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LA POLÍTICA DEL INTERÉS Y LA CREATIVIDAD POLÍTICA DEL SOBERANO: Maquiavelo y Hobbes

Enviado por   •  8 de Diciembre de 2018  •  1.517 Palabras (7 Páginas)  •  273 Visitas

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En conclusión, para ambos autores los aspectos pasionales del alma se constituyen en las fuerzas dinámicas del campo político y su conocimiento se presenta fundamental para el hombre público. El ser humano entonces vive su vida como una persecución constante de sus intereses, y es esta base la que dará lugar a una creatividad política que tiene como fin doblegar y manipular sus apetitos para preservar el orden en el Estado. El soberano de Hobbes, como el Estado de Maquiavelo, son creaciones políticas artificiales que emergen entonces como un remedio superador de individualidades para la construcción de una sociedad. Ante la decadencia se ve la necesidad de hacer inteligibles los fenómenos políticos y para eso recurren a la imaginación política.

En primer lugar, Maquiavelo resaltaba la figura del príncipe virtuoso que sabía adaptarse a la necessitá y a la fortuna para dominar las pasiones humanas y conservar eficazmente el Estado. Es aquel hombre que “inspirado en el deseo de gloria y honor se lanza a la acción política, haciendo de su deseo egoísta una causa política”[2] y sobreponiéndose al miedo, a los deseos más mundanos y a la pleonexia. Debía consagrarse en el arte de la guerra, conocer la historia, ser prudente, ser fuerte como un león y astuto como un zorro, saber simular y disimular oportunamente y estar siempre preparado para los cambios de la fortuna. Para ello era necesario originar fuertes cimientos en las buenas armas y leyes, y estar preparado hasta en las épocas de paz tanto física como mentalmente para enfrentar victoriosamente a los vientos de la fortuna. Asimismo, debía originar respeto y temor de sus súbditos a partir de un correcto sistema de premios y castigos. En fin, el pueblo debería necesitar siempre al Estado, su lealtad política sería un vínculo basado en la mera necesidad y conveniencia que el propio príncipe debía manejar. Un factor aglutinante era precisamente la Razon de Estado, ese artificio creado por la política lo que es capaz de estar por encima de las pasiones individuales.

Por otro lado, en cuanto a Hobbes, el soberano surge como una autoridad suprema resultante de un pacto de unión que establecen todos los hombres para poder instaurar una paz que de fin al estado de guerra y asegure la conservación de sus vidas. El Leviatán (Dios mortal) se erige con un poder indivisible e ilimitado ya que no pacta, encontrándose en el estado de naturaleza. Es un actor autorizado que establece arbitrariamente los criterios de justicia, las doctrinas, las verdades, los postulados religiosos, un sistema de normas y recurre al temor como herramienta para asegurar un orden social estable. Su función primordial es entonces crear un universo político de significados inequívocos para eliminar la subjetividad característica del estado de naturaleza. Esta era la respuesta al problema fundamental planteado por la naturaleza radicalmente individual, incesantemente dinámica y básicamente incompartible de los intereses. Estos atributos del interés se arraigaban en la psicología del hombre hobbesiano, en donde los diferentes juicios particulares provocaban obstáculos continuamente. Mientras que la naturaleza de la pasión y el pensamiento eran las mismas para todos los hombres, los objetos que buscaban eran diferentes.

Como resultado había un gran desacuerdo entre los hombres, ya que sus preferencias eran dictadas por pasiones hacia diferentes objetos o por diferentes evaluaciones del mismo objeto. Además se agregaba la competencia en la condición de escasez relativa presupuesta por la doctrina del interés, que engendraba una dinámica perpetua que tomaba la forma de un deseo perpetuo de poder sobre poder que solo concluía con la muerte.

De esta forma, al dotar al soberano de un poder absoluto habían erigido un Gran Definidor, un dispensador de significados comunes, una “razón pública” que busca terminar con la subjetividad y sofocar los intereses individuales para dar orden a la asociación política.

La creatividad política cobró nueva vida en la idea del Pacto social, a palabras de Wolin “La condición humana presentaba también posibilidades latentes que invitaban a los hombres a dominarlas, el desorden suscitaba el impulso a construir una sociedad”.

El contrato significaba la unión de fragmentos particulares que habían logrado crear una asociación política sobreponiendo el interés de la propia conservación de la vida a todos los demás. Se situó así al interés (en este caso movido por las pasiones de temor, deseo y esperanza) en el centro de la asociación política y se retomó con lo antes iniciado por Maquiavelo pero otorgándole ese principio totalizador que faltaba.

De esta forma, este consenso unificador permitía enfrentar la naturaleza de la nueva actividad política dominada por los intereses y compatibilizarla con un orden.

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