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Chartier Cap 1 (espacio publico, critica y desacralizacion en el siglo XVIII)

Enviado por   •  15 de Mayo de 2018  •  6.230 Palabras (25 Páginas)  •  446 Visitas

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Cabe preguntarse si el peligro es evitable. ¿Deberíamos, acaso, inspirados en la counterfactual history, actuar como si ignoráramos de qué manera termina la década de 1780? o, más aún, ¿poner la Revolución entre paréntesis y suponer que no ha tenido lugar? Sin duda, la apuesta se podría intentar con éxito. Pero, en este caso, ¿a partir de qué pregunta y con qué principio de inteligibilidad organizar el interrogante de las múltiples series de discursos y prácticas, que al cruzarse entretejen lo que se ha dado en llamar la cultura del siglo XVIII francés? La historia, desembarazada de toda tentación teleológica, correría así otro riesgo: no ser más que un inventario indefinido de hechos desarticulados, abandonados a su inquietante incoherencia por la desaparición de la hipótesis que proponía su posible metodización. Por ende, quiérase o no, hay que trabajar en el espacio trazado por Mornet (y antes que él, por los revolucionarios) y considerar que no hay aproximación posible a un problema histórico fuera del discurso historiográfico que lo ha construido. La cuestión planteada por Les Origines intellectuelles de la Révolution française -la de la relación que vincula las ideas formuladas y difundidas por la Ilustración al acontecimiento revolucionario- será pues para nosotros una problemática a la vez aceptada y cambiada, heredada y cuestionada.

Taine: de la razón clásica al espíritu revolucionario

La relación que Mornet mantuvo con los historiadores que lo precedieron no es de otro orden. En su libro, hay dos referencias fundamentales: una reiterada, discutida, refutada -L'Ancien Régime de Hippolyte Taine, publicado en 1876-; la otra, discreta, mencionada como al pasar: L'Ancien Régime et la Révolution de Alexis de Tocqueville, publicado en 1856. Detengámonos por un momento en estas dos obras esenciales en la historiografía revolucionaria. A Taine, Mornet le hace una doble crítica. Le reprocha, ante todo, llegar precipitadamente a la conclusión de la generalización precoz del "espíritu revolucionario" fundándose en el testimonio de textos demasiado famosos, poco numerosos y, además, interpretados en sentido contrario. A su parecer, reconstituir el progreso de las ideas nuevas exige otras consideraciones que intenten medir su penetración (o la resistencia que se le opone) a partir de un conjunto tan vasto como sea posible, de testimonios tomados de otras fuentes ajenas a la literatura o la filosofía: memorias, diarios publicados, cursos dictados, debates académicos y masónicos o cahiers de doléances (listas de quejas redactadas en 1789). Es verdad que, en la obra de Mornet, la puesta en práctica de la exigencia es a menudo torpe e inacabada, más enumerativa que cuantitativa, conformándose con series heterogéneas e incompletas. Pero la preocupación que expresa, fiel en general al programa diseñado por Lanson en la década de 1900, ha servido de base, sin embargo, a las investigaciones que, en estos últimos veinte o veinticinco años, han renovado profundamente la historia cultural francesa, llevándola hacia los corpus masivos, los tratamientos en serie, los hombres comunes.

Se le hace a Taine un segundo reproche: al afirmar que el "espíritu revolucionario" ya estaba totalmente formado en la antigua sociedad, llevado a sus consecuencias más extremas por los Filósofos, Taine vuelve a dar vida a la vieja teoría del complot, a la tesis de la revolución programada. Según Mornet, la idea no es aceptable: "Un Lenin, un Trotsky quisieron una determinada revolución; la prepararon y la realizaron, y por último la dirigieron. Nada semejante ocurrió en Francia. Los orígenes de la Revolución son una historia, la historia de la Revolución es otra". La observación es valiosa y abre camino a todas las reflexiones que hacen una distinción entre la Revolución como algo inserto en un proceso a largo plazo, en una constelación de determinaciones que hacen que ocurra, y la Revolución como acontecimiento que instaura, por su dinámica propia, una configuración política y social de ningún modo reducible a las condiciones que la hicieron posible. Aun suponiendo que la Revolución tenga realmente orígenes (intelectuales, culturales o de otro tipo), no por ello su propia historia se encierra en esos orígenes.

Con todo, la doble crítica de Mornet pasa por alto, sin duda, lo que constituye la paradójica originalidad del libro de Taine, a saber, la genealogía que hace remontar el "espíritu revolucionario" a su matriz: el clasicismo francés. En una carta de 1874 dirigida a Boutmy, Taine enuncia así su proyecto: "Se trata de demostrar que Boileau, Descartes, Lemaistre de Sacy, Corneille, Racine, Fléchier, etcétera, son los ancestros de Saint-Just y de Robespierre. Lo que los retenía era el hecho de que el dogma monárquico y religioso estuviera intacto; una vez desgastado este dogma por sus excesos y demolido por la visión científica del mundo (Newton citado por Voltaire), el espíritu clásico produjo, fatalmente, la teoría del hombre natural abstracto y el contrato social". Más allá de la Ilustración, la Revolución se arraiga en el triunfo de la "razón razonadora" del clasicismo. Al sustituir "la plenitud y la complejidad de las cosas reales" por un "mundo abstracto", al reemplazar al individuo real -tal como efectivamente existe en la Naturaleza y en la Historia- por el "hombre en general", el espíritu clásico le ha dado su estructura al pensamiento filosófico, al mismo tiempo que ha socavado los fundamentos consuetudinarios e históricos de la monarquía.

La negación de la realidad que se halla en el epicentro del clasicismo llegará a su perfección en el desarraigo "aculturante" querido por los hombres de la Revolución: "En nombre de la razón que sólo el Estado representa e interpreta, se emprenderá la tarea de deshacer y de rehacer, conforme a la razón y sólo a la razón, todas las costumbres, las festividades, las ceremonias, la vestimenta, la época, el calendario, el sistema de pesos y medidas, los nombres de las estaciones, los meses, las semanas, los días, los lugares y los monumentos, los apellidos y nombres de pila, el tratamiento de cortesía, el tono de los discursos, la manera de saludar, de abordarse, de hablar y de escribir, de modo tal que el francés -al igual que antaño el puritano o el cuáqueroreestructurado hasta en su fuero interno, manifiesta en los más mínimos detalles de su acción y de sus apariencias el predominio del principio todopoderoso que lo renueva y de la lógica inflexible que lo rige. Será la obra final y el triunfo completo de la razón clásica".

¿Habría que ver allí

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