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Efectos de la religiosidad colonial en el afrodescendiente y el indígena

Enviado por   •  27 de Septiembre de 2017  •  2.660 Palabras (11 Páginas)  •  574 Visitas

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Desde la perspectiva colonial, y partiendo de la idea bíblica fundamental en la que el ser humano es “imagen y semejanza de Dios”[8], era necesario enfatizar que solamente el blanco era como Dios. Por esta razón toda la iconografía, rituales y arquitectura religiosa utilizada en los templos, fue configurada con rasgos europeos. Basta entrar en cualquier templo para darse cuenta que Dios es blanco, los santos son blancos, los ángeles son blancos, las vírgenes son blancas, Dios es “rey” y la virgen es “reina”. Todo apuntaba a convencer que solo los blancos eran los elegidos de Dios. Los pocos santos negros o indígenas que fueron reconocidos por la Iglesia, están vinculados a servicios humildes propios de los esclavos. En realidad fueron santos para reforzar la idea que el lugar del indio y del negro estaba ahí: en la servidumbre, en el último lugar.

Las oraciones, tales como el credo y la salve (solo por citar algunos ejemplos), oraciones muy populares recitadas en los momentos más significativos de la vida de la gente, asumen un sentido de sumisión y resignación trágicas para quienes trabajan en sectores afros e indígenas. Se vuelven cadenas mentales que los inmovilizan, porque “creer en un solo Dios” identificado con el blanco, tiene consecuencias tremendamente “irresponsables”[9], en el sentido que el afro y el indígena renuncian a producir o generar sus propias respuestas. Esta acción la delegan a quienes se “parecen a Dios”. El “valle de lágrimas” que la gente repite con “la salve”, se vuelve un estribillo que los convence que la vida es así: sufrimiento. No hay nada más que hacer. Así les tocó vivir.

La imagen de un cristianismo “patrón” y de la mano con el poder militar, económico y cultural, se fue grabando en la mente de los afrodescendientes e indígenas. La nueva religión (como se ha dicho anteriormente) impulsó una imagen de Dios identificado con el blanco y colocó al resto de los seres humanos en un plano infrahumano junto con toda la filosofía, teología y cultura propias, a las que condenó como demoniacas. Esta manera de plantear las relaciones con los indígenas y los negros, que predominaba en la sociedad y la iglesia en esos tiempos, dejó una convicción profunda de ser una persona indigna y un complejo de inferioridad casi genético frente al blanco.

Durante muchos siglos el negro y el indígena nacieron, crecieron y bebieron una “teología con rostro blanco”. Una teología conectada a visiones e intereses económicos, políticos y de dominio. Una dimensión de “maldición” fue agregada a su existencia y se convirtió en una convicción de ser parte de una raza esencialmente mala y pecadora, que no tiene la misma dignidad que el blanco. El blanco era el elegido de Dios. Esta conciencia teológica, según Heitor Frisotti, generada por la Biblia con “rostro de patrón”,[10] influyó en gran medida para agudizar la pobreza haciéndola psicológica, afectiva, cultural, social y política.

La exclusión, de hecho y de derecho, fue el pan de cada día para los herederos de esta historia y teología. La “responsabilidad” entendida como esa capacidad humana de “generar respuestas” les fue arrebatada de diversas maneras. Por eso es muy común que se coloquen espontáneamente, casi inconscientemente, en el lugar del ejecutor y consumidor de ideas, proyectos, propuestas…y aceptan con gusto este lugar. Esto hace muy difícil el trabajo de desarrollo humano entre ellos. Las exclusiones constantes los ha dejado en medio de una pobreza de iniciativa, de proyectualidad y de sentido. Una pobreza de deseo de combate y superación. Por eso no se alarman y no se preocupan si no son tomados en cuenta en los espacios de decisiones; ya se han acostumbrado a ser ejecutores silenciosos.

El cúmulo de exclusiones les ha enseñado a no expresar sus opiniones, a no comunicar sus experiencias. Se acostumbraron al anonimato, a no tener derecho de participar. Esa famosa “indiferencia” o “apatía”, no es más que la representación visible de esta conciencia y experiencia, que desarrolla un modo de ser “extranjero” en la vida de la Iglesia y de la sociedad (no se siente iglesia ni ciudadano); un modo de ser y de pensar que se coloca en el lugar del destinatario, de quien solamente recibe, es decir, el puesto del “objeto” silencioso que delega la responsabilidad a los “sujetos”, pues él mismo se siente incompetente y no preparado.

Actualmente, el término “pastoral” en el lenguaje eclesial, define toda la acción religiosa. Este término evoca consciente o inconscientemente la figura del “pastor” y la del “rebaño”. De hecho, en el imaginario colectivo católico, el “pastor” y la “oveja” proyectan un comportamiento eclesial y social, es decir, son “lugares” desde donde los individuos existen como católicos. El grado de protagonismo en la vida de la Iglesia y en el ámbito social, según Renold Blank, es proporcional al grado de identidad que cada uno tiene con cualquiera de estas figuras.[11]

La figura que termina “ganando”, en el comportamiento de la mayoría de las personas afrodescendientes e indígenas, es la oveja. Precisamente porque encaja muy bien en la herencia colonial. Esta es una de las razones por las que tenemos poblaciones enteras con una grande religiosidad, y al mismo tiempo pasivos, indiferentes, resignados, distantes de la vida de la Iglesia y de las cuestiones sociopolíticas.

Cuando se habla de “pastoral” en el contexto latinoamericano y mexicano, se debe tener presente que el “humus católico” y las heridas de la historia, están a la base de la identidad individual y colectiva. Conocer estas huellas y los alcances que tienen hasta ahora, permite captar y comprender los efectos que tienen, en las personas, las figuras del “pastor” y del “rebaño”. Porque la gente, espontáneamente, conecta estas figuras a unos binomios relacionales como: pastor-oveja, sacerdocio-fieles, organizador-ejecutor, superior-inferior.

El comportamiento de la mayoría de las personas afrodescendientes e indígenas, permite captar que el esquema de relación planteado por el binomio “pastor-oveja”, de manera sutil o directa, sugiere confiar la acción a una categoría “especial” de personas (los agentes). Este esquema sostiene y refuerza el modelo burocrático o carismático que predomina en casi todos los ámbitos. Ese modo de actuar donde todo ya está predefinido y en el que se intenta dar una respuesta “estándar” a todo; un modelo donde todo lo determina el responsable de turno y donde casi todo está basado en el carisma de esta persona. Esto concentra toda la responsabilidad y protagonismo en pocas manos. El hecho de ser una práctica piramidal, reserva

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