El gran Proyecto Educación Cívica.
Enviado por Rimma • 15 de Febrero de 2018 • 7.996 Palabras (32 Páginas) • 519 Visitas
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En la presentación de dichos proyectos, se definen sus propósitos generales, públicos e instancias a las que se propone sean dirigidos de manera prioritaria, así como el tipo de acciones que deberán contemplar. En este sentido, es importante señalar que varios de los proyectos impulsados hasta ahora, no sólo encuentran cabida dentro del programa que aquí se presenta, sino que seguramente se verán enriquecidos bajo el marco de este programa particular.
Así pues, se despliega la propuesta en materia de educación cívica y divulgación de la cultura democrática; así como la colaboración de diversas áreas.
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- Marco de Referencia
Más que un exhaustivo ejercicio de conceptualización, el presente apartado pretende describir de manera general, las concepciones de democracia, ciudadanía, cultura democrática y educación cívica, que servirán de base para el diseño de todo proyecto educativo.
- Democracia y Cultura Democrática
La tarea educativa, concibe a la democracia como un sistema político y una forma de gobierno configurados en tres dimensiones: la competencia política por el poder público en elecciones populares periódicas; el respeto al orden constitucional, expresado en la legalidad; y la participación, basada en el principio de la soberanía popular con el que se reconoce que el poder público reside en la voluntad soberana de la ciudadanía. Además, la concibe como un sistema de relaciones sociales fundado en un conjunto de derechos que configuran la moral de la democracia, tales como la libertad, la justicia o la igualdad; el respeto a los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales; así como en el cumplimiento de responsabilidades tanto por parte de los gobernados como de los gobernantes.
Así, se concibe a la democracia, y más específicamente la experiencia democrática, como una aspiración que puede encontrase en la permanente tensión que se establece entre la realidad y el ideal. En este sentido Giovanni Sartori dice al respecto:
Las democracias son también, en cierto sentido, Estados-plan ⎯pero sin vanguardia; los fines se determinan vía proceso democrático, mediante procedimientos democráticos y a medida que el proceso democrático avanza. De ello se deduce que la democracia está especialmente abierta a, y depende de, la tensión entre hechos y valores. Puede afirmarse, por tanto, que sólo la democracia debe su misma existencia a sus valores. Y ésta es la razón por la que precisamos del término democracia. A pesar de su inexactitud descriptiva, nos ayuda a mantener ante nosotros el ideal: lo que la democracia debiera ser.[2]
En contraste, se pueden identificar dos visiones que han alimentado los modelos unidimensionales de la democracia: 1) el planteamiento que ve en ésta la total identificación entre gobierno y pueblo y 2) la visión según la cual la democracia se reduce al procedimiento electoral. En la primera, el régimen democrático es capaz de borrar la brecha entre soberano y súbdito, se trata del autogobierno de la sociedad concebido como un cuerpo unitario, bueno, sabio y justo. Jean Jacques Rousseau, el filósofo que más ha inspirado esta apuesta, así lo ilustra:
En tanto que varios hombres reunidos se consideran como un solo cuerpo, no tienen más que una sola voluntad relativa a la común conservación y al bien general. Entonces todos los resortes del Estado son vigorosos y sencillos, sus máximas claras y luminosas, no existe confusión de interés, ni contradicción.[3]
Dado que existe una absoluta identidad entre el pueblo y el gobierno al punto de borrar tal distinción, sugiere que la única forma legítima de poder es la que se basa en la democracia directa. El ideal para esta visión, entonces, radica en la total identificación de intereses, en la completa ausencia de conflicto. Un temible “nosotros” que, frente a los “otros”, se convirtió en la divisa ideológica de los totalitarismos del siglo XX.
En lo que toca a la segunda visión, la democracia reducida al instante electoral, advierte la brecha que se establece entre gobernados y gobernantes. Bajo este enfoque, por demás irrefutable empíricamente, el economista austriaco Joseph A. Schumpeter llegó a la conclusión de que el papel del pueblo en un régimen democrático no es ser gobierno, sino producir gobierno. Dice: “El método democrático es aquella ordenación institucional establecida para llegar a la adopción de decisiones políticas en la que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto del pueblo”.[4]
Sin embargo, y sin dejar de lado su valiosa contribución para romper con la ilusión de identidad entre pueblo y gobierno, esta visión reduce a la democracia en un mero episodio electoral. Extraído de un modelo económico de mercado, el votante (consumidor) vota (compra) por líderes (productos) expuestos en el tianguis electoral. En suma, dicha visión atiende a uno, y sólo uno, de los aspectos que conforman a los regímenes democráticos, ya que la existencia de gobiernos y de élites que los conforman no presupone, necesariamente, la vigencia de un ordenamiento democrático: “la presencia de élites en el poder no borra la diferencia entre regímenes democráticos y regímenes autoritarios”.[5]
Con lo anterior no estamos soslayando el momento electoral. Por el contrario, éste es crucial para determinar la existencia de un régimen democrático. Sin voto no hay democracia. Este es, sin duda, el mecanismo por excelencia para dirimir pacífica y civilizadamente las controversias políticas. Constituye, en síntesis, la fórmula más adecuada para procesar los diferentes diagnósticos e intereses que surgen del seno de sociedades complejas como las nuestra.[6]
Vistas así las cosas, la democracia no es un espejo de absoluta identidad, ni tampoco se agota en el simple mercado electoral. Es algo más complejo. Cubre, de distintas maneras, todas las acciones del poder público. Sus fronteras van más allá del quién gobierna y pasa a la cuestión más próxima y cotidiana del cómo gobierna. En este sentido, la democracia que aquí planteamos parte del reconocimiento de las múltiples dimensiones del proceso democrático. Es un modelo que busca resaltar la experiencia democrática, la forma en que dicho régimen es vivido por la gente.
Pero no como algo anclado a suposiciones metafísicas, sino como la interacción libre y racional que los ciudadanos ejercen respecto a las estructuras que impiden la arbitrariedad, los
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