PROGRAMA DE FORMACIÓN GENERAL: FILOSOFÍA
Enviado por Antonio • 13 de Febrero de 2018 • 4.564 Palabras (19 Páginas) • 425 Visitas
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Protágoras defendía el relativismo y el convencionalismo de las normas, costumbres y creencias del hombre.
- Gorgias
Gorgias era de Leontinos, en Sicilia, vivió entre el 485 y el 380 a. c. Fue embajador en Atenas en el 427 a.C. donde se radicó. Contemporáneo de Protágoras. Fue uno de los grandes oradores griegos. Escribió un libro titulado Del no ser, donde afirmaba que no existe ningún ente, que si existiera no sería cognoscible para el hombre, y que si fuera cognoscible no sería comunicable. La filosofía viene a perderse en retórica y en renuncia a la verdad. Sostenía que para cada ocasión y para cada persona hace falta un comportamiento distinto, y entonces la moral es un instinto y no un conocimiento resumible en palabras y, por lo tanto, enseñable.
No obstante las críticas a los sofistas por su relativismo extremo, su escepticismo, su poca valoración de la verdad y la excesiva importancia a la retórica, tuvieron el mérito de provocar un constante avance en el conocimiento del lenguaje y de los procesos mentales discursivos, avance que culminaría en los primeros tratados sistemáticos de Aristóteles sobre el estilo literario, oratoria y principalmente la lógica formal. Además debemos resaltar que plantearon la primara pedagogía, que realmente merece ese nombre. Donde existía un propósito, un método, técnicas, conocimientos específicos y una evaluación. Los griegos denominaban a esta una Paideía.
Este corriente cultural, ya antes de su decadencia, tuvo que enfrentarse con uno de los espíritus más críticos y nobles de Grecia y aun de toda la historia humana, Sócrates.
2.2 Sócrates, Sabio de la Antigüedad y maestro de los hombres
A lo largo de la historia se suceden muchos acontecimientos cuya trascendencia no es posible determinar de inmediato. Los soldados de la batalla de Marathon, la batalla de Zama, los conspiradores contra Julio Cesar, los marineros que viajaban con Colón, los testigos del juicio contra Galileo o las señoras parisinas que participaron en la toma de la Bastilla; no eran conscientes del significado y alcance de su participación en un hecho histórico. De la misma forma los jueces y testigos de un juicio político realizado en Atenas hace veinticuatro siglos, en el 399 a.C. , no eran conscientes que estaban participando en uno de los acontecimientos más importantes de la historia. Un anciano de setenta años, sencillo y afable que no había ocupado jamás cargo social o político importante; que sólo había abandonado su ciudad natal durante el servicio militar, fue condenado a muerte. Se llamaba Sócrates.
Sócrates nació en 469 A.C, su vida llena la segunda mitad del siglo V ateniense; fue testigo de la época de máximo esplendo de su natal Atenas, cuando esta ciudad, bajo el gobierno de Pericles, se constituyó en el centro político y cultural de toda Grecia. Murió a los setenta años, en 399, cinco años después de la total derrota de Atenas a manos de Esparta, dando fin a la guerra del Peloponeso y finalizando también la gloria ateniense. Luego de su muerte durante el siglo IV, la filosofía griega alcanzaría su máxima plenitud con su discípulo Platón y con el discípulo de este Aristóteles. Era el hijo del escultor Sofonisto y la partera Fainarate. Sócrates tuvo una actuación digna y valiente como ciudadano y soldado; pero, sobre todo, fue el hombre del ágora[2], las calles y plazas de Atenas fueron testigo de sus conversaciones con todo tipo de personas sobre los más diversos temas. Estas conversaciones aparentemente triviales terminaban convirtiéndose en jornadas de reflexión y exámenes de conciencia. Sócrates consagro su vida a intentar enseñar a los demás el difícil arte de hacerse mejores. Pagaría este intento con su vida.
En Sócrates se fundían armoniosamente la vida y la doctrina. No hubo ariscas estridencias en este sabio; era, por naturaleza, un sincero amigo de los hombres, compartía sus desgracias y gozaba con sus alegrías.
Sus necesidades eran muy limitadas. Barylko nos presenta la siguiente anécdota, entre un sofista y Sócrates:
“Llevas una vida como ningún esclavo la soportaría; nunca se contentaría él con su alimento tan parco, con tan escasa bebida y vestidos tan pobres. Debo reconocer que nos das ejemplo de sobriedad”. Sócrates le responde: “¿Acaso te son más sabrosos tus platos suculentos que a mí el sencillo alimento que tomo? No pienses que la felicidad reside en un modo de vida lleno de superfluidades. Al contrario, yo pienso que se vive con los dioses cuando no se tienen necesidades. Quien menos necesidades tiene, más se acerca a la divinidad” (2005, p. 23).
Si nos preguntáramos cuál es, la principal aportación socrática a la filosofía, Julián Marías (2007) responde categóricamente que le debemos dos cosas: “los razonamientos inductivos y la definición universal, ambas cosas se refieren al principio de la ciencia” (p. 38). Cuando Sócrates pregunta, pregunta que es, por ejemplo, la justicia, pide una definición. Definir es poner límites a una cosa, y por ello, decir lo que algo es, su esencia; la definición nos conduce a la esencia, y al saber entendido como un simple discernir o distinguir sucede, por exigencia de Sócrates, un nuevo saber cómo definir, que nos lleva a decir lo que las cosas son, a descubrir su esencia. De aquí arranca toda la fecundidad del pensamiento socrático, vuelto a la verdad, centrado nuevamente en el punto de vista del ser, de donde se había apartado la sofistica. En Sócrates se trata de decir verdaderamente lo que las cosas son.
Sócrates no concebía el pensar como una actitud de aislamiento, el pensador no debía mantenerse encerrado en su casa, en su gabinete. Él se crió en la calle, en la plaza pública, y allí iba a encontrarse con la gente, compartir sus desgracias y gozar con sus alegrías, en discusión, en confrontación de ideas, en diálogo.
Sócrates aseguraba haber aprendido el oficio de pensar de su madre, que era partera. El buen filósofo es como una partera que puede ayudar al otro a extraer la verdad que guarda dentro de sí. ¿Cómo? A través del diálogo. Porque el hombre más ignorante e inculto guarda en su interior la verdad, solo hay que ayudarlo a darla a luz. Dialogando con él, conduciéndolo con preguntas a la movilización, a la introspección, hasta que permanecía adormecida en su interior. A este método él lo denominara mayéutica.
Esta y no otra es la idea básica de la educación: la función del maestro consiste en ayudar al alumno a gestar la verdad, a producirla. Sócrates sondeó a
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