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Lo que no está tan bien con el #YoTambién

Enviado por   •  15 de Octubre de 2020  •  Ensayos  •  3.981 Palabras (16 Páginas)  •  281 Visitas

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Sophia Franco Amaya        

Lo que no está tan bien con el #YoTambién

El desarrollo de las nuevas tecnologías ha permitido el acceso masivo a internet, introduciéndonos así a un mundo cada vez más globalizado. Para Held y McGrew (1999), la globalización es “un proceso que encarna una transformación en la organización espacial de las relaciones sociales y las transacciones creando flujos intercontinentales o interregionales de redes, actividades, interacciones y poder”, en este sentido, en esta “era de la información”, como la denomina Manuel Castells, las redes sociales virtuales constituyen espacios donde no existen las limitaciones físicas y prima la inmediatez.

 Esta globalización ha potenciado las dimensiones discursivas de la esfera pública tanto para individuos como para colectivos, ahora basta con un par de clics para difundir una idea o discurso. Esto ha revolucionado también el activismo e incluso la masividad de los movimientos sociales. La convocatoria masiva de #MeToo es un ejemplo perfecto de lo anterior: Me Too nació una década antes de volverse viral en redes sociales. La activista feminista Tarana Burke lo creó en 2006 con la intención de dar voz a las víctimas de violencia sexual usando la frase “yo también” para enfatizar la cantidad de víctimas de ese tipo de crímenes y así generar conciencia alrededor de la problemática (García, 2018). Sin embargo, no fue el pertinaz activismo de Burke, sino un tweet publicado 11 años después, el responsable de la viralización del movimiento. En 2018 Rose McGowan acusó de acoso sexual al productor de cine  norteamericano Harvey Weinstein a través de un Twitter. Una reportera del New York Times se interesó en la historia y entrevistó a la actriz. La publicación del artículo tuvo un efecto de bola de nieve y poco a poco acabó con la carrea de Weinsetin (Fischer, 2020) Al ver que esta denuncia pública surtió efectos, muchas mujeres empezaron hacer lo mismo, entre ellas, Alyssa Milano.

El 15 de octubre de 2017, en medio de esta ola de acusaciones de abuso y acoso sexual, Milano admitió, a través de Twitter, haber sido víctima de acoso sexual e invitó a todas aquellas que hubieran sufrido experiencias similares a compartirlas usando la etiqueta MeToo (Milano, 2018). Así nació esta dinámica de escarche, definida por Sánchez Kurl (2016) como “un juicio público abierto a la sociedad para que la opinión pública emita sus juicios sobre la situación y, de alguna manera, ayude a resolverlos a favor de las personas afectadas”, en efecto, millones de mujeres usaron Twitter para denunciar públicamente a sus abusadores.  Tan solo 24 horas después, #MeToo fue tuiteando casi 500.000 veces (El Pais, 2018) y fue, en promedio, tuiteado 61 900 veces por día durante los siguientes 6 meses (Pew Reasearch Center, 2018). Pronto #MeToo se convirtió en un fenómeno mundial, dándole al movimiento una visibilidad que su creadora jamás imaginó posible, pero: ¿Hasta qué punto fue beneficiosa para el movimiento #MeToo la visibilidad que le dio Twitter en el caso norteamericano?

La visibilidad que le dieron las redes sociales virtuales al movimiento MeToo fue parcialmente beneficiosa dado que permitió exponer la problemática del acoso a nivel global, pero también generó algunos efectos perversos. Para abordar la problemática veremos en primer lugar cómo la viralización del movimiento logro  generar consciencia acerca de la problemática de la violencia sexual, después, veremos que Twitter se tornó también en un espacio donde se desarrollaron nuevas mecánicas de violencias contra los ciberactivistas y sus discursos. Nos interesaremos, en tercer lugar, en equiparar Twitter con la idea del panóptico foucaultiano dentro del cual los internautas están siempre vigilando y listos para castigar: ya sea a los acusados o las denunciantes, efecto por el cual  la visibilidad del movimiento se constituyó un arma de doble filo.

Antes del boom de #MeToo, la organización norteamericana RAINN, - Rape, Abuse& Incest , National Network-  basándose en datos publicados entre 2013 y 2017 por la NCVS (encuesta nacional de víctimas), expuso una serie de cifras que evidenciaron la magnitud del problema de violencia sexual en Estados Unidos. Las encuestas revelaron que, en promedio, cada 73 segundos un norteamericano es víctima de algún tipo de agresión sexual y que 1 de cada 6 mujeres ha sido violada en su vida. Asimismo, se estima que, de cada 1000 casos, 230 son reportados a la policía y, de estos, tan solo 5 terminan con el encarcelamiento del abusador (Ver anexo 1) Hay varias razones por las cuales las víctimas optan por no denunciar, pero, según RAINN, las dos más recurrentes son el temor a las represalias que el acusado puede tomar en su contra y la sensación de que reportar ante la policía es inútil. Asimismo, buena parte de las víctimas que se han atrevido a reportarlo, señalan que el proceso de denuncia es sumamente traumático (Turkos, citado por Forde 2018), pues, además se las sometidas a re victimización con constantes  preguntas acerca de detalles desagradables que la víctima prefiere no revivir, al ser su cuerpo la escena del crimen (Sorense, citado por Forde 2018), en muchas ocasiones deben someterse a exámenes médicos incómodos y a sesiones fotográficas desnudas (Turkos, citado por Forde 2018). A estos datos es necesario sumar la cantidad de mujeres que desconocen que ciertas situaciones que han vivido constituyen abuso sexual, por ejemplo, según una encuesta llevada a cabo en 2017 por YouGov, 24% de los encuestados no consideraban que fuera  posible violar a su pareja al estar en una relación estable (Norris, 2018), asimismo, según BBC (2018) un estudio llevado a cabo por Meta Analysis mostró que 6 de cada 10 mujeres que han vivido situaciones de violencia sexual no lo identificaron como tal en el momento. “No supe que había sido violada hasta que otras mujeres empezaron a contar sus historias” (Masomuka, 2017),  “No me había dado cuenta de que lo que me sucedió en la universidad fue acoso sexual” (Ashely Uzaer,2018), “No entendía lo que había sucedido (…) no conocía el concepto de consentimiento” (Turkos, citado por Forde 2017) son tan solo algunas de los testimonios que abundan en la red acerca de este fenómeno. En este sentido, se nos presenta un habitus norteamericano dentro del cual no solo está sumamente normalizada la violencia sexual, sino que es percibida como algo tan nimio que, en ocasiones, ni siquiera sus víctimas son capaces de identificarla.

La visibilidad que Twitter le dio a #MeToo fue crucial, no solo para dar voz a millones de mujeres que no se habían atrevido a denunciar temiendo un proceso traumático e inútil, sino que además generó consciencia acerca de qué es el acoso y abuso sexual, permitiendo a muchas mujeres, que ignoraban haber sido víctimas, modificar su habitus e identificar a sus agresores y también las mecánicas de violencia sexual. En cuanto a los acusados, contribuyó también a modificar su habitus dentro del cual el acoso y el abuso eran aceptables y no acarrearían consecuencias. #MeToo demostró que las denuncias si pueden acarrar procesos legales reales e incluso llevar a que personas en posición de poder, sean destituidas de grandes cargos, como ocurrió con Roger Ailes, el fundador de Fox News que tras varias denuncias por acosos sexual tuvo que abandonar su cargo (El Espectador, 2020). Encuestas llevadas a cabo por un grupo de investigadores de Colorado (2018), mostraron un incremento en el número de denuncias por acoso y abuso sexual, no porque haya más víctimas, sino porque ahora las mujeres están más dispuestas a denunciar (ver anexo 2).

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