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El precio de un sueño

Enviado por   •  9 de Enero de 2018  •  6.339 Palabras (26 Páginas)  •  234 Visitas

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Pedro al ver lo que había pasado con el hijo se calma y le echa la culpa a la madre.

-Por tu culpa, vení a ver lo que le paso, siempre me haces quedar mal con él y quedas como la “Santa María”, eres una imbécil.

María se puso de pie y fue a ver qué había pasado con Germán y temblando de miedo pero también de rabia por su impotencia, veía alejarse a Pedro. Gracias a Dios el niño estaba bien.

Pedro durmió hasta muy altas horas del domingo, faltó a la ordeña. María no hizo ni el intento de despertarlo, ella cumplió con sus obligaciones mientras en sus pensamientos meditaba su vida y la de su hijo. Germán no merecía la vida que estaba llevando. Ella quería que su hijo fuera un gran hombre. No por nada lo había bautizado con el nombre de un buen presidente que tuvo Bolivia Germán Busch. Soñaba a su hijo como un triunfador.

Al llegar a su casa después de enfrentar el cuestionamiento del patrón con respecto a la ausencia de Pedro, al cual había respondido que estaba enfermo, hizo con Pedro como si nada hubiera pasado. En la noche fueron al pueblo como cada domingo lo hacían.

Al día siguiente Pedro salió de la casa y María se hizo la dormida. Ella pasó la noche con los ojos abiertos pensando y pensando. Esperó que Germán se despertara mientras ella preparaba lo poco de ropa que tenían para emprender la “gran decisión de su vida”.

En cuanto Germán despertó María habló con él acerca del viaje de escape a lo cual Germán estuvo de acuerdo salieron de su casa y se dirigieron a las flotas que van hacia Santa Cruz de la Sierra subieron y con lágrimas en los ojos se despidieron del pueblo que los vio nacer.

Ya a kilómetros de recorrido, María se dio cuenta que en la misma flota viajaba su hermana de crianza. Ella había decidido tomar los hábitos en una congregación que tenía un convento en Guarayos. Martha viajaba junto con otras dos monjitas rumbo a la ciudad. Habían sido citadas para capacitarlas en de prevención de enfermedades endémicas.

Cuando se dieron cuenta de que las dos estaban en la misma flota, Martha se acercó a María y se puso a platicar largamente con ella, no sin antes saludar a Germán que muy cariñosamente la nombraba como su “Tía Martha”.

María le confió con lágrimas en los ojos lo que había sucedido para que ella tomara la decisión de escapar.

-María… y dónde vas a llegar en Santa Cruz?. La ciudad no es lo que tú piensas. No es fácil, mas aún si no tienes dinero ni para el hospedaje.

-No lo sé. Dios proveerá- Respondió María. A lo que Martha respondió “Amén”.

María realmente no había pensado en este pequeño gran detalle. Dónde llegar?, si no conocía a nadie en la ciudad… que haría para conseguir trabajo y poder darle de comer a su hijo?. Estuvo con ese pensamiento hasta que el desvelo de la noche anterior la venció y se quedó dormida.

A pocos metros de San Ramón la flota paró lo que ocasionó que María despertara. Había un gran problema delante… un bloqueo de los lugareños reclamando al gobierno por el mantenimiento de la carretera. María empezó a temblar, temía que su marido le diera alcance. Bajaron del bus y muchas movilidades estaban en la misma situación… no podían pasar.

Después de unas horas de fatigosa espera, los transportistas se reunieron para planear una estrategia con la cual pudieran avanzar y desbloquear. Pidieron que las mujeres y los niños retrocediera un poco y se pusieran a salvo. Aunque las monjitas intercedían para que no haya pelea, la pelea se desató. Al principio los bloqueadores, en mayor cantidad hicieron retroceder a los transportistas hasta el lugar donde se encontraban las mujeres y los niños quienes al verlos se armaron con piedras y palos y arremetieron contra los bloqueadores. Las monjitas tuvieron que retroceder porque no podían dar ejemplo de violencia.

Germán se portó como todo un héroe defendiendo a su madre, pues no faltó alguien que quiso propinarle una paliza enardecido por la rabia. Germán se abalanzó contra el hombre y lo tumbó, dando lugar a que su madre pudiese levantarse y con ayuda de otras dos mujeres redujeron al bloqueador.

Los bloqueadores fueron dispersados y pudieron continuar el camino.

Llegaron cerca de las 6 de la tarde a Santa Cruz. En el camino pararon varias veces. El vehículo estaba con fallas mecánicas y tuvieron un reventón de llanta también.

Con mucha hambre pues si bien las monjitas compartieron con ellos su “tapeque”, en la pascana del almuerzo no se bajaron del bus porque no tenían el dinero suficiente para consumir alimentos.

En la terminal María miraba a un lado y al otro y no sabía qué rumbo tomar. Con la humildad que la caracterizaba le pidió a Dios.

-Padre mío ayúdame. Necesito encontrar un lugar donde quedarme y también necesito un trabajo donde pueda conseguir alimento para mi hijo y para mí.

Al terminar la oración las tres monjitas se acercaron para despedirse de María. Martha las había puesto al tanto de lo ocurrido y de que no contaban con dinero para pasar la noche que se avecinaba. Al verla fatigada Sor Clara le extendió la mano. –Qué te pasa hija?- preguntó –Te veo muy abatida- María respondió –Madrecita, Dios me la ha enviado. Ayúdeme, deme un rincón para que yo pueda dormir esta noche y mañana buscaré trabajo desde temprano- le sonrió. La monjita devolvió la sonrisa y le dijo: -Ven con nosotras hija, te daremos una cama donde duermas con tu hijo y comida para que pases el hambre que tienen ambos. Sor Clara los llevó a su convento en donde pasaron una noche muy apacible y con la panza llena.

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A la mañana siguiente, María se levantó temprano y buscó la escoba para limpiar los pasillos del convento y las habitaciones. Las monjitas estaban en su capilla en sus oraciones matutinas. No las quiso interrumpir, aunque ellas escuchaban la escoba que al pasar por los diferentes ambientes demostraban que esta mujer estaba muy agradecida y al mismo tiempo hacia ver que no era una mujer floja, puesto que no huía del trabajo.

Al terminar sus oraciones la superiora del convento se acercó a ella –vengan a tomar desayuno con nosotras- dijo Sor Cristina. –Luego quiero hablar contigo para ver si puedo ayudarte a conseguir un trabajo.

María

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