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Lo que todo mexica o azteca aprendía a principios del siglo XVI

Enviado por   •  5 de Noviembre de 2018  •  1.124 Palabras (5 Páginas)  •  491 Visitas

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continuador, que de un salto se levanta y sale corriendo a la pileta de agua fría para bañarse como le ha

enseñado su padre, como es la costumbre. Ya tiene siete años y dentro de poco irá al Calmecac para

convertirse en sacerdote. Ahí solamente reciben muchachos fuertes física y mentalmente.

Los tres regresan a la cocina y se sientan en el petate del lugar. Las tortillas recién hechas están

acumuladas en el tascal. Hay tamales, atole de chía, rebanadas de jitomate, uno que otro aguacate,

chile de varias especies y si quieren, un poco del chocolate que se hizo para la cena de la noche

anterior. Se usan tazas y platos de barro. También emplean cucharas de madera perfectamente pulida

por artesanos del otro lado del lago de Texcoco, los chalcas. Los cuchillos de obsidiana que son tan

filosos que pueden cortar sin problema carne de venado, de guajolote o de tepezcuintle.

Al finalizar, Cuetzpalin sale y con tortilla quemada se lava perfectamente la dentadura. Esa dentadura

tan blanca que es la envidia de muchos pochtecas como él, sobre todo cuando están viajando al

territorio de los zapotecas, o por los caminos que llevan a Cholula.

Lo que siempre le ha gustado a Cuetzpalin es el lugar donde está su casa, ubicada al sur de la Gran

Ciudad, a unos cientos de pasos de la calzada de Iztapalapa. ¡Tan hermosa! Tan ancha que caben

haciendo fila más de 50 tamemes y tan larga, que se requieren más de 200 tamemes en fila para

cruzarla de punta a punta.

Y no se diga la vista que está hacia el oriente: a lo lejos se ven las cimas nevadas del Iztaccíhuatl y el

Popocatépetl.

¡Pero basta! Tiene que empezar a organizar el siguiente viaje: ¿A dónde le corresponde dirigirse? ¿Con

los totonacos o con los mayas de las Hibueras? No lo sabe aún. Para eso tiene que ir hoy mismo a

platicar con el calpixque del palacio del gran señor, el tlatoani Moctezuma Xocoyotzin.

Así que a vestirse. No es momento de flojear, hay que trabajar. Se vuelve a cambiar el taparrabo y

selecciona uno de color azul. Se coloca una hermosa manta de algodón blanco. Se calza unos

huaraches elaborados por los artesanos de más allá del Papaloapan y listo.

Se despide de su esposa, madre e hijos y se dirige a la puerta. Antes de salir toma una punta de

maguey y se pica el pulgar de la mano derecha. Sale una gota de sangre que la embarra en la cara de

su dios básico. Bien sabe que su dios familiar estará contento con su ofrenda. Cada sacrificio realizado

en cada casa hará más fuertes a todos los Dioses y no los abandonarán nunca porque son su pueblo

elegido. El poderoso pueblo mexica.

Con esta idea que repite cada día antes de salir de casa, toma por las calles de México-Tenochtitlan y

se dirige caminando hacia el Palacio de Axayácatl.

Sabe que regresará al atardecer. Pero para ese momento ya sabrá su destino y traerá consigo la tira de

tributos del pueblo al que le mandaron ir.

Su labor es importantísima.

Ser pochteca es un honor y un privilegio, no en balde su dios protector es el poderoso y sabio

Quetzalcóatlipios

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