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Historia de Anabelle y el monstruo

Enviado por   •  23 de Octubre de 2018  •  2.582 Palabras (11 Páginas)  •  355 Visitas

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El monstruo estaba llorando, pero... ¿Por qué? Sus ojos saltones se pusieron rojos, y los entrecerraba con sus párpados velludos, lágrimas cayendo a raudales por sus mejillas. Se veía en mucho sufrimiento, sus ojos reflejaban culpa y sus llantos dolor. Todo eso lo hacía parecer casi... humano. Algo familiar había en él, sólo que la princesa no era capaz de decir qué. Estuvo a un paso de entrar al cuarto y consolarlo, pero el monstruo sacó una botella con jugo de uva de la mesita de noche y se la bebió en un trago, regurgitando en un eructo sonoro. Ella solo se quedó ahí. Observándolo. Hasta que minutos después se vomitó encima, soltando todos sus jugos gástricos y restos de comida sobre su barriga hinchada. Ver aquel acto le revolvió el estómago a la princesa, se fue a su cuarto para lavarse la cara.

En su espejo pudo ver a una niña con los grandes ojos oscuros inyectados en lágrimas, con pecas surcando su nariz chata y mejillas sonrojadas en un rostro ovalado y fruncido por el asco.

Los días pasaron y el monstruo no se iba. Gracias al estado de la princesa, en el reino las nubes de bombón crearon una capa sobre el cielo, y llovían pequeñitas perlas tan coloridas como las lágrimas de la pequeña monarca. El monstruo ya había destrozado la sala de recreo, la del trono y la cocina, y en todas las ocasiones lo mismo pasaba: se balanceaba hecho una furia, dormía toda la noche y parte del día, para después terminar llorando y beber su jugo de uvas, volviendo a comenzar. La princesa ya había tenido suficiente.

A la mañana siguiente, luego de que el monstruo destrozó uno de los baños, ella subió hasta los aposentos de sus padres y buscó los jugos de uva. Encontró tres botellas llenas y se las llevó hasta su cuarto, donde tiró los líquidos desde su balcón al patio trasero, en la tierra. Pensó que quizá así se iría el monstruo y al fin volvería su padre, pero se equivocaba.

Mucho rato después, cuando el monstruo estaba llorando a mares, rebuscó por todo el cuarto las botellas, y como no encontró nada, se enfureció como nunca. Un aullido desgarrador se oyó por todo el castillo. Al monstruo le habían quitado su jugo. La princesa, en su inocencia, pensó que ahora todo serían arcoíris como antes, y limpiaba el comedor, pero el monstruo bajó despavorido y cuando la vio se fue tras ella como si se le fuera la vida en ello.

La princesa gritó y afuera comenzaron a caer truenos color rosa neón del cielo. Como pudo, logró llegar hasta la escalera de caracol de su torre y fue subiendo de dos en dos los peldaños, aun así, el monstruo le pisaba los talones. Entró a su cuarto antes que él, poniéndole seguro a la puerta, sin embargo, eso no fue suficiente para mantener a la razón de su miedo afuera. Se resguardó en un rincón sujetando su tiara para que no se cayera, aquella bestia iracunda echó abajo la puerta y se fue directo a su rincón.

No se la devoró con sus colmillos o la mutiló con sus garras, pero sí que le gritó y gruñó con todas sus fuerzas, escupiendo saliva que caía en su rostro y lanzando ondas de sonido que se sentían como viento en su cara. Le gritaba como si le exigiera algo. La princesa cerraba sus ojos y apretaba sus orejas con las palmas de sus manitas usando todas sus fuerzas. Sólo quería que volviera su padre, y su madre también, aunque en definitiva no iba a volver. Deseaba con todas sus fuerzas que el monstruo se fuera.

No pudo más. De repente el grito cesó. La princesa Anabelle sintió algo caliente y húmedo en su entrepierna, que se resbaló por sus muslos hasta mojar sus tobillos. Afuera, en el cielo, llovía limonada. Se había orinado. Se orinó del miedo. La bestia se dio cuenta y entre gruñidos le pidió perdón, le dijo que no volvería a hacerlo, que iba a dejar los jugos de uva. Se lo prometió.

Por un corto tiempo, todo era casi como antes. El cielo volvía a mostrarse desnudo y varios arcoíris lo surcaban, todos estaban felices. El monstruo ya no era tan rabioso, y su figura cada vez más se asemejaba a la de un hombre. Pero, así como duró el periodo de paz, se fue en menos de lo que dura el aleteo de una mariposa. Todo se repetía de nuevo, el mismo patrón, el mismo ciclo. Cayendo por aquí, durmiendo por allá, despertando entre lloros para tomar sus jugos e ir por la siguiente ronda.

La princesa Anabelle ya estaba harta, lo único que más deseaba con todo su corazón era tener un final feliz, pero, viera por donde viera la situación, no iba a suceder.

Papá entra en mi cuarto. Pienso que me va a gritar como la última vez, sin embargo, no lo hace. Todo lo contrario, se echa en el suelo de la alfombra a llorar. Sus ojos están fijos en mí, no como siempre que se pone de esa forma, mirada perdida y ojos rojos. Lo miro largo rato desde mi esquina donde me acurruco a recibir sus gritos, esperando que hiciera algo, pero sólo llora. Y llora. Y llora.

Poco a poco me voy acercando hasta él, dejando atrás a mis juguetes del señor Bubbles y la señora Ojos de botón, cuidando que no haga ningún movimiento brusco. Deja de ver el suelo para dedicarme una mirada de culpa y algo más que tristeza.

—Perdón. —dice—Perdón. Perdón. Perdón. Perdón. —no digo nada, sólo lo miro.

—Yo también la extraño. ¿Quieres saber por qué bebo? —digo que sí con la cabeza—Porque fue mi culpa. Mi culpa. ¡Mi culpa!

Lágrimas. Más lágrimas. Papá llora. Yo lloro.

—¡Yo la maté! Ese día tu madre y yo discutimos, fue por algo estúpido. Pero se molestó. Tomó el auto y se fue. Esa noche había niebla y el suelo estaba húmedo por la lluvia, su auto derrapó por la carretera hasta voltearse en una enorme zanja. Sé que no te dije nada, y lo siento. Pero no quería que lo supieras tan pronto. De repente tu mamá se había ido, y en el buzón se acumulaban las deudas. No pude. No pude con tanto. Comencé a tomar sin darme cuenta que caí en un vicio y sobre todo que te afectaba. Podía estar borracho, pero sé todo lo que hice. Como cada vez que me ponía así tú corrías a esconderte, mientras yo tiraba sillas y mesas para mantener el equilibrio. Reconozco que haberme tirado las botellas fue un grito de auxilio, y yo, en vez de escucharte, te grité hasta que me desgarrara la garganta. Pero es que la cerveza es lo que me ha hecho olvidar, alejarme de todo. Incluso de ti. Perdóname, por favor perdóname. No puedo prometerte que dejaré el alcohol, pero lo intentaré, ya verás que sí. Te quiero Anabelle, perdóname.

Me abraza y así nos quedamos por largo tiempo. Estoy feliz de volverlo a ver cómo era y no

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