INVISIBILIZACION DE LOS NIÑOS COMO ACTORES SOCIALES Y LA INSTITUCIONALIZACION DE LA VIDA ADULTA
Enviado por Helena • 29 de Abril de 2018 • 2.347 Palabras (10 Páginas) • 533 Visitas
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El paternalismo institucionalizado comienza a alcanzar altos niveles de objetividad en la realidad por tres procesos importantes. Primero, la necesidad de mantener estas conductas en el orden social para el funcionamiento de la comunidad llevó a la necesidad de su reproducción, por tanto comienza a espesarse, endurecerse, adquiere tal masividad que se vuelve algo difícil de cambiar.[6]
Segundo, esta receta no se detendría en la realidad de la vida cotidiana, sino que se inundaría con su hostigante manto el mundo de las ciencias sociales, alcanzando así un elevado nivel de legitimidad, necesario para su disponibilidad objetiva y plausibilidad subjetiva para su posterior reproducción. En la época contemporánea esto sigue siendo evidente pues la mayoría de las teorías obedecen a este orden social -desafiando así la supuesta autonomía fuera de la esfera política que la ciencia tendría en las sociedades liberales, contrariando así lo dicho por Merton.[7]
En Sociología resulta difícil encontrar literatura que hable del tema de los niños, y dentro de los pocos trabajos que se pueden llegar a encontrar, la mayoría de ellos se enfocan únicamente en la educación. Pues siguiendo la tradición de Durkheim, consideran a la educación como el “hecho social que pone en contacto al niño con la sociedad”. Aquí su definición:
“La educación es la influencia que ejercen las generaciones adultas sobre aquellos (…) que aún no están preparados para la vida social. Su objeto es crear y desarrollar en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales y morales, que exigen de él, tanto la sociedad política en su conjunto como el medio especial al que está destinado de manera específica.”[8]
El tercer proceso que llevó a la objetivación del paternalismo es de orden cultural. La legitimación no sólo fue obtenida a partir de las explicaciones teóricas proporcionadas por la ciencia social, esta legitimación vino de un punto diferente, incluso contradictorio; de un universo simbólico occidental desarrollado bajo la imagen del hombre subordinado a un ser supremo, a un Dios delegado de velar por el bien de una humanidad infantilizada a la imagen de su creador.
La tipificación del papel de la figura infantil se fue transformando hasta llegar al punto de ver a los niños como simples esponjas, cuya función y finalidad sería repetir el orden social actual, absorbiendo golosamente un enorme número de normas sociales y culturales previamente construidas por sus antecesores. Claro, no podemos negar “que todo desarrollo individual está precedido por un orden social dado.”[9]
Poniéndolo más cerca en el tiempo, la consideración del niño como un ser no social bien la podemos encontrar en la obra de Luckmann y Berger: La construcción social de la realidad, pues para ellos el niño es considerado un ser pre-social.
“… el individuo no nace miembro de una sociedad: nace con una predisposición a la socialidad, y luego llega a ser parte de la sociedad. En la vida de todo individuo, por lo tanto, existe verdaderamente una secuencia temporal en cuyo curso el individuo es inducido a participar en la dialéctica de la sociedad. El punto de partida de este proceso lo constituye la internalización: la aprehensión o interpretación inmediata de un acontecimiento objetivo en cuento expresa significado, o sea, en cuanto es una manifestación de los proceso subjetivos de otro que, en consecuencia se vuelve subjetivamente significativos para mí.”[10]
Esta etapa de aprehensión de la realidad, sería delimitada por la infancia, al menos en su primera parte, durante la formación de su yo. Luckmann y Berger llamarían a este proceso socialización primaria. En este proceso el individuo asumirá el mundo de sus padres como el único mundo existente, no tendrá opción de conocer algo más, además todas las relaciones y aprendizajes ocurridos en ese momento tendrán una fuerte carga afectiva. Por lo mismo el niño no tendría la necesidad de un condicionamiento operante por parte de la figura paterna.
Darle libre arbitrio al niño para poder tomar del mundo lo que él considere oportuno a partir de la experiencia propia es un proyecto que se ha intentado llevar a cabo sistemáticamente desde el modelo educativo de María Montessori, pero vio su merma por un periodo de tiempo después de ser utilizado por Mussolini a beneficio del partido como método de adoctrinamiento infantil durante el régimen fascista en Italia –la maravillosa visión de Montessori de sujetos capaces de auto determinarse se fue a la fosa por la ambición de un proyecto de nación excesivamente paternalista-. El proyecto fue retomado dentro de las políticas humanitarias de Naciones Unidas durante la Guerra Fría, con la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989. Pero como señala Manfred Liebel este fue el paso transitorio para pasar del paternalismo tradicional a uno moderno.
Este paternalismo moderno da un giro a la mesa sobre el papel del niño. Pasamos del niño el depositario de las esperanzas y sueños frustrados de los padres a un niño libre al que le reconoce la capacidad de autoconstrucción, pero no se le reconoce un papel en la sociedad. La figura infantil sigue integrada al universo simbólico del occidente moderno, pero su significado pasa a ser lo que ya hemos considerado anteriormente: un ser pre-social, incapaz de actuar dentro de la vida social a la que pertenece.
Está concepción del ser pre-social, no sólo aplica a los niños, también lo hace con los enfermos mentales y las personas discapacitadas, lo que amplía el significado de la figura infantil. Estas mismas consideraciones de ser socialmente incapaz, limitan no sólo al niño, también lo hacen con el adulto, pues un hombre con conductas infantiles es visto como un problema dentro del orden simbólico, ya que esas conductas son superadas con la madurez y dejan de ser propias del hombre, pues el orden social se caracteriza por su “estabilidad” y tendencia al progreso y producción, y no deja lugar a conductas indisciplinadas y obstaculizantes.
Así la conducta infantil vuelve al hombre portador de una realidad divergente y el significado de infantilidad entra en un universo marginal. En orden social contemporáneo se recurre a la terapia, definida como “la aplicación de mecanismos conceptuales para asegurarse que los desviados, de hecho o en potencia permanezcan dentro de las definiciones institucionalizadas de la realidad.”[11] Aquí el sujeto adquiriría un status de enfermo mental. El miedo al estigma se convierte en un apaciguador de las conductas desviadas en los sujetos considerados normales.
A través del análisis de la obra de
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