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Escuela para Padres sobre el valor de la Gratitud

Enviado por   •  13 de Marzo de 2018  •  2.596 Palabras (11 Páginas)  •  406 Visitas

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Los niños tenían cada vez más y más juguetes, pero realmente no los deseaban, sino que estaban bajo el hechizo de la bruja y por eso siempre querían más. Los papás de toda la ciudad se estaban volviendo locos. Ya no sabían qué hacer. ¿Qué estaba pasando para que sus hijos quisieran tantas cosas desesperadamente? ¿Por qué siempre querían más? ¿Por qué jugaban con sus juguetes nuevos solo el primer día y luego volvían a pedir otro?

Un día se reunieron todos los papás para intentar solucionar aquella extraña situación. Pero no era fácil. Unos querían tapar el escaparate de la juguetería de la calle Siete, otros querían cerrarle el negocio a la dueña y otros pretendían poner un mercadillo y vender los juguetes para poder seguir comprando nuevos juguetes a sus hijos.

Al final, a alguien se le ocurrió la idea de ir a hablar con la dueña de la juguetería. Y así lo hicieron. Pero la dueña no soltó prenda. Sin embargo quienes fueron a hablar con ella se dieron cuenta de que había algo que ocultaba, pero como no podían colarse en la juguetería por la noche para investigar, porque era ilegal, decidieron quedarse observando desde la calle para ver qué pasaba.

Descubrieron que la dueña limpiaba todos los días el cristal del escaparate con un líquido verde que al evaporarse se quedaba transparente, y que a los niños, al tocar el cristal, les brillaban los ojos durante un segundo, durante el cual el mismo color verde del líquido aparecía en sus pupilas.

- ¡La dueña es una farsante! - dijo uno de los padres que lo había visto todo.

Al día siguiente, la policía entró en la juguetería, lo registró todo de arriba a abajo y encontró a la bruja justo cuando preparaba su poción mágica para los cristales.

Cuando se la llevaron a la cárcel, la juguetería se cerró. Los niños, al principio, estaban muy disgustados, pero poco a poco empezaron a valorar todos los juguetes que tenían en casa y a jugar con ellos.

Durante años no volvió a abrirse una juguetería en la ciudad, así que los propios padres montaron un mercadillo de juguetes en los que los niños intercambiaban los juguetes que tenían para poder jugar con juguetes diferentes. Así, todos los niños aprendieron a ser más agradecidos y a valorar lo que tenían.

- 2°sobre: amarillo “LA GUERRA DE LOS POSTRES”

Chelo había estado en el hospital porque la operaron de un hombro lastimado. Cuando volvió a casa varias personas fueron a visitarla y le llevaron flores. Una tarde se apareció Queta, su amiga de la secundaria, y le presentó una dulcera de cristal verde con natilla de naranja. “Aquí le traigo este dulce, Chelito, para que se mejore un poco. Le encargo mi traste.” Doña Chelo, su esposo y sus hijos Manuel y Mauricio dejaron la dulcera limpia al día siguiente. En estas situaciones, allá en Morelia, se estila devolver el traste con un nuevo antojo. Así que la señora Chelo, con todo y el brazo adolorido, preparó un flan horneado y se lo envió a Queta con Mauricio y Manuel, acompañado de una nota: “Gracias, Queta, estaba delicioso”.

En casa de Queta ella, su marido y sus hijas Jazmín y Rosalba se comieron el flan de una sentada y disfrutaron hasta la última gota de caramelo. Queta pensó cómo corresponder a Chelo que se había esforzado a pesar de estar enferma y horneó unos polvorones de nuez que luego le envió con Rosalba y Jazmín en la dulcera de cristal, con otra

nota: “Gracias, Chelo, estaba delicioso”. Después de gozarlos con una taza de café, Chelo le regresó la dulcera con una rebanada de pastel de tres leches.

Manuel, Mauricio, Rosalba y Jazmín comenzaron a ir de una casa a la otra llevando y trayendo postres, siempre en la dulcera, siempre con una nota afectuosa.

Cada una de las mujeres se empeñaba en preparar su mejor receta y hasta compraron libros con otras nuevas. Mientras las hacían pensaban con cariño en la familia de la otra. Se enviaron chongos zamoranos, fresas con crema, crepas de cajeta, merengues, ates de guayaba, membrillo y tejocote, duraznos y peras en almíbar, bolitas de nuez, cocadas y gelatinas de todas las formas y colores. También hubo una temporada de helados y nieves durante la cual los niños tenían que correr para evitar que se derritieran. Todo cabía en la dulcera de cristal que parecía un recipiente mágico del que salían delicias para las dos casas. Cada familia había ido coleccionando las notas que ya simplemente decían “Gracias, muchas gracias”. Los cuatro mensajeros se habían hecho amigos en su ir y venir… luego ya nadie sabía quién tenía que agradecer a quién ni cómo había empezado todo.

Después de varios meses así, alguno de los chicos (quién sabe cuál) se tropezó, rompió la dulcera de cristal y derramó el brillante dulce de zapote en la banqueta. Una de las señoras fue a la mejor vidriería de la ciudad y compró una nueva. Al recibirla, la otra preparó una nota dándole las gracias y se la envío junto con un juego de copas tequileras. La otra le correspondió con un sartén de peltre azul y la otra, a su vez, con una azucarera. De una casa a la otra llegaron cubiertos, platos y cacerolas, con una nota que decía simplemente “Gracias, gracias, gracias…”, hasta que pasaron los años y las letras y los trastes y las historias se confundieron. Manuel, Mauricio, Rosalba y Jazmín se casaron en una boda doble. En su banquete sólo se sirvieron postres.

- 3° sobre: rojo “LOS ARETES”

Doña Refugio trabajaba en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Era acomodadora, es decir, se encargaba de conducir a los asistentes hasta sus lugares alumbrando el camino con una linterna. Había quedado viuda desde muy joven, antes de tener hijos. Su esposo Raymundo falleció en un accidente de tranvía y ella nunca quiso volver a casarse. Su vida era bastante triste: de la casa al trabajo, del trabajo a la casa, con pocas amistades, escasos paseos y una rutina igual de aburrida a lo largo de los años.

Sin embargo, algo la alegraba de tarde en tarde: su afición al cine. Su actriz favorita era la célebre Angelina Mendoza, había visto todas sus películas de amor, intriga y aventuras e incluso se sabía algunos diálogos de memoria. Siempre había anhelado conocerla y decirle cuánto la admiraba. Por eso se alegró mucho al saber que la actriz se presentaría muy pronto en una función del Palacio de Bellas Artes, como protagonista de la obra Claveles para la cena. Pensó en visitarla en su camerino y ofrecerle un obsequio: el par de aretes que Raymundo le había regalado hacía años,

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