las facticias, las crea nuestra imaginación, y las innatas, en cambio, parecen ser connaturales al sujeto (por ejemplo, el yo).
Ahora bien, entre las ideas innatas encontramos una muy especial: la de un «ser infinitamente perfecto» (Dios), que no puede haber sido creada por el yo, ya que este es finito e imperfecto, de manera que esa idea ha tenido que ser puesta en el sujeto por un ser realmente infinito, con lo que queda demostrado que Dios existe.
Descartes añade otras dos demostraciones de la existencia de Dios. La primera es una variante del argumento ontológico de San Anselmo: dado que el yo tiene en su mente la idea de un ser infinitamente perfecto, ese ser tiene que incluir entre sus perfecciones la de existir necesariamente.
La segunda es una variante de la vía tomista de la contingencia: si el yo se hubiese dado a sí mismo la existencia, se habría dado todo tipo de perfecciones, entre ellas, la de existir necesariamente, pero se sabe finito, imperfecto y contingente; por tanto, ha tenido que haber sido traído a la existencia por otro ser, que puede ser contingente (sus padres, por ejemplo) o necesario. La cadena de seres contingentes no puede ser infinita, pues entonces el yo no existiría actualmente, pero como sí existe, ha de haber un ser necesario, Dios, que lo ha creado y lo mantiene en la existencia.
Dios, como ser infinitamente perfecto, tiene que ser bondadoso y no puede engañamos: Él garantiza, pues, que el mundo exterior existe y que la ciencia matemática que se ocupa de él es verdadera (siempre que sus razonamientos se ajusten a las reglas del método).
La metafísica cartesiana distingue tres sustancias: la infinita (Dios), la pensante (almas) y la extensa (cuerpos físicos).
Leibniz (1.646-1.716)
[pic 9]
El concepto leibniziano de sustancia (mónada)
Leibniz comparte la noción cartesiana de sustancia como realidad autónoma e independiente de cualquier otra. De Descartes rechaza:
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