El rol del operador socioterapéutico

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El concepto de vulnerabilidad social refiere a una situación de riesgo en la que esos derechos no están garantizados. A mismo tiempo, supone una carencia de responsabilidades que exige un máximo esfuerzo de aquellos recursos que están en condiciones de asumirlas.

Los niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad social requieren una relación interpersonal saludable con un adulto capaz de apoyarlos para que superen aquellas situaciones que lo limitan –y que surgen de las carencias- y lo guíen hacia un proyecto de desarrollo personal afianzado en su autovalimiento.

Este adulto debe ser capaz de generar un vínculo de confianza tal que permita que el niño, niña o adolescente sea capaz de reconstruir su historia de vida con una mirada positiva, que señale sus responsabilidades y competencias, y pueda compensar sus dificultades personales, familiares o sociales. A partir de esa historia de vida repensada y redefinida desde la clave del crecimiento personal, el niño, niña o adolescente puede alzarse sobre ella para empezar a armar un proyecto de futuro. De esta manera el niño /a recupera su lugar de sujeto social activo y pleno de derechos.

El diálogo, la presencia, las habilidades de comunicación que despliega ese adulto son la herramienta más eficaz para generar este tipo de relación. El apoyo en los recursos materiales que faciliten la expresión de dicha historia de vida, junto con la generación de estímulos e intereses nuevos, posibilitan que el proceso de crecimiento se realice de manera positiva.

Para que la acción sea eficaz, ese adulto debe estar debidamente capacitado. La formación de equipos de operadores que logren un trabajo de contención debe ser permanente. Debe proveer recursos para que se sitúen en la edad y en la condición; dar herramienta y sustento a la palabra y a la acción para que genere en los niños, niñas y adolescentes el deseo de una salida a la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran; y promover valores que permitan plantear objetivos.

Los operadores deben estar lo suficientemente provistos como para ser ese adulto proporcione el sostén emocional que necesitan para lograr la socialización, vinculación y construcción de un proyecto personal de vida.

Sin embargo, la exigencia a que son sometidos los recursos humanos que asumen la responsabilidad de cubrir la figura de ese “adulto sostén”, sumada a las contingencias propias de cada historia de vida, hace que no siempre estén en condiciones o con posibilidades de asumir el rol. Pero en el marco de los dispositivos de asistencia, cuando las relaciones de confianza logran establecerse y los procesos de desarrollo, por más incipientes que sean, se ponen en marcha, la figura del operador no puede quedar vacante.