Fernando de herrera y la poesia luminica amorosa.
Enviado por Albert • 9 de Julio de 2018 • 2.510 Palabras (11 Páginas) • 487 Visitas
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2.1. Epítetos de luz
La luz, dentro de la filosofía neoplatónica, jugaba un papel importante, puesto que era la herramienta que facilitaba el ascenso del amante. Por este mismo motivo, la amada, quien es la guía del amante, se relacionará con el campo semántico de la luz.
Una de las maneras más claras en las que se manifiesta esta relación entre la amada y el sol es a través de la propia denominación “Sol”. En muchas ocasiones, el poeta se dirigirá a su amada con fórmulas como “mi Sol”, “Sol mío” ...
yo triste, en nuve eterna del olvido,
culpa tuya, apartado del Sol mío,
no m' enciendo en los rayos de su frente (Herrera, Soneto V, vv. 12-14).
Pero no solo se referirá a su amada como “Sol”, sino que, por extensión, se referirá a ella mediante nombres de otros astros como “Estrella”, “Luna” …
Mas ay, qu' a las saetas, que templadas
en la luz de mi Estrella están, y al braço
tuyo no puede resistir la malla (Herrera, Soneto VIII, vv. 12-14).
También por extensión de las características lumínicas de los astros, abunda la presencia del término general “luz”, “mi luz”, “lucero” …
Serena Luz en quien presente espira
divino amor, qu’enciende i junto enfrena
el noble pecho qu’en mortal cadena
al alto Olimpo levantars’ aspira (Herrera, Soneto XXXVIII, vv. 1-4).
Una última relación con estas denominaciones lumínicas, podría ser una relacionada con el ya mencionado concepto de “amor como fuego”, concibiendo a la amada como “lumbre”. En el siguiente ejemplo vemos cómo no solo hay una denominación lumínica para referirse a la amada como “lumbre”, sino que también encontramos la palabra “celeste”, que también hace referencia a este ámbito, el de la luz que emana de los astros. Este poema también nos ofrece el concepto de “amada inaccesible” propio del amor cortés, en este caso divinizando la imagen de la amada (“sagrada Luz”):
Yo ardo, Lumbre mía, en la belleza
de vuestro oro sutil y dulces ojos,
de Amor, flaco y enfermo, los despojos
lleva a mi alma, llena de terneza.
¡Qué celeste vigor y qué grandeza
de Amor, que causa todos mis enojos!:
la débil flor, en ásperos abrojos
convierte, por mi daño y mi tristeza.
¡Ay, mi sagrada Luz !, si al dolor mío
vuestra dolencia ha acrecentado el fuego,
y con mayor rigor la antigua pena,
¿por qué me abraso en vuestro hielo frío,
y en mi llama os heláis ?, ¿por qué Amor ciego
me prende, y a vos suelta, en la cadena? (Herrera, Soneto VIII).
2.2 Posición elevada de la amada
Otro concepto muy presente en este tipo de poesía es el de la posición elevada de la amada. Tanto el petrarquismo como el neoplatonismo presentaban una imagen elevada de la amada. Para el petrarquismo, esta posición elevada de la amada se relaciona con ls inaccesibilidad de la amada, pues es inalcanzable. En el caso del neoplatonismo incluso se llegó a divinizar, pues se consideraba a la amada como un medio para alcanzar la virtud. Esta posición elevada se relacionó con el cielo, adjudicándole de nuevo las características lumínicas que en este se encuentran, mayoritariamente las del sol.
En el siguiente ejemplo, vemos tanto esta posición elevada de la amada (“que coronas el purpúreo y alto cielo”) como un gran número de términos lumínicos referidos a los astros, muchos de ellos en enumeración (“Sol puro, aura, luna llamas d’oro”), o la denominación directa para referirse a la amada (“mi Luz”).
En los últimos versos del soneto, el amante hace referencia a otro tema muy recurrente del petrarquismo: la amada cruel y altiva. La voz poética nos muestra, en el último terceto, a una amada que le trata con desdén, mostrando así un amor no correspondido, imposible.
Roxo sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo:
¿hallaste tal belleza en todo el suelo
qu’iguale a mi señora Luz dichosa?
Aura suave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco buelo:
cuando se cubre el dorado velo
mi Luz, ¿tocaste trença más hermosa?
Luna, onor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fixadas:
¿consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, aura, luna, llamas d’oro:
¿oístes vos mis penas nunca usadas?;
¿vistes Luz más ingrata a mis querellas? (Herrera, Soneto X).
Junto con la posición elevada, el gran poder irradiador de la amada será de tal magnitud que incluso competirá con el del Sol. En muchas ocasiones, se muestra a la amada por encima del Sol, siendo esta la que ilumina a todo el Universo, por lo que el sol se sentirá celoso:
El impío Febo este dolor consiente
con sacrílega envidia y mortal celo,
después que ve cubrir de oscuro velo
las llamas de sus hebras reluciente (Herrera, Rima XXI).
En el poema anterior, Herrera nos define a los cabellos de la amada como “hebras relucientes” de las que el Sol siente envidia por
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