IMPACTO DE LOS REACTORES NUCLEARES. ENSAYO.
Enviado por Albert • 18 de Junio de 2018 • 2.569 Palabras (11 Páginas) • 451 Visitas
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Hay muy pocos informes (por lo menos, que hayan salido a la luz) que muestren de manera exacta qué consecuencias trae la expansión de nuevos elementos radiactivos en los ecosistemas. Sin embargo, con la certeza de que es la actividad humana la que ha provocado el aumento de radiactividad en el planeta, lo que sí puede analizarse es el ciclo completo de la energía nuclear, desde que el uranio sale de la mina hasta que se convierte en combustible para el reactor nuclear y luego en residuo. De esta manera, se puede entender cuál es la responsabilidad del proceso nuclear en la alteración del ecosistema y los daños en la salud humana.
La extracción de uranio del subsuelo obliga a introducir en la biosfera productos radiactivos que permanecerán retenidos en la corteza terrestre de forma segura, contribuyendo al envenenamiento radiactivo de los sistemas naturales. Por ejemplo, en 2005 se necesitaron 41.595 toneladas de mineral de uranio, que exigieron remover entre 6 y 7 millones de toneladas de rocas (según informes del World Uranium Mining). Estas grandes cantidades de mineral de uranio deben transportarse a las fábricas de minerales concentrados. Allí se obtienen unas 1.000 toneladas de óxido de uranio, generándose en el proceso más de un millón de toneladas de residuos sólidos y líquidos, que contienen el 85% de la radiactividad original del mineral. Esos materiales permanecen abandonados en los alrededores de las fábricas emitiendo radón-222 al aire y liberando productos radiactivos a las aguas superficiales y subterráneas durante siglos.
Las centrales nucleares son una fábrica de plutonio-239, un elemento extremadamente tóxico (química y radiactivamente) inexistente en la biosfera y de uranio-238 o empobrecido. Este último se utiliza en el recubrimiento de todo tipo de munición que, en el momento del impacto, se convierte en un aerosol inflamable cuando entra en contacto con el oxígeno. Estas partículas, que se transportan con el viento y la lluvia a grandes distancias, permanecen en el ambiente durante millones de años emitiendo radiactividad y transformándose, por desintegración, en otros elementos de mayor intensidad radiactiva.
Las centrales nucleares emiten, en funcionamiento normal, al agua y al aire, cantidades nada despreciables de radiactividad. Una central nuclear de 1.000 MW emite 9.500 bequereles (unidad de medida que equivale a una desintegración nuclear por segundo) por cada kWh generado. Ello significa más de 240 billones de bequereles por cada año de funcionamiento. Y todo esto en un funcionamiento cotidiano, sin accidentes de las centrales. En un escenario de desastre nuclear como el de Fukushima se multiplican la radiactividad introducida en la biosfera y también sus efectos.
Por desgracia, los accidentes nucleares son más frecuentes de lo que denotan los titulares de los grandes medios de comunicación. No vayamos tan lejos, cabe recordar el otro accidente que se produjo en Japón en 2007, en la isla de Honsu, a 200 kilómetros de Tokio. Un terremoto de intensidad 6,8 en la escala Richter, puso en jaque a la gigantesca planta nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, una de las más grandes del mundo. Los informes elaborados en aquellos momentos hablaban de fugas radiactivas, de conductos obsoletos, de tuberías quemadas, aparte de los incendios. Unas doce mil personas tuvieron que ser evacuadas de la ciudad situada al lado de la central.
Marina Forti, una periodista especializada en problemas ecológicos y mediombientales, colaboradora del diario italiano Il Manifesto, hablaba de emisiones a la atmósfera de “pequeñas cantidades” de sustancias radiactivas como cobalto-60, yodo-131 y cromo-51 y más de 1.000 litros de agua radiactiva vertidos al mar, no del litro y medio del que se habló el primer día después del accidente. Lo sucedido no fue una “pequeña fuga” sin consecuencias para el medio ambiente.
Es evidente que, a causa de un desastre nuclear, hay miles de procesos biológicos que resultan alterados. Otro ejemplo, es la contaminación de cultivos que utilizan regadíos de cuencas de agua nuclearizadas. El grado de contaminación depende de la forma de riego y de los radionucleidos implicados; en el caso del cesio-137 o del zinc-65, su absorción por parte de los vegetales y del pasto se refleja rápidamente en la leche y en la carne bovina.
Como se ha visto, los radionucleidos se difunden a través del aire, por deposición en el suelo o por el agua, llegando a las comunidades humanas directamente o a través de los alimentos, mediante su incorporación en enlaces quimicos. La vía digestiva es la principal puerta de entrada de los radionucleidos contaminantes. Los gases y las partículas que ingresan en el organismo por vía respiratoria penetran, más o menos en función de su tamaño, en el árbol respiratorio pudiendo llegar hasta los alvéolos pulmonares. Una vez allí, según su solubilidad, pueden penetrar en el torrente circulatorio o quedarse en el pulmón. Si alcanzan el sistema circulatorio, los radionucleidos se distribuyen por el organismo y se acumulan en diversos órganos según sus características químicas.
Esto es lo que se denomina radiación interna ya que la radiación se emite desde las estructuras biológicas (tejidos, órganos, células) donde el radionucleido está depositado. A la hora de evaluar el impacto sobre la salud humana, es de máxima importancia conocer si la radiación es externa o interna. Por ejemplo, el uranio utilizado en los reactores nucleares se desintegra en partículas alfa –partículas poco penetrantes–, de manera que, cuando la radiación es externa, es decir, la fuente de emisión está situada fuera del organismo, el peligro es relativamente bajo porque no penetra y actúa solo durante el tiempo que se esté cerca o en contacto con dicho material. En cambio, el uranio puro presenta un alto riesgo de irradiación interna y toxicidad química cuando la exposición se efectúa por inhalación e ingestión. Cuando un radionucleido se acumula en una célula, al desintegrarse en su interior, prácticamente toda la energía se va a disipar allí. Las consecuencias son: o mata la célula o rompe sus cadenas de ácidos nucleicos. Esta ruptura produce una mutación y esta mutación puede desencadenar, a largo plazo, un cáncer.
La leucemia es el primer tipo de cáncer asociado con la exposición a radiaciones. Aunque también se evidencia un riesgo elevado de padecer cáncer de estómago, colon, hígado, pulmón, mama en las mujeres y tiroides, entre los más frecuentes. El problema reside en que, ante un determinado cáncer, no se puede saber si está causado concretamente por la radiactividad o si tiene su origen en otras causas. Se podría llegar a inferir midiendo la radiactividad absorbida,
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