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EL SILENCIO EN LA LITURGIA

Enviado por   •  23 de Enero de 2018  •  1.104 Palabras (5 Páginas)  •  344 Visitas

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El silencio va más allá: allí donde las palabras se quedan limitadas, allí donde los cantos no alcanzan a expresar lo inefable. El silencio como el gesto, comprometen mucho más que las palabras y los cantos, incita a toda nuestra persona a reconocer que el Dios que hemos invocado es Aquél que reconocemos en Jesucristo, mientras nuestros términos y nuestros cantos son torpes para describir un misterio tan grande. Es cuando expira, que el silencio se impone en la Cruz, en el momento en que Jesús el centurión exclama: “Seguramente este hombre era justo” (Lc 23,47).

3. “Oremos…” En la misa, como en la celebración de los sacramentos, cada vez que hay una oración, el sacerdote empieza diciendo: “Oremos”… No se trata de una simple fórmula de cortesía, y sobre todo como una orden, como si se dijera: “¡pónganse de pie!”. Este anuncio tiene dos objetivos: en primer lugar anunciar que la oración que va a seguir, es la de toda la asamblea, aun cuando es el sacerdote el que habla y se dirige al Señor, luego invitar a los miembros de la asamblea a orar.

Y ¿cómo esto sería posible si, a penas la invitación formulada, se proclama inmediatamente el texto de la oración? Esta invitación, como lo dice muy bien la IGMR (n.88) es necesariamente seguida de un tiempo de silencio que deja lugar a la oración de cada uno y de todos, incluido el sacerdote (Oremos!)

El texto de la oración que luego dice (solo) el sacerdote –y que será pronunciado en un tono que expresa el clima de oración– no será, de una cierta manera, sino la conclusión…(amén). Toda oración litúrgica sigue este esquema: anuncio, interiorización, oración. También al final del texto, antes de la fórmula “Por NSJC”, una pausa permitirá interiorizar el contenido de la oración.

Es cierto que el texto de muchas de estas “colectas” parece un “comprimido” de oración poco accesible a nuestra gente sencilla. Es siempre posible adaptarla. Pero quizás lo más importante es la fórmula final que indica que el único Mediador y Sumo Sacerdote, es Cristo mismo que siempre sigue intercediendo por nosotros.

4. El Silencio después de las Lecturas y de la Homilía. El silencio prolonga la escucha humilde y confiada de la Palabra, a fin de meditarla brevemente. El organista puede, a su vez, dar un comentario musical, que favorece un intenso clima de recogimiento. “Debe guardarse a su tiempo un sagrado silencio, como parte de la celebración. Su naturaleza depende del momento en que se guarde en cada celebración. Así, en el acto penitencial y después de la invitación a orar, todos se recogen interiormente; después de la lectura o de la homilía, meditan brevemente la palabra escuchada; después de la Comunión, alaban y oran a Dios en su corazón” (IGMR n. 23).

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