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Estas páginas las inicio como muchos otros: Sin conocimiento pleno sobre el contenido, aunque sí un presunto final.

Enviado por   •  9 de Febrero de 2018  •  9.951 Palabras (40 Páginas)  •  454 Visitas

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Llegué hasta el escalón de un museo y comencé a escribir la historia de un chico que tenía en mente. Aún intento intervenir mis pensamientos para sacar algo de provecho a lo que tengo, pero se complica por el tiempo tan breve que me sobra de mis actividades.

Mientras veo el semáforo que cambia una y otra vez y los vehículos que no respetan sus colores de tradición, se acerca hasta mis píes una mujer delgada y de piel maltrecha, cubierta apenas con un short pequeño y blusa que trata de ocultar sus pechos. Sin separar sus lentes de la cara, me obliga a mirar hacia arriba para responderle sobre los lugares que podrá encontrar en mi ciudad. No me di cuenta en el momento que buscaba compañía, lejos de querer en realidad saber lo que en el centro de atención turística cercano le pudieron haber dicho.

Después de todo le dije cuanto podía y se fue con una destacada mueca que me pareció simpática, pero que no era más sino una queja interna a su osado intento que resultó perdido.

La seguí con mi vista mientras recorría el camino justo que le tracé con una mano, librando los obstáculos -coches que se atravesaban-, hasta que llegó más lejos y casi la perdí.

¿Qué se hace ahora mientras uno ya no tiene plena libertad de movimiento? Me pregunté angustiado, pero decidí subir a la aventura y encontrarla por delante.

15 de enero.

La vi de lejos. Su altura, el color, un brillo que gritaba en sus ojos, los pies al caminar. Era como si saltaran de su piel colores tan diversos: Rojo, azules y verdes.

Sólo descontento.

Me adormecí creyendo en el sueño y dormí como mentira. Hoy es diferente y una fuerza que no reconozco me lanza sobre estas hojas, como si la memoria se guardara algo que no soporta y busca forma de escapar, aunque bien sé que no es así.

He dejado de escribir. A nadie extiendo mis disculpas.

19 de enero

Soñé que caía desde un piso superior a otro edificio y sin saber cómo se sostenía vi el fondo de aquel lugar que me parecía interminable. Desde ese momento en que llegaba a la segunda azotea, huyendo de tres espantosos hombres con manos cargadas de rabia, pude saber que me esperaba un final por mucho trágico.

Crucé una puerta y al llegar hasta la orilla me detuve tan rápido con mi estómago que el aire se me fue. Volteé y dos de los hombres ya me tomaban por los hombros. Sin siquiera hablar me levantaron y dejaron caer. Cada vez movía con más fuerza mis brazos, como si intentara convertirlas en alas y salvarme de aquello volando pero igual que sucede casi siempre, justo dos segundos antes de chocar contra el concreto, desperté.

La forma en que respiraba asustó a Sofía, que me acompañaba. También se despertó y puso su brazo sobre mi pecho sin abrir los ojos, y fue suficiente. Volví a poner mi cabeza sobre la almohada sin poder estar así por mucho tiempo. Después de veinte minutos que marcó el reloj me levanté y fui hasta la sala a tumbarme en el marco de la ventana para tomar un poco de aire mientras observaba el edificio de enfrente con sus ventanas tan llenas de secretos mal guardados.

No supe bien que sucedió después pues no fue sino hasta que el sol llegó a ese espacio que abrí los ojos. Tuve pena con Sofía, así que fui hacia la recamara y le di un beso suave en la mejilla que respondió con gracia dándome su mano.

26 de febrero

Fui leal con ella. Me preguntó que si le amaba y en verdad fue así. Como algo que ella no imagina, la tenía en mí. No fui capaz en otra historia de entrar tanto en la vida de los seres y hoy me perdía en su piel y formas de tal manera que la confundía con mi cuerpo.

Fui leal porque no dejé de amarla. Desde su primer beso y hasta la última ocasión en que gozamos de nosotros, le sacié el alma con cariño. Si alguien más llegó y tomó mis manos para usarlas en su pecho no podemos culpar a mi valor del sentimiento natural por ella.

Sofía por fin entró en noticia que me fui una noche a besar por todo el cuerpo a la mujer que más cercana era a sus secretos. Para ella fue lo último que pudo soportar, pero la despedida se clavaba en mí como la primera espina.

Confieso que el mes que hoy casi termina lo he pasado con un dolor que no soporto y las fuerzas se me han ido en las noches que deseo volver a tocarla.

El pago al que me obligo ha sido alto en costo y largo en tiempo.

Me pregunté más de una vez si podrá volver si le pido a tiempo, pero el miedo de encontrarla frente a otro en su nuevo piso me limita el valor de continuar con la idea. También pienso que es un tramo conocido como duelo de la perdida eventual que siempre existe.

Hoy aún no tengo certeza de cómo habré de continuar.

13 de marzo

Hubo una que no logre sacar por siempre: Pilar.

Cuando la vi después, lejos de sillas mal acomodadas y rostros perdidos en el estupor de la mañana, Pilar llevaba otro nombre. No sé por qué no lo retuve siempre y caí convencido de que ella era lo que me parecía a vista rápida.

Pilar estuvo ahí, detenida en el tiempo que no correspondía a mis caricias; llegaba un día y después no se mostraba por semanas. Comenzó a caer mi tristeza en ese arroyo que aleja el adiós. Fue benévolo con mi camino su dulce brisa: Todos los días llegaba con prisa intentando alcanzar el cambio de luna, volvía siempre rezongando mi desgana al iniciar el viaje.

27 de septiembre

No creo conveniente explicar por qué pasa el año y sobre nosotros cae un velo que da respuestas siempre con un tono diferente al que deseamos. Dejé por fin un tiempo de escribir verdades sobre mi existencia y crecí convencido de los cambios discordantes de la vida que me llevo como cierta.

Lucía se apareció un día como un aviso de esperanza. Una nota escrita sobre una hoja fue la llave que el destino me envió. Apenas un par de meses fueron suficientes para gozar la dicha de sentirme amado y borrar las oscuras llagas que me mantenían pegado a mi sofá durante todo un día.

Tomé aquel papel y lo guardé con la espera puesta en un buen futuro, resultó mejor que eso.

Lucía llevaba dos semanas sentadas frente a mí en la mesa que ocupaban las parejas, yo no me daba cuenta de su intención real por eso.

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