CONVERSACIONES CON FIDEL MOCCIO SOBRE CREATIVIDAD
Enviado por Jillian • 4 de Enero de 2018 • 30.655 Palabras (123 Páginas) • 477 Visitas
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En su familia parece haber encontrado ese "entorno positivo" que él planteó como condición indispensable para una maduración exitosa. Creció rodeado de sus padres y dos hermanas, cinco y seis años mayores que él, en un ambiente de provincia, en el Devon, Plymouth, ciudad portuaria de la que su padre, sir Frederick Winnicott, era el alcalde. La descripción de la atmósfera familiar, en aquella vasta casa que le hacía disponer de tanto espacio, deja adivinar una felicidad tranquila no alterada por los acontecimientos penosos, ni el aburrimiento o la monotonía. Allí el buen humor era como dueño y señor, contribuyendo a allanar los inevitables conflictos de la existencia. Todos se sentían unidos en su amor común por la música. Como destaca Clare Winnicott, su mujer, él tuvo en su primer hogar "una seguridad que consideraba como natural". Pudo entonces desarrollar libremente su personalidad, primero explorando los amplios espacios de la casa y el jardín, también integrantes de su vida interior, edificando así su mundo personal. Winnicott tenía una capacidad natural para adaptarse a todo: quienes lo conocieron han subrayado -su don para encontrar algún placer en las múltiples situaciones de la vida.
Su vocación médica se origina en un hecho que se produjo cuando tenía seis años: habiéndose quebrado la clavícula en el curso de un encuentro deportivo, se vio obligado a pasar un tiempo en la enfermería del colegio. "En ese estado, sólo podía imaginar que, durante el resto de mi vida, estaría obligado a depender de los médicos cada vez que me hiriera o enfermara. El mejor medio de librarme era convertirme en médico yo mismo." Se inscribió en el Jesus College de Cambridge, donde obtuvo una licenciatura en biología. Estaba estudiando medicina cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Como estudiante de medicina, Winnicott estaba eximido del servicio militar. No obstante, se enroló como cirujano practicante a bordo de un destructor de la Navy. Terminada la guerra, completó sus estudios en el St Bartholomew's Hospital de Londres. A causa de una enfermedad estuvo internado allí tres meses. Como en otras oportunidades, también sacó provecho de esa experiencia, según da cuenta uno de sus amigos que fue por entonces a visitarlo: "era una vieja sala de hospital, absolutamente gigantesca, el techo era tan alto que las camas (en filas estrechas), los pacientes y las visitas parecían demasiado pequeños. Donald se divertía intensamente, encontraba apasionante el estar perdido en la locura. Decía: `Estoy convencido de la necesidad de que todo médico haya estado en el hospital como paciente, al menos una vez en su vida.' "
Esa capacidad para jugar, para utilizar los acontecimientos de la vida de manera creativa, parece haber sido el rasgo sobresaliente de su personalidad. Claire Winnicott lo señala como una característica de los largos años de su vida en común. "Nosotros disfrutábamos de las cosas -nuestras posesiones- reparándolas, tomándolas, descartándolas, según nuestro humor. Disfrutábamos de las ideas, haciendo con ellas malabarismos al azar, sabiendo que no teníamos ninguna necesidad de compartir la misma opinión, que éramos demasiado fuertes para herirnos el uno al otro. En realidad, la cuestión de herirse el uno al otro no se planteó nunca, ya que nos movíamos en una atmósfera de juego donde todo estaba permitido."
cierta idea de la pediatría
En un momento, Winnicott había pensado en ser médico de campaña. Sin embargo, durante sus estudios se afirmó un profundo interés por la infancia. Esa orientación se concretaría en 1923 al obtener dos puestos como pediatra, uno en el Queen's Hospital for Children, el otro en el Paddington Green Children's Hospital, de Londres, donde atendió a niños, durante cuarenta años. En el Paddington Hospital se afirmó su visión personal de la pediatría, que siempre consideraría como la formación natural del psiquiatra de niños, ya que ofrece un instrumento de observación excepcional de la pareja madre-hijo, estructura primaria fundamental en la que se constituye el niño como individualidad. Se definió a sí mismo como un pediatra "con cierto don para lograr que las madres hablen de sus hijos", y nadie supo escuchar mejor la descripción del way of life de sus bebés, en ese punto crucial del desarrollo que hay que saber asir del natural, antes de que las madres hayan perdido el contacto con esa experiencia íntima. El pediatra está aquí mejor ubicado que cualquiera, ya que puede, a través de los cuidados físicos que dispensa al niño, "cooperar con la madre en la tarea delicadísima de presentar el mundo a su bebé, y así instituir la salud mental para el niño..."
El trabajo de Winnicott en el Paddington Hospital se encaminó muy temprano hacia una orientación psicológica; su servicio se transformó en clínica psiquiátrica donde se trataban simultáneamente los problemas de los niños y la hipocondría de los padres. Con humor, Winnicott hablaba de él como de un "snack-bar psiquiátrico". Y siempre estuvo profundamente convencido del rol fundamental del pediatra en la prevención de la psicosis. Quizás hubo en ello cierta ingenuidad, pero -como lo notó O. Mannoni- esa utopía, en él, tuvo su eficacia. Sea lo que fuere, para Winnicott, la pediatría no dejó de ser el lugar de un encuentro privilegiado con el niño y sus padres; hubiera querido que todos los psiquiatras de niños practicaran la pediatría durante algún tiempo.
En cambio, parece ser que era mucho más reticente con respecto a la psiquiatría de adultos. Se oponía a los métodos de "shock", de los que pensaba que, a veces, ayudan al paciente a suicidarse sin morir. Tal era el caso de la leucotomía , que directamente lo hizo dudar de la psiquiatría. "En la leucotomía, felizmente pasada de moda, sólo puedo ver una cosa: el delirio insensato del paciente satisfecho por una ilusión del médico." Esa visión crítica de ciertas terapéuticas violentas anima toda su obra, donde opone lo que llama la tendencia natural a la salud, a toda forma de celo terapéutico que, suprimiendo el síntoma, oblitera también lo que aquél expresa: "se trata al niño de manera de liberarlo de la obligación de pedir socorro"; al mismo tiempo, en esos casos se desconoce el aspecto positivo de un desorden que, en realidad, sólo es una "parcela del gigantesco problema del ser humano tratando de alcanzar la madurez, a pesar de los obstáculos". En el niño, el síntoma expresa la necesidad de traducir el obstáculo que bloquea su desarrollo afectivo, de una manera que sea perceptible para el entorno. De allí, la reticencia
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