Crónica - Hijo de un círculo vicioso.
Enviado por Rebecca • 13 de Marzo de 2018 • 1.864 Palabras (8 Páginas) • 289 Visitas
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Me explica que su ingreso a la pandilla Los Malditos fue algo que «simplemente tenía que pasar». Su posición en el grupo la califica como «cuidador», ya que vigila que otros bandos no pasen por la zona Bolívar. No se atreve a dar el siguiente paso ya que, subir de nivel significa un crimen peor y «asesinar a alguien definitivamente no es algo que quiera hacer».
Su primer actor delictivo fue un robo al paso. Cuenta que fue una prueba para conseguir la aprobación del líder, su tío, a quien apodan El Pato. «No tuve miedo en hacerlo, me acompañaron mis primos cercanos y solo salimos corriendo con las capuchas puestas». Y la primera vez que la policía lo atrapó, no sintió temor.
«Tenía quince años cuando me llevaron a la Comisaría de Surquillo por robarle la billetera a un men», hace una mueca de fastidio al recordarlo. «La verdad es que todo fue confuso. Pero tengo entendido que mi madre y mis tías tuvieron que conseguir plata para pasárselo a los polis por debajo para sacarme de ese lugar. Mi mamá estaba enojada pero mi viejo no dijo nada. Los de la pandilla se mostraron contentos». Y es que para una pandilla, que te liberen el mismo día de tu captura es sinónimo de superioridad ante las autoridades y que, por ende, ellos tenían el poder en las zonas que supuestamente les pertenece. Que ellos mandan y punto.
Pregunto si hay algún integrante de Los Malditos que haya podido retirarse sin represalias y me responde con simpleza que «si alguna vez fuiste un maldito, maldito serás por toda tu vida», que algunos se alejaron de la pandilla para meterse a grupos parroquiales o que decidieron centrarse en los estudios o trabajo, pero que nunca se molestaron en anunciar que se retiraban del bando. «A ellos se les considera como miembros inactivos».
Miguel asegura que intentó «tomar buen rumbo». Cuando fue expulsado por tercera vez de la secundaria, su madre y sus tías le dieron un sermón e intentaron ser razonables con él, que pensara en el ejemplo que le daba a su hermano, que se preocupara por su futuro, que ese grupo lamentablemente formado por gran parte de su familia de sangre no lo iba a llevar a algo productivo y bueno para su vida.
«Fue entonces que me metí a los talleres gratuitos de la Casa de la Juventud». Me explica que diariamente asistió a diversos cursos para mantenerse ocupado todo el día. Revela que aprendió karate y que es cinturón naranja. También disfrutaba mucho de jugar fútbol… Y por las tardes, buscaba trabajo. «Pero nadie quiere contratar a alguien que no acabó el colegio». Y es que la inseguridad ciudadana aumenta tanto como la desconfianza de los pobladores en Surquillo.
Los talleres de una forma u otra se volvieron vitales para Miguel para mantenerse alejado del grupo. Pero, entonces, la Municipalidad dejó de pagar a los maestros por falta de presupuesto y, por ende, los talleres quedaron suspendidos.
«Y si ya no había talleres y no conseguía chamba, ¿qué más iba a hacer?», su respuesta es así, escueta, desanimada.
«Si me toca robar, es por necesidad. Nadie me ayuda a conseguir un trabajo para no estar robando». Asegura que no es de los que usan armas o puñal. Y lo siguiente que me revela, me sorprende: «Siempre iba acompañado con Víctor cuando tenía que “trabajar”. Sí, el mismo Víctor que estudió con nosotros en primaria. Él también quería meterse a la banda pero yo le decía que no, pero el pata era bien cabeza dura pues. Y entonces se enteró que su flaca quedó embarazada y, al menos, sentó cabeza porque luego me enteré que se mudó y ahora apenas lo veo ya que anda pendiente de su nueva familia».
Volver a su cargo como cuidador le garantizaba al menos algo de dinero. Pero que eso no lo ha librado de rozar con la muerte. Con algo de vergüenza, se levanta el polo y me muestra su brazo y su espalda, donde tiene las secuelas de dos balazos. Uno de ellos está cerca de su columna y murmura que tuvo mucha suerte. «Solo estuve dos semanas en el Hospital de la Solidaridad».
Entonces, se queda callado por un momento y su mirada se pierde en el suelo por unos segundos.
«Desde que tengo memoria observo cómo mis primos y tíos se iban literalmente a la mierda. Y tuve miedo por mi vida, por la de mi hermano menor y mi madre». Le pregunto sobre su padre y Miguel se encoge de hombros, alegando que «él ya sabrá lo que hace».
Pierde la mirada en la pared y me pregunto cuántas veces habrá imaginado un futuro, una vida mejor.
«Supongo que por algo pasan las cosas», murmura. «Pero ahora no me puedo dar el lujo de andar soñando con eso. Tal vez mi vida esté ligada a la banda y quiera o no, ellos son mi familia y con ellos crecí. Pero no estoy dispuesto a permitir que Pablo pase por esto».
Me dice que ya no considera volver a los talleres y que el fútbol ya no lo juega como antes. Que ya no puede hablar de segundas oportunidades o promesas de una vida mejor. Me dice que ya no tiene esperanzas.
El sustento para poder ayudar a su hermano depende de los «trabajitos» que le encarguen y mientras haya dinero, seguirá haciéndolo y asegura que tendrá más cuidado a la próxima.
Y antes de despedirse de mí, me dice: «Y si aquí hablamos de un círculo vicioso, entonces me aseguraré que mi hermano no esté atrapado en ello», finaliza.
Escrito por: Carolina Amao Quilca
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