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¿Estás preparado? La lectura que te espera detrás de estas puertas es prácticamente un milagro.

Enviado por   •  31 de Julio de 2018  •  3.213 Palabras (13 Páginas)  •  272 Visitas

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El material sobre el que se escribía era el pliego de papiro, una planta cuyos tallos son ricos en celulosa. Por un complejo proceso, que incluía corte, remojo, prensado y secado de los ta­ llos, se obtenía la charta, que era el material apto para la escritu­ ra. Con ella se formaban los pliegos.

Los pliegos de papiro se encolaban sucesivamente, de mane­ ra que formasen una larga banda. Estas bandas solían ser de seis metros de largo por veinte centímetros de alto, y se enrollaban alrededor de una especie de bastón. Se escribía en una sola cara. Leer un rollo era mucho más complicado e incómodo que leer un libro hoy.4 Había que colocarlo sobre las rodillas y sujetar la parte enrollada con una mano, mientras con la otra se iba de­ senrollando con cuidado. Buscar una cita, por ejemplo, era una tarea bastante dificultosa. Por otra parte, los rollos tenían una ca­ pacidad limitada. La Ilíada de Homero, por ejemplo (que hoy es

un libro de aproximadamente 500 páginas), ocupaba 24 rollos.

- En la actualidad, todavía pueden ver personas leyendo un rollo similar al de la an­ tigua Grecia. Para tener esta experiencia, concurran un sábado por la mañana, en una sinagoga, al servicio religioso de la religión judía. Entonces se lee el Sefer Torá (nombre hebreo del Pentateuco), cuya forma conserva la del rollo o volumen.

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Mitos Clasificados 2

Hesíodo - Ovidio - Eurípides Virgilio y otros

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Teogonía

Los primeros dioses

El encuentro de Hesíodo con las Musas

Hesíodo apacentaba sus ovejas al pie de un cerro. No pode­ mos saber cuántas formaban aquel rebaño, pero serían nume­ rosas, porque la familia de Hesíodo no era pobre. En aquella época, un buen rebaño era una posesión de valor. Los griegos se alimentaban de cordero, ofrendaban corderos en sus sacrificios a los dioses, usaban la lana de las ovejas para tejer sus ropas, y cocinaban con leche y queso de ovejas y de cabras.

Muchas tardes de verano, había estado en ese mismo lugar. Largas horas, mientras sus ovejas aprovechaban el tierno pas­ to de la estación; pero aquella vez fue distinta, completamente distinta de todas las demás. Hesíodo recibió la inesperada visita de seres sobrenaturales. Hesíodo se topó de frente con las nueve Musas.

¿Cada diosa se presentó a sí misma o fue Calíope quien pro­ nunció el nombre de sus ocho hermanas?

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¿Oyó, Hesíodo, el delicioso ruido que subía por debajo de sus delicados pies? ¿Entrevió sus cuerpos en danza, cimbreándo­ se vivamente?

¿O acaso aquella visita solo se concretó en una voz, en la ma­ ravillosa voz de las Musas, que llegó hasta sus oídos envuelta en el viento, pero distinguiéndose de este con inconfundible claridad? No podemos saberlo con exactitud, porque Hesíodo sola­ mente contó que había recibido un mensaje dirigido a él en pri­ mer lugar. No era un secreto; más bien, todo lo contrario. Estas fueron las palabras textuales de las Musas: “¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan solo! Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades y sabemos, cuando queremos, pro­

clamar la verdad”.

Eso fue todo lo que le dijeron y, además, cortaron una rama de florido laurel –del mismo laurel bajo el cual Hesíodo había dormido tantas siestas– y se la dieron por cetro.

El encuentro cambió por completo la vida del pastor. Ese mensaje, de significado algo oscuro quizás, lo transformó. Desde entonces, se dedicó a cumplir el encargo que las nueve hermanas le habían encomendado. Celebrar el futuro y el pasado; alabar con himnos la estirpe de los dioses; cantarles, siempre, a ellas mismas al principio y al final.

Si aquel sencillo pastor pudo cumplir tamaño encargo no fue por su saber, por su gracia, ni por su maestría. Si pudo hacerlo, fue porque ellas le infundieron su divina voz.

¡Dichoso es aquel de quien se prendan las Musas! Dulce le brota la voz de la boca.

(Los relatos que siguen son algunos de los que le “dictaron” las Musas a Hesíodo y que él narra en sus obras Teogonía y Los traba­ jos y los días).

Invocación

Ayúdenme, oh Musas, a recordar las historias de los orígenes, a relatar cómo surgieron del Caos, Gea y Urano, y cuáles fueron los hijos de la Noche. Recuérdenme también, oh Diosas, cómo Crono sucedió a su padre Urano para ser, a su vez, destronado por Zeus, que hoy reina sobre mortales e inmortales. Pongan en mis labios, por último, cómo Prometeo modeló al primer hom­ bre con tierra y con agua.

Los primeros dioses

Ante todo, existió el Caos. Después Gea, la Tierra, de ancho pecho. Por último, Eros, el más hermoso entre los seres inmorta­ les. Con su poder cautivaba, por igual, los corazones y la volun­ tad de dioses y hombres. Ante él, unos y otros sentían aflojarse los miembros.

Del Caos nacieron también Erebo, que es el Infierno, y la negra Noche. De la Noche, en amoroso contacto con Erebo, na­ cieron a su vez el Éter y el Día.

(Más de una vez, Hesíodo habrá sentido que sus oyentes se dis­ traían cuando lo escuchaban. No era el suyo un canto fácil de seguir. No atrapaba el interés con historias repletas de hazañas, amores y engaños. Más bien, parecía una serie de nombres encadenados uno tras otro. ¿Qué oyente sería capaz de entender que, al darle un nom­ bre a cada parte del universo y designar justamente quién era hijo de quién, Hesíodo narraba la historia del origen? No había personajes, porque la materia de este canto era el mundo mismo. Y su sentido, mostrar que existe una armonía que es obra de los dioses).

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Gea, la Tierra, comenzó por parir un ser de igual extensión que ella, Urano, el Cielo Estrellado, para que la contuviera por todas partes, y fuera una morada segura y eterna para los biena­ venturados

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