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Albores de la revolución americana.

Enviado por   •  4 de Julio de 2018  •  9.916 Palabras (40 Páginas)  •  275 Visitas

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Poco después, sin embargo, surgía una nueva organización, la Federación Americana de Trabajo (AFL, 1886), que repudiaba la violencia como forma de lucha, así como la propaganda revolucionaria, utilizando, generalmente, el paro para lograr la mejora de horarios o salarios de los trabajadores, a pesar de que la afiliación sindical nunca fue muy alta (la AFL tenia 500.000 miembros en 1900). De las restantes centrales sindicales, cabe destacar la de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW, 1904), de inspiración xnr.ialista y anarquista, cuyos métodos violentos atraerían duras represiones por parte de las autoridades, dispuestas a emplear no solo la policía, sino las milicias y las tropas federales para lograr el restablecimiento del orden.

Los excesos derivados del triunfo del gran capitalismo suscitaron también una tentativa reformista canalizada a través de un movimiento político. En 1890, el Congreso había aprobado una primera medida contra los monopolios, la ley Sherman anti-trust, que, paradójicamente, únicamente fue utilizada para dificultar la sindicación de los obreros. Pero, en las elecciones de 1892, y luego en las de 1896, hizo acto de presencia un tercer partido junto a los habituales de republicanos y demócratas. El partido del Pueblo (People's Party) pretendía, entre otras cosas, una nueva legislación sobre bancos y empresas, la desprivatización de los ferrocarriles, un impuesto progresivo sobre la renta, y -en el terreno de las instituciones políticas- la obligatoriedad del voto secreto y la elección directa de los senadores. El «populismo» nació, por tanto, como una protesta por el excesivo poder acaparado por los poderosos y como un proyecto para establecer un más directo control del gobierno por los sectores populares.

Aunque sus éxitos electorales fueron limitados, significó el anuncio de una actitud de exasperación provocada por la corrupción y el mal gobierno de las élites capitalistas. Esta misma actitud impregnará a un sector del partido republicano, dirigido por Theodore Roosevelt, que buscó el saneamiento de los gobiernos municipales y el control de calidades y precios de los productos industriales o de los servicios públicos. El «progresismo» republicano empezó introduciendo leyes de contenido social y laboral, y reformas constitucionales en los Estados antes de dejarse sentir en el gobierno federal. Se anunciaba ya el giro hacia el liberalismo social.

La guerra de Cuba y la hegemonía continental

El poderío en constante aumento de los Estados Unidos y la cada vez más amplia presencia de sus intereses en el resto del mundo se manifestaron en el proceso expansivo que tuvo lugar a partir de la conclusión de la guerra civil, evidenciando que el país no entendía haber llegado al término de su crecimiento con la ocupación de la ancha faja territorial entre las Trece Colonias y Oregón y California. Paralelamente a la colonización del Oeste -cuyo éxito llevó a la admisión de otros nueve Estados en la federación entre 1860 y 1900-, los Estados Unidos estaban intensificando su acción en todo el Pacífico Norte. La compra de Alaska a Rusia (en 1767, por 7 millones de dólares) y la ocupación y anexión de una serie de islas en las rutas hacia el Extremo Oriente -Midway, Sa-moa, Hawai- indican la importancia adquirida por el comercio asiático y el propósito de erigirse en dueños indiscutibles de aquel gran espacio marítimo intermedio. La intervención de tropas estadounidenses en China en 1900, con motivo de la guerra de los bóxers y el sitio de Pekín, indica que los Estados Unidos ocupaban ya naturalmente un lugar entre las viejas potencias empeñadas en mantener un cierto orden en todo el mundo.

Es cierto, sin embargo, que, en 1900, la condición de gran potencia de los Estados Unidos había quedado ya claramente establecida. La victoria sobre España había sido la prueba. Previamente, la misma Gran Bretaña, con la que, en 1850, Washington se había contentado con negociar el dominio no exclusivo de una posible ruta interoceánica a través de Centroamérica (tratado de Clayton-Bulwer), había sido obligada, en 1895, a someterse al arbitraje estadounidense de sus diferencias con Venezuela acerca de los límites de la Guayana.

La intervención de Washington en el problema cubano respondía a una tendencia expansionista conocida desde los días de Monroe. La isla, en la que ahora se invertían importantes capitales estadounidenses -en plantaciones y centrales azucareras, en compañías mercantiles-, había sido ya codiciada como ampliación del Sur esclavista. Ahora, el presidente McKinley aseguraba que a su gobierno le preocupaba la existencia de aquel foco conflictivo, donde luchaban cubanos y españoles, tan próximo al territorio estadounidense, y la opinión pública podía conmoverse con la descripción de los sufrimientos que el gobierno colonial español hacía padecer a los cubanos que luchaban por su independencia. En realidad, al imponer su arbitraje entre el gobierno español y los insurrectos, los Estados Unidos daban un paso más en el cumplimiento de su «destino manifiesto», el de potencia hegemónica del continente. El país se hallaba deseoso de cosechar los laureles que podía ganar mediante el empleo de sus ya formidables armamentos navales, que le otorgaban, según el teórico Mahan, con el dominio del mar, una decisiva influencia en la Historia.

La explosión fortuita del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana sirvió para que el presidente McKinley obtuviera del Congreso, el 19 de abril de 1898, la declaración de guerra contra España. Dos poderosas escuadras enviadas hacia Filipinas y hacia Cuba derrotaron, sin esfuerzo alguno, a las anticuadas unidades navales españolas en las batallas de Cavite y Santiago. La inmediata petición de paz del gobierno de Madrid evitó que, en el siguiente movimiento, la navy atacase las Canarias. En diciembre, España cedía a los Estados Unidos las islas de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. El imperio de Washington en América y Asia era ya un hecho.

En 1903, los Estados Unidos concedieron la independencia a Cuba, no sin reservarse previamente la base naval de Guantánamo y constituir, mediante la «enmienda

Platt» a la Constitución de la nueva república, un verdadero protectorado sobre ella, puesto que el gobierno estadounidense se reservaba el derecho a intervenir militarmente en la isla si consideraba amenazados sus intereses. Este mismo año, además, el presidente Theodore Roosevelt daba un nuevo y decisivo paso para el afianzamiento de los intereses económicos y estratégicos del país en el Caribe y el istmo al provocar la independencia de Panamá, logrando, de este modo, toda suerte de facilidades

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