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RELATIVISMO CULTURAL Y RELATIVISMO MORAL: ASPECTOS CRUCIALES DE UNA APORÍA POSTMODERNA

Enviado por   •  1 de Abril de 2018  •  14.262 Palabras (58 Páginas)  •  477 Visitas

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que define las normas sociales que han de regir las relaciones entre los ciudadanos, a la esfera de la conducta moral individual de las personas, con lo cual se preconiza el valor de una ética de mínimos fundada en la tolerancia a las diferencias. Se confunden y mezclan las exigencias prácticas del orden político y de las decisiones políticas con las exigencias de la conciencia moral de las personas. La situación que estamos viviendo actualmente es la consecuencia del descentramiento de la categoría de sujeto en el sentido como fue proclamado por Descartes como sujeto lógico y después por las teorías políticas contractualistas como sujeto político. ¿Qué es, pues, el individuo actual? En política no se lucha tanto por ideales como por la conquista de masas electorales, hasta el extremo de que tampoco en los partidos hay ya diferencias ideológicas ni principios de identidad.

Por otra parte, y en este mismo contexto de formaciones sociales e ideológicas que se nutren de relativismo, cabe mencionar los alcances de una ética de mínimos, con la cual puede lograrse un reducido nivel de convivencia política sobre razones de conveniencia que la hagan posible, gracias a la tolerancia de los ciudadanos frente a sus diferencias de opinión en torno al manejo de lo público, pero el cálculo de las ventajas que tales consensos suponen, no permite construir una moral que sirva para guiar personas en su vida moral porque reduce sus compromisos a expectativas individualistas y las encierra en el egoísmo de sus propias conveniencias.

En cambio, las exigencias de una vida moral van más allá de móviles individualistas y egoístas, sean estos de los colectivos o de las personas, móviles que se reducen a la satisfacción de necesidades básicas para la supervivencia pero también a la satisfacción del placer, de los honores y riquezas, desconociendo el valor de la vida virtuosa, tal como lo formulaba Aristóteles en la referencia antes citada. Cuando se admite que las situaciones sociales y la vida misma reclaman algo de nosotros, más allá de nuestros placeres e intereses, es cuando entramos en el campo de la moral; cuando se percibe que hay una manera de actuar bella y digna del hombre y también una manera repugnante e indigna, es cuando el hombre asume la vida virtuosa.

Juan Luis Lorda expresa que únicamente es posible un consenso moral con valor universal solo entre sabios ya que en estos asuntos solo ellos tienen un sentido moral más profundo y más certero. Para Lorda, acorde con el concepto de sabiduría del libro de Los Proverbios, los sabios son los mejores, las mejores personas (los aristos de Platón), es decir aquellos seres humanos capaces de vida virtuosa, capaces de integrar en su actuar la experiencia y la rectitud. Ya lo sabían los clásicos. Pero también Umberto Eco en su diálogo con el cardenal Martini: “La fuerza de una ética se juzga por el comportamiento de los santos, no por el de los ignorantes cuius deus venter est (cuyo dios es el vientre)” .

La moral personal no es democrática, sino aristocrática (de aristos). No es extraño. La ciencia tampoco es democrática; y el arte tampoco. Aunque todos valemos lo mismo como personas, no valemos lo mismo como sabios, como científicos o como escritores. Hay que respetar la conciencia de cada uno, pero la pretensión de que cada uno haga la moral a su gusto, es tan poco razonable como si hiciera la ciencia a su medida. No hay otro camino que aprender de los que saben, reunir experiencia personal y procurar ser recto, es decir juzgar con rectitud en lo propio, sin dejarse desviar ni por el egoísmo ni por el miedo .

Hoy el individuo sigue funcionando, igual que la sociedad sigue progresando, pero es por su propia dinámica y no como respuesta a una idea, a un proyecto. El ideal del sujeto es ahora su propia conquista, su liberación; se puede decir que hoy esa liberación está concluida: se ha alcanzado la liberación política, la liberación sexual, la liberación del niño y de la mujer, la liberación de las fuerzas productivas, la liberación del inconsciente, del arte, la liberación de los mercados, etc.

Liberación de la responsabilidad que hace al hombre masa informe y manipulable dejada al vaivén del hedonismo y la despersonalización que convierten al sujeto en un ser preso de sí mismo y postrado en su propia incertidumbre y pérdida de sentido. Ser humano acorralado por las presiones del mercado que le publicita la idea que todo lo que se pueda comprar se puede hacer, incluyendo la reestructuración de su identidad corporal, que todo lo que el científico pueda hacer se debe hacer. En este asunto radica la aporía que encierra en un laberinto tramposo al hombre que juega a ser como los dioses para enfrentar su propio miedo a la responsabilidad que nace de un auténtico concepto de la libertad racional como ocurre en aquellos ciegos que se destruyen a sí mismos en la célebre novela de El Ensayo sobre la ceguera de José Saramago cuando el autor afirma que: “Esto es diferente, haz lo que te parezca, pero no olvides lo que somos aquí, ciegos, simplemente ciegos, ciegos sin retórica ni conmiseraciones…” .

Por otra parte, si no se admite la posibilidad de llegar a principios morales universales, que sean válidos para todos los hombres de todos los tiempos y culturas, ¿en virtud de qué se pueden condenar los genocidios y la tortura? ¿Qué razones habría para abolir las discriminaciones sociales y la pobreza? Es decir: ¿Qué fundamento tendríamos para proclamar una Declaración Universal de los Derechos del ser humano?

2. La penuria de la conciencia moral de nuestro tiempo y sus expresiones

Para la tradición aristotélico-tomista la conciencia es como la ventana desde la que el hombre abarca con su vista la verdad universal y que una vez reconocida por todos fundamenta la solidaridad del querer y la responsabilidad. La conciencia es la apertura del hombre hacia el fundamento de su ser, no puede ser por lo tanto equivalente a la razón subjetiva que justifique por el contrario los actos erróneos del hacer humano; en esta última acepción cae la penuria de la conciencia moral de nuestro tiempo, la cual además considera la culpa como neurosis y no como aquella protesta de conciencia contra una existencia mediocre satisfecha de sí misma. “Quien ya no es capaz de percibir la culpa en su conciencia, está espiritualmente enfermo, es un cadáver viviente, una máscara de teatro”, como dice el psicólogo Albert Gorres.

El entonces cardenal Joseph Ratzinger expresaba hace algunos años que: “No se puede identificar la conciencia del hombre con la autoconciencia del yo, con la certidumbre subjetiva

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