GLOSARIO DE CONCEPTOS POLÍTICOS POCO USUALES.
Enviado por John0099 • 25 de Febrero de 2018 • 4.322 Palabras (18 Páginas) • 541 Visitas
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En la primera mitad de siglo XIX se creyó firmemente que México era un país inmensamente rico. Esta idea había sido difundida por diversos estudiosos de este territorio, encabezados por el científico alemán Alejandro von Humboldt, que visitó la Nueva España en los inicios del siglo y estudió durante un año sus riquezas naturales. Sin embargo, la larga guerra de independencia acabó con la prosperidad económica del antiguo virreinato y la riqueza mexicana se convirtió en una leyenda.
El abandono de las tierras de labranza y de las minas en producción, los nuevos obstáculos al desarrollo comercial y la descapitalización de que fue objeto el país desde la Independencia y la expulsión de españoles llevó al país naciente a un endeudamiento creciente con la consiguiente dependencia del exterior. México surgió endeudado y en bancarrota, pero confiado en la riqueza potencial con que la naturaleza dotó a su territorio.
Frente a un Estado pobre existía una Iglesia rica. En 1833, José María Luis Mora calculó que los bienes de esta institución ascendían a 179 millones de pesos, que bastarían para superar la bancarrota nacional. Se llegó a afirmar que la Iglesia era la propietaria de las tres cuartas partes de las tierras de cultivo, y no faltó quien atribuyera a ello la crisis económica del Estado.
Es difícil cuantificar con exactitud los caudales del clero, debido a que la corporación gozaba de fuero y sus propiedades escapaban al control del gobierno; sin embargo, la riqueza de la Iglesia era ostensible, y su contraste con la pobreza del erario resultaba notable.
El nada halagüeño panorama económico se agravó por la inestabilidad política, que dio lugar a un ciclo de permanente retroalimentación: las carencias económicas empujaban a la crisis política, y ésta condicionaba el atraso económico. No obstante las privaciones sufridas por el pueblo mexicano, éste no cesó en su lucha por las ideas a cambio de un bienestar económico, ni se sometió al extranjero con el señuelo de un quimérico progreso. Ante la falta de un Estado organizado y las constantes revueltas armadas para dirimir los conflictos políticos, apareció en la escena nacional el caudillo militar, cuya fuerza aumentó con cada asonada y aún más con las intervenciones extranjeras.
El primer ejército del México independiente estuvo formado en su mayoría por militares del antiguo ejército virreinal y sustentado en las ordenanzas españolas. Las milicias provinciales y los combatientes insurgentes fueron, en general, relegados. Por su origen colonial, mantuvo su estructura y privilegios hasta el triunfo de la Reforma y en general no cumplió con su misión como instrumento del Estado para el control y defensa del territorio nacional. Fue una institución nacida en el antiguo régimen que intentó sobrevivir en el mundo moderno, y por ello se convirtió en un factor de desestabilización y conflicto, pues no encajaba en el sistema político y económico que se construía en el mundo y que no correspondía al país que se supone debía proteger.
La transformación de un ejército virreinal a uno republicano significó una labor titánica en vista de los numerosos obstáculos e inercias que debían de ser vencidas para conseguirlo: la primera dificultad fue la inexistencia de una unidad de mando, ya que éste debía dividirse entre la autoridad central y los jefes al frente de tropas en las diferentes regiones del país.
La profesión de las armas resultaba atractiva para algunos segmentos de la sociedad, ya que además de la obtención de ingresos y la protección del fuero militar se les abría la posibilidad de una carrera política debido a que los mecanismos que facilitaran la participación de los individuos en esta materia eran prácticamente inexistentes; por ello, la pertenencia al ejército se convirtió de manera práctica en la única forma de ascenso político.
El perpetuo estado de guerra que se mantuvo durante las primeras décadas de nuestra independencia acrecentó la influencia política del ejército y fortaleció su autonomía respecto de los poderes civiles, con los que con frecuencia entraba en franca oposición.
La corporación militar se identificó con la eclesiástica y unió sus fuerzas a ella en defensa de sus correspondientes fueros. Así, a falta de partidos políticos, la Iglesia sirvió de aglutinante a las corrientes conservadoras. La corporación eclesiástica constituía una institución política de carácter universal que hacía imposible la existencia de un Estado nacional, de ahí que la Reforma se convirtiera en una necesidad para la subsistencia del propio Estado.
A falta de unidad nacional, durante la primera mitad del siglo XIX la religión católica fue un lazo de unión entre los mexicanos; pero al mismo tiempo, la alta jerarquía eclesiástica obstaculizó la formación de su Estado nacional. Esto fue así en primer lugar porque la Iglesia negaba el principio de soberanía nacional, esencia del Estado moderno, y además porque al defender sus privilegios coloniales llevó a la sociedad a una polarización total. Así, mientras la religión fue un lazo de unión, el clero se constituyó en el factor de división del pueblo de México.
Aunque evidentemente las condiciones de México en el siglo XIX no correspondían a las del medioevo europeo, es posible considerar al Estado existente antes de 1855, como una especie de Estado “estamental”. Dicho Estado se caracterizó por la falta de unidad del poder estatal, en virtud de que este poder era compartido por su depositario formal y por quienes poseían fuerza política, económica y social. En el Estado estamental las facultades se ejercían a manera de privilegios y las desigualdades económicas y sociales constituían su justificación.
Si consideramos que un Estado soberano supone la negación de cualquiera subordinación a otra potestad, veremos que para que esa independencia absoluta se produzca, se requiere la existencia de una sociedad civil, autónoma de los dictámenes e intereses de las corporaciones de toda índole. El Estado nacional no podía existir en México mientras subsistieran las corporaciones privilegiadas, contrarias, por su naturaleza misma, a ese Estado.
La historia del siglo XIX menciona como los momentos culminantes de la lucha entre el Estado y la Iglesia, las Reformas de 1833 y de 1859. Ambas fueron distintas en sus métodos, aunque persiguieron el mismo fin: limitar el poder político de la Iglesia, que contaba con gran fuerza económica.
En cuanto al importante poder económico de la Iglesia católica en México, sus raíces se remontan hasta la Nueva España, cuando fueron dados “con mano larga bienes
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