El final del sueño

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En julio de 1968 se inició el verano caliente: los granaderos, siguiendo sus costumbres, oprimieron brutal y desproporcionadamente un pleito estudiantil que jóvenes preparatorianos sostuvieron en la Ciudadela de la capital, precisamente la zona terrible de la decena trágica de 1913. (Agustín, 1992: 276)

Indignados, los estudiantes declararon huelga y organizaron una manifestación de protesta el 26 de julio, la cual coincidió con el mitin que el Partido Comunista Mexicano llevaba a cabo cada año para conmemorar la Revolución en Cuba. La nueva manifestación estudiantil fue reprimida con mayor violencia, los estudiantes enfurecieron más aún y constituyeron un Comité Nacional de Huelga (CNH). Los estudiantes para entonces eran casi de todas las escuelas preparatorias y superiores, el CNH propuso un plan de seis puntos para solucionar todo: destitución de altos jefes de la policía, supresión del cuerpo de granaderos y del delito de disolución social, liberación de presos y arrestados e indemnización a familiares de estudiantes muertos o heridos.

Después de las fiestas patrias, el ejército invadió la hasta entonces inviolable Ciudad Universitaria, e hirió y arrestó a muchos. Poco después las tropas sitiaron el Casco de Santo Tomás tras un asedio sangriento, y el 2 de octubre, a escasos 10 días de la inauguración de los juegos olímpicos, el gobierno prohibió ominosamente una nueva manifestación y el CNH se conformó con un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

“Allí tuvo lugar la acción del ejército y del grupo militar Batallón Olimpia” (Agustín, 1992: 282), que simuló una provocación de supuestos francotiradores para que el ejército interviniera al ver que se les disparaba a ellos y a los asistentes del mitin. En las listas oficiales se contaron 30 muertos y 87 heridos, y se calculaba que en el Campo Militar Número Uno cuando menos había mil 500 detenidos.

El movimiento estudiantil y la contracultura de los años sesenta en realidad formaron caras dela misma moneda, que se conoció como “el 68”. Para una porción cada vez mayor de gente quedaba claro que México cerraba una etapa, despertaba del sueño que se inició en 1940 y que se caracterizó por el desarrollismo y la modernización capitalista del país.