Facetas del Aleph. El laberinto y la eternidad. La voz narrativa y la metaliteratura.
Enviado por Eric • 2 de Marzo de 2018 • 3.319 Palabras (14 Páginas) • 517 Visitas
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Borges utiliza estructuras oracionales con muchas pausas. Crea oraciones compuestas a través de nexos copulativos y añadiendo cualidades a la acción descrita a través de una larga enumeración. Esto permite recrearse en la acción, convirtiendo la narración en algo pausado y lento, creando más expectativa en el lector.
Así mismo Borges utiliza muchas alusiones y asociaciones literarias, a veces de forma directa y otras un poco más sutiles. Esto facilita al lector realizar asociaciones mentales sobre las características de algunos personajes y por otra parte permite crear más sensación de verosimilitud cuando se observan las citas literarias que el protagonista menciona a lo largo de la narración.
Carlos Argentino Daneri, quien representa a un bibliotecario, escritor, como lo fue él mismo autor en alguna etapa de su vida. Además, cuyo nombre nos recuerda a Dante Alighieri, poeta florentino, escritor de la Divina Comedia. Es inevitable recordar el descenso de Dante al Infierno y compararlo de inmediato con la bajada de Borges al sótano, donde se encuentra el místico Aleph. Por consecuencia, Carlos Argentino sustituiría a Virgilio, aunque de una manera menos sacralizada. (García 2013)
Podemos encontrar también a lo largo del texto alusiones al mito de la caverna de Platón que son útiles para dotar de carácter metafísico al cuento y por otra parte para que el lector cree asociaciones mentales con fórmulas literarias ya conocidas. Es una forma también de seguir asociando al autor con el progatonista ya que el lector sabe que el conocimiento literario del autor es amplio y rico :
(…) la alegoría de la caverna, cuenta que los hombres están encadenados, de pies y cuello, deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, por su parte Borges, el personaje debe de permanecer inmóvil y ver a un punto fijo, unos las sombras y otro el Aleph, en ambos casos una imagen que sustituye la realidad.
En contraparte, vemos diferencias, por el lado de la alegoría de la caverna las imágenes son reflejos de objetos reales, lo real estaría fuera de la caverna, sin embargo en el Aleph, las múltiples imágenes que se ven a través del Aleph, tan sólo son posibles verdades. (García 2013)
El uso de la metaliteratura a lo largo de la obra, a través de citas, similitudes, metáforas y alusiones, dota al texto de un carácter universal, mostrando la necesidad del conocimiento de otras tradiciones literarias para enriquecer la narración. Él mismo dice : “que no debemos temer y que debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo”. (Teitelboim 2003)
El uso de la metaliteratura tiene una doble función, ya que además de crear una verosimilitud al recurrir a fuentes literarias reales en las alusiones y citas, da la oportunidad al lector de acudir a las fuentes de diferentes tradiciones, que de alguna forma inspiran y conforman la narrativa. Borges no sólo da la oportunidad al lector de pensar sobre la realidad de la ficción y la ficción de la propia realidad, le da también los medios físicos, una bibliografía, que le ayude a encontrar esa realidad y que le enriquezca.
Es importante recalcar sobre el significado de alef que busca Borges para así explicar la “universalidad” del relato. Por tanto, como subraya Kazmierczak en su estudio La metafísica idealista en los relatos de Jorge Luis Borges: “Aleph es la primera letra del alfabeto hebraico con el valor numérico uno” (254), hecho que nos hace pensar, sin duda, en la representación del origen del universo. De allí que el autor de este estudio demuestra claramente la relación que se establece entre la primera letra del alfabeto hebraico, que reencarna en sí la figura del surgimiento de las demás letras, es decir, una referencia clara a lo divino ; al mismo dios. El alef encierra una profunda simbología sobre la creación del mundo ya que, según el Génesis “la palabra tiene una existencia previa al mundo” (255). De esta manera, Kazmierczak confirma que, en este relato de Borges, el narrador, está en una constante inquietud por “alcanzar el estado de alef” (255), es decir, llega a comprender la universalidad y su infinitud.
Por tanto, nos podemos preguntar de qué forma Borges logra representar este universo mágico que engloba en sí la idea del “infinito”, a través de la incapacidad del hombre para realizar el sueño.
Así, nos hemos de centrar en tres puntos fundamentales, lo cuales explicarían el simbolismo que se esconde detrás de la idea del laberinto ; de lo imposible que Borges sugiere al lector, como resultado del deseo del ser humano de anhelar lo inalcanzable.
Por consiguiente, podemos decir que el encuentro del narrador de esta obra con el mundo del aleph es deslumbrante e inexplicable: “El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba allí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (…) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo” (Borges 192). Por tanto, nos damos cuenta que este lugar es el centro del universo, el ojo que permite observar lo inalcanzable; lo “formidable” del infinito (194).
Sin embargo, en este, como en muchos otros de los relatos del autor argentino, encontramos la idea del laberinto como símbolo “evidente, inevitable, de la perplejidad. Durante toda mi vida no he cesado de estar perplejo frente al universo, perplejo frente a un problema filosófico esencial para mí: el tiempo y la identidad” (Ordoñez 110). De forma que nos damos cuenta que el aleph representa un laberinto encerrando en sí mismo la idea de la perplejidad ante lo inalcanzable ; la comprensión de uno mismo y de lo que le rodea. Ante esta vacilación, el narrador observa asombrado:
Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), (…) vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, (…)
(193)
Por tanto, allí encontramos esta eterna búsqueda identitaria. Sin embargo, resulta ser una tarea difícil: “vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó” (193). Es importante analizar este momento en el cual Borges, el narrador, intenta encontrar su lugar dentro de este “laberinto universal” pero le es imposible ver su propio ser como parte de toda esta infinitud. Por tanto, como bien afirma el gran filósofo y
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