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Libro la República

Enviado por   •  4 de Enero de 2018  •  9.340 Palabras (38 Páginas)  •  336 Visitas

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SOBRE LA GIMNÁSTICA Y LA EDUCACIÓN GIMNÁSTICA:

Se opinaba sobre que era necesario preparar a los muchachos en cuanto a la gimnástica, sin embargo Sócrates opina en que no es necesario tener un cuerpo muy bien constituido para que proyecte bondad, sino que es el alma generosa la que permite mejorar o bien perfeccionar las virtudes. Lo mismo sucede en el caso de un guardián embriagado lo cual parece ilógico que no sepa en dónde se encuentra e incluso necesite de un guardián, por lo tanto ellos consideran que deben dejar de tomar licor.

Ellos esperaban que sus muchachos se desempeñaran en el atletismo con un alto grado de rendimiento, para participar en certámenes, basado en su alimentación y para lograrlo se piensa en un régimen de vida flexible, estando, como los canes, siempre en vela, tener sumamente aguzados vista y oído y, aunque cambien muchas veces de aguas y alimentos o padezcan soles y temporales en sus campañas, su salud no debe sufrir quebranto alguno.

SOBRE LA MEDICINA Y LOS MÉDICOS

Se consideraba como una completa vergüenza no solo ver en las personas de pocos recursos sino ahora también a las que se consideran haber sino educadas como personas libres la necesidad de un buen médico y juez. Como también el hecho del que no sólo pasa la mayor parte de su vida demandando y siendo demandado ante los tribunales, sino que incluso es inducido por su mal gusto a jactarse de esta misma circunstancia, y hace alarde de su habilidad para delinquir y su capacidad para dar toda clase de rodeos, recorrer todos los caminos y escapar doblándose como el mimbre con tal de no sufrir su castigo. De la misma manera les parecía vergonzoso obligar a los ingeniosos hijos de Asclepio a poner a las enfermedades nombres como

«flatulencias» o «catarros». Ante tantos nombres raros que hoy en día existen para las medicinas como yátrica, entre los Asclepíadas a ellos les parece extraño, porque antes del tiempo de Heródico no se conocía nada con ese tipo de nombres. El profesor de gimnasia perdió la salud, hizo una mixtura de gimnástica y medicina y comenzó por torturarse así mismo para seguir después torturando a muchos otros más. Por una muerte lenta, por no ser capaz, de sanar de su enfermedad, que era mortal, se dedicó a seguirla paso a paso y vivió durante toda su vida sin otra ocupación que su cuidado, sufriendo siempre ante la idea de salirse lo más mínimo de su dieta acostumbrada. Como es natural que suceda –dije– a quien no sabe que no fue por ignorancia ni por inexperiencia de esta rama de la medicina por lo que Asclepio no la transmitió a sus descendientes, sino porque sabía que en toda Estado bien regido le está destinada a cada ciudadano una ocupación a la que ha de dedicarse forzosamente, sin que nadie tenga tiempo para estar enfermo y cuidarse durante toda su vida.

Lo gracioso es que cuando un carpintero se enferma pide al médico que le dé una pastilla que le haga vomitar la enfermedad o que se la quite a través de una evacuación, si se le va con prescripciones de un largo régimen, aconsejándole que se cubra la cabeza con un gorrito de lana y haga otras cosas por el estilo, en seguida sale diciendo que no tiene tiempo para estar malo ni vale la pena vivir de ese modo, dedicado a la enfermedad y sin poder ocuparse del trabajo que le corresponde. Y luego manda a paseo al médico, se pone a hacer su vida corriente y, o se cura y vive en lo sucesivo atendiendo a sus cosas, o bien, si su cuerpo no puede soportar el mal, se muere y queda con ello libre de preocupaciones.

De este modo, diremos que pensaría en esto Asclepio cuando dictó las reglas de la medicina para su aplicación a aquellos que, teniendo sus cuerpos sanos por naturaleza y en virtud de su régimen de vida, han contraído alguna enfermedad determinada, pero únicamente para estos seres y para los que gocen de esta constitución, a quienes, para no perjudicar a la comunidad, deja seguir el régimen ordinario limitándose a librarles de sus males por medio de drogas y cisuras, mientras, en cambio, con respecto a las personas crónicamente minadas por males internos, no se consagra a prolongar y amargar su vida con un régimen de paulatinas evacuaciones e infusiones, de modo que el enfermo pueda engendrar descendientes que, como es natural, heredarán su constitución, sino al contrario, considera que quien no es capaz de vivir desempeñando las funciones que le son propias no debe recibir cuidados por ser una persona inútil tanto para sí mismo como para la sociedad.

De los jueces: Glaucón le decía a Sócrates que verdaderamente él considera preciso que hayan buenos médicos en el Estado por los cuales pasarían las personas en buen estado como las enfermas. Replicando que son buenos jueces los que han tratado con más personas con distintos modos de ser. Ante esto Sócrates responde: los médicos más hábiles –respondí– serán aquellos que, además de tener bien aprendida su profesión, hayan estado desde niños en contacto con la mayor cantidad posible de cuerpos mal dotados físicamente, y, no gozando ellos de muy robusta Constitución, hayan sufrido personalmente toda clase de enfermedades. Porque no es con el cuerpo, creo yo, con lo que cuidan de los cuerpos –pues en ese caso no sería admisible que ellos estuviesen o cayesen jamás enfermos–, sino con el alma, que, si es o se hace mala, no se hallará en condiciones de cuidar bien de nada. Exactamente –dijo Glaucón. En cambio, amigo mío, el juez gobierna las almas por medio del alma, a la cual no podemos exigir que se haya formado desde la niñez en el trato y familiaridad con otras almas malas ni que haya recorrido personalmente toda la escala de las acciones criminales solamente con el fin de que, basada en su propia experiencia, pueda conjeturar con sagacidad en lo tocante a los delitos de los demás como el médico con respecto a las enfermedades corpóreas.

Por eso –seguí– el buen juez no debe ser joven, sino un anciano que, no por tenerla arraigada en su alma como algo propio, sino por haberla observado durante largo tiempo como cosa ajena en almas también ajenas, haya aprendido tardíamente lo que es la injusticia y llegado a conocer bien, por medio del estudio, pero no de la experiencia personal, de qué clase de mal se trata. Por último el músico cultiva la gimnástica a través de pasos sugeridos y puede utilizar medicamentos en caso forzoso.

Sobre el verdadero fin de la gimnástica y su armonía con la música:

Sócrates dice que al ejercitarse en la gimnasia y hacer ejercicios, los lleva a un estímulo con vistas al mero vigor corporal, no como lo hacen los atletas ordinarios que

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