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El objeto de la psicopatología

Enviado por   •  9 de Julio de 2018  •  35.363 Palabras (142 Páginas)  •  218 Visitas

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PRINCIPIO 2: No existe ningún elemento suficiente para definir la conducta anormal.

No existe ningún elemento cuya sola presencia (esté o no presente en otras conductas anómalas) baste para calificar como patológico un comportamiento.

Estos dos principios iniciales son importantes pues nos advierten de la consustancial vaguedad del concepto de normalidad. La nueva epistemología del conocimiento indica que, en efecto, las categorías que utilizamos cotidianamente no son claros conceptos ideales, sino que, por el contrario, tienen límites muy borrosos y más bien indefinidos (Fierro, 1988)

PRINCIPIO 3:La anormalidad de una conducta dada ha de venir siempre dada por la combinación de varios criterios.

La anormalidad de una conducta nunca se debe a la presencia aislada de algún criterio, como debe quedar claro tras la enumeración de los dos principios anteriores. Para la caracterización de una conducta como “anormal” habitualmente hay que tener en cuenta la intervención de diversos elementos simultáneos (Cles, 1982). Siempre hay varios criterios, aunque el peso de cada uno puede varias para diferentes trastornos.

La consideración de criterios cambiantes no debe ser un motivo de desaliento. En realidad, rinde tributo a la enorme plasticidad y versatilidad del comportamiento humano. La acción y el pensamiento de los seres vivos es muy diversa y analizable desde diferentes perspectivas. No asumir este punto de partida nos puede conducir al estéril intento de querer imponer criterios únicos homogeneizadores (sean biológicos, psicológicos, sociales) en la definición de la anormalidad.

PRINCIPIO 4: Ninguna conducta es por sí misma anormal.

Este principio es muy importante pues denota la relatividad del significado de cualquier comportamiento. Si no se asume que el comportamiento humano ha de entenderse siempre atendiendo a las variables contextuales, se puede pretender la búsqueda absurda de criterios “objetivistas” (por ejemplo, el resultado de un test biológico o psicológico) para definir lo que es anormal.

Lo que debe adjetivarse como normal o anormal no es la conducta sino el binomio contexto-conducta (Mahoney, 1980). No se puede definir la “anormalidad” de una conducta en base a sus atributos manifiestos, a sus propiedades objetivas externas. A diferencia de las enfermedades físicas, la adjetivación de una conducta como “anormal” siempre está ligada al contexto o la situación en que se produce y, por supuesto, a la intencionalidad del que efectúa dicha acción (recordemos de nuevo el ejemplo de la huelga de hambre).

En la determinación de la anormalidad de un determinado comportamiento se tienen en cuenta elementos valorativos sobre la circunstancia en que éste se produce, su frecuencia, intensidad, etc. Incluso los sistemas más formales de diagnóstico no pueden sustraerse a esta actividad valorativa intrínseca a la actividad clínica. No en vano a esta tarea de ponderación habitual del clínico acerca de la importancia o el alcance de una conducta determinada se le denomina juicio clínico. Pensar que llegará un momento en que esto no sea así es ilusorio. Ahora bien, como veremos en capítulos sucesivos, afortunadamente la tendencia actual y futura del diagnóstico consiste en, sin prescindir del juicio clínico, explicitar y clarificar esos atributos o criterios diagnósticos.

PRINCIPIO 5: La conducta humana es dimensional.

En general, los trastornos mentales no se caracterizan por ser estados de una absoluta “discontinuidad” respecto a la normalidad. Por el contrario, es más adecuado comprenderlos como puntos más o menos externos de un continuo. Esta es la denominada perspectiva dimensional frente a la más clásica perspectiva categorial, la cual tiende a asumir implícitamente una diferenciación “todo o nada” respecto a los trastornos mentales. En el capítulo 22 efectuaremos una breve revisión de estas dos perspectivas. La mayor parte de las variables humanas (por ejemplo, la inteligencia, la altura, la frecuencia sexual, el deseo de vivir, la ansiedad, la sociabilidad, el estado de ánimo, etc.) pueden concebirse como una variable continua a lo largo de la cual todos los seres humanos ocupan alguna posición. Por ejemplo, el deseo de vivir puede variar desde el suicida en un extremo, al hipocondríaco, siempre preocupado enfermizamente por su estado de salud, en el otro extremo (Mahoney, 1980)

Este quinto principio implica, en primer lugar, que la gente comparte la mayor parte de los atributos pero, en segundo lugar, varia en el grado en que manifiesta los mismos. Al igual que sucede con otras variables continuas, establecer las líneas divisorias de diversas categorías es siempre difícil y algo arbitrario. La anormalidad, asumiendo esta perspectiva dimensional, ha de considerarse en términos de frecuencia, intensidad o duración, y no en términos estrictamente categoriales (es decir, presente-ausente) como sucede, por ejemplo, en la tradicional concepción de “enfermedad física”

Modelos de conducta anormal

Como ya se ha comentado en el capítulo 12, en la antigüedad es la demonología la que va a explicar la conducta desadaptada y se basaba en la creencia de que el individuo se comportaba de manera anormal por estar poseído por espíritus malignos. La liberación de estos espíritus se conseguiría mediante la utilización de técnicas como oraciones, azotamiento, trepanaciones, etc. es Hipócrates el primero que descarta la intervención de espíritus diabólicos al sugerir que son factores biológicos los que subyacen en la conducta anormal. Durante la Edad Media vuelve de nuevo la demonología, estando en manos de los clérigos el tratamiento de las conductas desadaptativas. A partir del siglo XVI se da un nuevo giro hacia la interpretación biológica de la conducta desviada, alcanzando un punto álgido en el siglo XVIII. Este auge fue debido, fundamentalmente, al avance de las ciencias biológicas y de la medicina en general, llegándose a configurar la enfermedad mental de forma análoga a la enfermedad física. Se trataba de explicar los desórdenes mentales en función de una patología orgánica, afirmando Pinel en 1809 que el origen de la enfermedad mental se encontraba en el nivel de un “mal funcionamiento del cerebro”.

Modelo Biológico

El modelo biológico (también llamado médico-orgánico), como indica Canguilhen “se nos aparece como una técnica o arte situada en la encrucijada de muchas ciencias, más que como una ciencia

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