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Tema 2 - EL PECADO COMO FRUSTRACIÓN DE LA VOCACIÓN DEL HOMBRE

Enviado por   •  1 de Abril de 2018  •  3.808 Palabras (16 Páginas)  •  492 Visitas

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Suelen pensar que los otros son mejores, se dejan usar por los demás, como si fueran cosas. Piensan: “No sirvo para nada”, “nadie me quiere”, “no sé hacer nada”, “soy una porquería”….

Esto también es una mentira, un engaño.

c) “POR ESO, EL HOMBRE SE DESGARRÓ INTERIORMENTE…”

¿Por qué? Porque las personas estamos llamadas a ser felices siendo plenamente aquello que somos en verdad: personas; esta es nuestra vocación. Pero al hacernos “hombre-dios” u “hombre-cosa” nos engañamos a nosotros mismos, traicionando nuestra propia vocación, ya que no somos cosas ni somos Dios; somos personas. “Jugar a ser Dios” nos queda grande y “jugar a ser cosa” nos queda chico. Por eso nuestro corazón no puede estar en paz, feliz, satisfecho. En el fondo, el pecado es no responder a nuestra propia vocación, al llamado profundo a ser quienes debemos ser.

Por eso, el pecado es una auto-estafa, es auto-boicotear nuestra propia posibilidad de ser felices al máximo. El pecado en definitiva es la frustración de nuestra propia vocación.

Si el pecado es la frustración progresiva del ser humano y el daño del hombre emprendido por él mismo, entonces el verdadero “castigo” del pecado es el pecado mismo. Utilizando una imagen vulgar, podríamos decir que pecar es como escupir para arriba. “¿Es a mí al que agravian? ¿No es más bien a ellos mismos, para su propia confusión? (Jer 7,17-19)

d) “ENTRARON AL MUNDO EL MAL, LA MUERTE Y LA VIOLENCIA, EL ODIO Y EL MIEDO. SE DESTRUYÓ LA CONVIVENCIA.” (Dimensión social del pecado, pecado social y pecado estructural[3])

El pecado en sentido verdadero y propio, es siempre un acto personal (de la persona), porque es un acto de libertad humana en particular; pero debido a que las personas somos seres sociales y en relación, el pecado personal siempre afecta a otros. Por eso, todo pecado tiene una DIMENSIÓN SOCIAL.

Como vimos, al ponerse él mismo en el lugar de Dios, los demás quedan abajo; al poner a otra persona en el lugar de Dios, él mismo queda abajo; y al poner las cosas en el lugar de Dios, las personas valen menos que las cosas. Este es el origen de la injusticia, el mal, la violencia, el odio y el miedo.

Algunos pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como PECADOS SOCIALES. Es social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona. Todo pecado es una agresión a los derechos fundamentales del ser humano. Es pecado social todo pecado contra el bien común.

Por otra parte, los hombres han ido construyendo estructuras sociales, económicas, políticas o culturales que son pecaminosas (deshumanizantes) por el propio funcionamiento de su lógica, casi independientemente de las intenciones de las personas involucradas en estas estructuras. A esta realidad se la denomina PECADO ESTRUCTURAL.

Al hablar de pecado estructural se piensa en un complejo de mecanismos al mismo tiempo sociales, políticos, económicos, ideológicos y hasta religiosos que, si bien suponen el elemento humano como responsable último, una vez establecidos funcionan con cierta autonomía. El acento no recae en las personas o en los grupos, aunque no se los excluye. El acento está en los mecanismos. Pensemos por ejemplo en el consumismo, en la corrupción, en las dictaduras, en los regímenes totalitarios, en los fundamentalismos religiosos, en el sistema capitalista que margina a tantos, en la enorme brecha entre Primer Mundo y Tercer Mundo. No son pecados “personales”, ya que no se le pueden adjudicar a “una” persona sino que son “estructuras de pecado”.

Pongamos un ejemplo. En una sociedad esclavista, por mejor cristiano que sea el amo de un esclavo, y por mejor que él trate a sus esclavos, la relación de esclavitud es mala en sí misma. Pero, lo peor, es que en una economía esclavista, este amo cristiano no puede prescindir de los esclavos. Pues sin esclavos no hay producción, ya que no hay trabajadores asalariados en este sistema social. La maldad de esta estructura económico-social es independiente de la buena o mala intención o del grado de honestidad de las personas. Es claro que hay alguna diferencia en la vida concreta de un esclavo si su dueño es una persona violenta o no, pero la situación fundamental no cambia.

Este concepto fue una gran novedad porque desde los tiempos antiguos hasta el surgimiento de las teorías sociales modernas, se creía que la forma como la naturaleza y la sociedad funcionaban venía directamente de la voluntad divina, de fuerzas sobrenaturales o de la propia naturaleza. Siendo así, nadie cuestionaba el orden natural de las cosas y todos veían el orden social también como una forma de orden natural. Por eso, ante el mal, toda la atención recaía sobre la moralidad de las personas involucradas.

En este tipo de teoría el único camino para construir una buena sociedad era educar o convertir a todas las personas para que aceptando su lugar y su misión dentro del orden natural de las cosas o de la voluntad divina, actuaran de modo correcto y adecuado. En el fondo es la idea de que cambiamos el corazón y la mente de todas las personas y el mundo será bueno y justo. Se pensaba por ejemplo, en ser buenos y solidarios con los pobres, pero no en erradicar la pobreza.

Pero más allá de los cambios personales es preciso cambiar también las estructuras económicas, políticas y culturales de la sociedad y la forma de organizar y funcionar de las principales instituciones.

La noción de pecado estructural indica que, en la dinámica social, las buenas o malas intenciones no son suficientes para determinar las consecuencias de las acciones individuales y sociales. Existe una estructura social dominante que limita y condiciona las posibilidades y las consecuencias de nuestras acciones.

El pecado estructural no nace de la nada ni es anterior al hombre: nace del hombre mismo (de los pecados personales). Pero, una vez nacido, escapa al control del hombre, se convierte en una superestructura, en una fuerza autónoma frente a él; lo domina. El hombre, al pecar, crea estas situaciones o estructuras de pecado que, a su vez, lo hacen pecar. En este sentido el hombre es culpable y, al mismo tiempo, víctima.

La noción de pecado estructural no se opone ni anula o debilita al pecado personal, no es una excusa para sacarnos de encima la responsabilidad, pero puede ayudar a comprenderlo. El hombre participa en un mal ya “estructurado”,

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