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FACTORES DETERMINANTES DE LA ACTITUD EMPRENDEDORA DE LOS ESTUDIANTES, DOCENTES Y EGRESADOS DE LA LICENCIATURA EN ADMINISTRACIÒN.

Enviado por   •  3 de Enero de 2019  •  3.651 Palabras (15 Páginas)  •  608 Visitas

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se han multiplicado las publicaciones al respecto adoptando diferentes enfoques y metodologías. En esos trabajos se comprueba plenamente que las raíces teóricas del entrepreneurship proceden de múltiples áreas del conocimiento distintas pero afines como el management, el marketing, la psicología, la economía, etc.

La mayor parte de la investigación sobre espíritu empresarial estaba relacionada con países en desarrollo y grupos marginales, que incluían mujeres empresarias y empresarios de grupos étnicos. Este interés general en el espíritu empresarial como un fenómeno organizacional y de relaciones, ha crecido desde entonces con el reconocimiento de supuestos epistemológicos y ontológicos alternativos que proponen modelos y vocabularios diferentes y visualizan gran variedad de campos empíricos. El estado del arte actual muestra que la comunidad europea de investigación en espíritu empresarial se distingue por tener una base constructivista, en la que la contextualización sociocultural es su rasgo más sobresaliente, en tanto que la comunidad norteamericana de investigación se mantiene ligada a un paradigma realista-positivista en que predominan la generalización y la racionalización económicas. No obstante lo anterior se han tendido recientemente unos puentes entre estas divisiones paradigmáticas (Steyaert y Katz, 2004; Gartner, 2007).

Derivado de lo anterior, el estudio de las actitudes emprendedoras es una línea de investigación que ha suscitado el interés y la curiosidad de los analistas socioeconómicos, y que en la actualidad cobra una especial relevancia, debido a la difícil situación económica que atraviesan la mayor parte de los países. Es ahora cuando la iniciativa empresarial resulta uno de los factores prioritarios para salir de la crisis. La necesidad de abrir nuevas vías en el mercado laboral, de tomar iniciativas creativas e innovadoras que posibiliten puestos de trabajo, se ha convertido en una necesidad urgente.

Distintos estudios resaltan la correlación positiva que existe entre el nivel de educación formal de un sujeto y su decisión de crear una nueva empresa (véase, Storey, 1994; Reynolds & White, 1997). Ello se traduce en que la probabilidad de entrada a una actividad independiente se incrementa, tanto para desempleados como para empleados, con el nivel educativo. Asimismo, aquellos individuos con un nivel educativo más elevado tienen mayores posibilidades de éxito, no sólo en la implementación de un nuevo emprendimiento, sino también en la supervivencia en las etapas tempranas de la nueva empresa, período crítico de las mismas (Gennero y Liseras, 2001).

Vivimos tiempos difíciles pero apasionantes. Los primeros años del siglo XXI han mostrado una característica que nunca antes en la historia reciente se había visto con tanta rotundidad: la aceleración de los procesos de cambio en el entorno económico, social, político y normativo en todas las sociedades. En esta primera década del siglo XXI hemos sido ya testigos de la revolución puntocom, con su espectacular auge e impacto en la actividad emprendedora y su subsiguiente caída; de una recuperación y crecimiento de las economías desarrolladas en los años centrales de la década con un imparable auge de la TEA. (Total Entrepreneurial Activity en medición GEM); y finalmente, a partir de mediados del año 2007 nos encontramos inmersos en una crisis con origen en el sistema financiero global pero que ya ha permeado todos los sectores económicos y que en algún momento de su evolución ha amenazado con convertirse en una crisis sistémica de magnitudes desconocidas.

En este joven siglo, y especialmente a raíz de la eclosión de lo que casi todo el mundo denominó la “Nueva Economía” (obsoleta ya en su nacimiento), se ha prestado mucha atención al campo de la Creación de Empresas, al movimiento emprendedor (De la Vega, 2011).

Parece que el interés por la creación de empresas ha sido a lo largo del siglo XX un fenómeno cíclico en las economías más desarrolladas y tiene continuidad, con velocidades de cambio superiores, en el siglo XXI (De la Vega, 2011). En cualquier caso, el emprendedor es hoy en todas las economías una figura reconocida por su contribución a la generación de ideas innovadoras, a la creación de empleo y de riqueza colectiva.

Según el GEM, desde el 2001 la actividad emprendedora en México ha caído gradualmente del 18.7% a 5.3% en el 2006. Actualmente el país aparece por debajo de los indicadores promedio en cuanto a actividad empresarial en comparación con otros países analizados. Las condiciones económicas del país no son suficientes para generar actividades productivas y para que los nuevos emprendedores tengan un futuro prometedor claro. En el 2006 el Gobierno llevó a cabo ciertas iniciativas que fomentaron la actividad emprendedora, entre las cuales destacan: la provisión de $52.5 mil millones a las pequeñas y medianas empresas; la creación del Programa de Oferta Exportable, que ayudó a 6,000 pequeñas y medianas empresas a exportar; y el incremento en programas académicos caracterizados por la impartición de cursos emprendedores en diversas universidades públicas como privadas.

En cuanto a la cultura emprendedora, generalmente los mexicanos mantienen una actitud positiva para participar en los negocios, a pesar de ser cautelosos en sus actividades emprendedoras hasta convencerse del éxito. Existe una tendencia de no confiar totalmente en los socios y preferir ser el único dueño de la empresa (esto es similar en toda Latinoamérica). Lo anterior se ve fuertemente influenciado por la falta de una política de fomento a la cultura emprendedora bien clara y focalizada, y por la inexistencia de políticas de apoyo, preferentemente hacia las pequeñas y medianas empresas. El apoyo a los negocios establecidos y la creación de nuevas empresas, el financiamiento, el acceso al mercado y el desarrollo de cadenas productivas son las cuatro principales estrategias de apoyo a las Pymes.

Aun así, el emprendimiento es visto como una de las principales herramientas en la implementación de estas estrategias.

Algunas acciones de apoyo al emprendimiento incluyen el desarrollo de planes de negocio, capital semilla, formación empresarial, transferencia de tecnología, consultoría e incubadoras de empresas.

A partir del 2007 el desarrollo y apoyo al emprendedor fueron impulsados por el Gobierno. De acuerdo con la Secretaría de Economía (SE) existían alrededor de “311 incubadoras de empresas instaladas en instituciones de educación media y superior, algunos municipios y el sector privado; diez aceleradoras de negocios, de las cuales seis están ubicadas en México y cuatro en el extranjero; con el apoyo de la Fundación México-Estados Unidos para la

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