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Rasgos importantes de la antropología de San Agustín

Enviado por   •  11 de Enero de 2019  •  4.190 Palabras (17 Páginas)  •  640 Visitas

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Ese mismo año (383) se trasladó a Roma, donde abrió una escuela. Un año más tarde obtuvo la cátedra de retórica en Milán. Allí asistió a los sermones de San Ambrosio, que influyeron en su conversión. Por fin, en 386 encuentra en el cristianismo la verdad que ambicionaba. Abandonó temporalmente su cátedra, y se retiró a Casiciaco, en los alrededores de Milán para prepararse al bautismo. En aquel retiro escribió sus primeras obras: Contra Académicos, De beata viva, De ordine, Soliloquios. En el 387, el día de Sábado Santo, a sus treinta y tres años, recibió el bautismo de manos de San Ambrosio. Ese mismo año murió su madre y regresó a Roma en donde escribió los siguientes tratados: De quantitate anime, De moribus Ecclesiae catholicae et manichaeorum, De libero arbitrio.

En el 391 fue ordenado sacerdote, trasladándose a Hipona. En el 395 fue consagrado obispo auxiliar de Hipona. Cuando murió el obispo Valerio, le sucedió, ocupando el puesto hasta su muerte. Además de las controversias contra los maniqueos y los donatistas, también hizo frente al pelagianismo, que negaba el pecado original. En la controversia pelagiana, San Agustín aclaró las relaciones entre la gracia y la libertad humana.

En el 429, los vándalos pasaron de España a África, poniendo sitio a Hipona en el verano del 430. San Agustín murió durante el asedio a la ciudad, el 28 de agosto del 430.

LA LIBERTAD HUMANA COMO BIEN

Antes de pasar a considerar directamente la doctrina de San Agustín sobre la libertad, conviene tener en cuenta algunos rasgos de vital importancia de su antropología; de este modo podremos percibir que Agustín pone la raíz de la libertad en el alma, una parte del compuesto humano: alma-cuerpo. El alma es el principio de vida y de movimiento, y lo expresa mediante el cuerpo material, que también es parte importante del hombre.

- Rasgos importantes de la antropología de San Agustín.

Importante es destacar que a los ojos de San Agustín, el hombre representaba un enigma y un gran milagro. El hombre es un alma que se sirve de un cuerpo. Y sus perfecciones no son sino participaciones, según un más o menos, del Bien que es Dios, la Esencia Plena que los ha creado. En efecto, por la creación, toda realidad es buena en la medida que es, según el grado de ser que posea, como participación del Ser del Creador[1].

- El hombre

San Agustín, define al hombre tomando en cuenta dos grandes corrientes antropológicas: la corriente bíblica-paulina del hombre, imagen de Dios y ser caído en la culpa, y la corriente griega del hombre racional. El hombre sería una unidad dual: alma racional y cuerpo material; un ser contingente, finito y, relativamente perfecto, y un ser racional. En el hombre hay cierta masa de carne y hermosura de forma; sin embargo, este cuerpo no tiene origen diabólico ni es una masa de corrupción, no es una cárcel en la que haya sido encerrada el alma para purgar los pecados pasados.

Ciertamente en ocasiones, San Agustín habla del cuerpo como cárcel, pero en un sentido espiritual, en cuanto que el cuerpo es cárcel del alma, para el alma el cuerpo, la carne es un peso.

- Unión entre cuerpo y alma

Respecto a la unión entre cuerpo y alma destaca un fragmento de La ciudad de Dios: «Conocemos por testimonio de nuestra misma naturaleza que el cuerpo está unido al alma para que el hombre sea entero y completo: corpus animae cohaerere ut homo totus et plenus sit»[2].

El hombre es alma y carne: “totus homo anima et caro est”, el hombre consta de alma racional y carne mortal. El alma es el principio de vida, “el alma forma también, juntamente con el cuerpo, único principio de operación, usando de él como instrumento unido”[3]. Con el cuerpo, el hombre obra lo que Dios manda hacer para remediar tantas necesidades. Prueba de ello, expresa el Hiponense, son las tantas buenas obras que los santos hacen con el cuerpo. La unión entre alma y cuerpo es tan profunda que, a pesar de ser distintos, ejercen una influencia mutua y natural. Todo cuanto hace el alma tiene algún reflejo en el cuerpo. «La unión de lo somático y espiritual no es un accidente, sino un gran misterio, que, a pesar de todos los esfuerzos del pensamiento, sigue siéndolo, y sólo podemos notarlo por ciertos efectos y operaciones que el principio superior o alma produce en el inferior»[4].

San Agustín también resalta un rasgo importantísimo del ser humano, que lo distingue de los demás seres: «El alma humana posee algo de que carecen las bestias, que también tienen alma y se llaman animales: el entender y el saber, el discernir el bien y el mal; en esto fue hecho a imagen y semejanza de Dios». El Espíritu-imagen de Dios que posee el hombre-por la luz eterna que resplandece en él, comprende una trinidad: ser, verdad y amor; una trinidad psicológica en que se refleja la divina.

- Don de libertad, y libre albedrío

En la creación le fue concedido al hombre un privilegio: la libertad. Sin embargo, esta facultad fue corrompida por el pecado de nuestros primeros padres, llegando a convertirse en un libre albedrío.

LIBERTAD Y LIBRE ALBEDRÍO

- El Problema del Mal

- El mal, una imperfección de la voluntad

San Agustín trata el tema de libertad conjuntamente con el tema del mal. Primeramente hace una distinción entre males físicos y males morales. Los primeros no son propiamente males, sino privaciones queridas por Dios en vistas del total bien del universo. El único mal verdadero es el mal moral, el pecado, porque procede de la voluntad libre de las criaturas racionales, específicamente el hombre.

Siendo Dios bueno, es claro que no puede obrar mal ni puede crear el mal. Dios ha creado todo bueno; las perfecciones de las criaturas no son más que una participación, según un mas o menos, del Bien en sí que es Dios, el Ser Perfectísimo en Esencia. Por consiguiente, si decimos que por la creación toda la realidad es buena en la medida en que es, la libertad ha sido buena desde un principio, porque ha sido creado y otorgado al hombre desde el momento de la creación. El mal, aunque exista, no pudo haber sido creado por Dios[5]. San Agustín considera la voluntad humana como buena en sí misma, aunque no por ello esté exento de la posibilidad de poder fallar y equivocarse.

San Agustín en su obra De libero arbitrio proclama que “Nuestra voluntad no sería voluntad si no

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