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La contramarea nos arrastraba de vuelta al lugar donde nuestro juego había comenzado,

Enviado por   •  3 de Septiembre de 2018  •  1.675 Palabras (7 Páginas)  •  287 Visitas

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En ese momento entendí todo, Él ahora cuidaba de esa pequeña ella, así como alguna vez la pareja lo había cuidado a él. La llevaba para conocerme, no pude retenerme más, así que en el momento en que la pequeña Mar se acercó a mí tuve que abrazarla de la misma forma como alguna vez había hecho con Él, pero no fue lo correcto, mi amigo empezó a gritar desesperadamente -MAR, MAR!

Había olvidado la fuerza que la Plata nos brindaba y no pude controlarlo, él se adentró en la oscuridad que de día era turquesa puro para buscar a la pequeña Mar, mis hermanas y yo teníamos demasiada fuerza y lo arrastramos a Él también, en ese momento todos los recuerdos desaparecieron y nos encontramos en un vacío infinito tratando de buscar a la niña cuyo nombre era idéntico al nuestro, así que tuve que reunir toda la fuerza de mis hermanas para levantar una cresta tan temible para sacar a la pequeña y a Él de mí.

Ambos llegaron a la orilla y en ese momento pude observar lo parecido que eran la pequeña y Él, era algo inefable, eterno, Mar era el ser más hermoso que había visto jamás, lo era. Había hecho algo malo, solo podía escuchar las maldiciones a lo lejos, no me atreví a acercarme por cobardía, era muy tarde.

La danza nunca volvió a ser la misma, otro millar de pisadas fue testigo de nuestro espectáculo y nunca fue lo mismo, recuerdo que alguna vez tuve a alguien con quien jugaba todo el tiempo, a alguien a quien vi crecer, reír, besar, llorar. Una vez que la contramarea me regresaba al punto donde iniciábamos con nuestro efímero baile, el viento y las corrientes nos guiaban hacia la orilla con un ritmo y fuerza impresionantes y antes de dejar caer nuestra cresta podía verlo, ahí estaba, maravillado con mi espectáculo, pidiendo a carcajadas que sus protectores lo cargaran y lo llevaran cerca de la orilla para poder apreciar la danza, la cresta caía y acto seguido rompíamos contra nuestras hermanas que se encontraban debajo de nosotras.

Seguía preguntándome en lo que le había susurrado la compañera de Él, aquello que lo hizo enfrentar su miedo y poder verme con tanto pavor y admiración a la vez, ¿Podría perdonarme por lo que le hice a Mar?

Antes de terminar con la última danza del día mis hermanas y yo observamos a lo lejos un ser demasiado débil, iba descalzo pisando fuertemente el dorado que se encontraba en sus pies, era demasiado viejo como para acercarse tanto a la orilla pero eso no pareció importarle, el anciano se sentó en la orilla con mucha dificultad y extendió su mano para poder tocar a la hermana que ya se encontraba de regreso, en ese momento lo supe.

La contramarea nos arrastraba de vuelta al lugar donde nuestro juego había comenzado,

para Él nosotras seguíamos siendo un espectáculo impresionante, fue a admirar y escuchar nuestro melifluo sonar cuando nos dejamos caer contra nuestras hermanas, volvía a pasar, el mismo sentimiento, el mismo momento y la misma persona.

El viento y la corriente me llevaron hacia él con una rapidez y fuerza inimaginables, un momento digno de haber sido llamado una auténtica serendipia.

Pude abrazarlo, no hubo gritos, no hubo daño alguno. Mientras se encontraba empapado dejó caer una lágrima y antes de alejarme empezó a susurrar el nombre de la pequeña, ¿tal vez haya sido mi nombre? Nunca más volví a verlo pero a pesar de mi silencioso modo de hablar con Él, supe que todo había quedado atrás, me hubiera gustado haber podido dejar caer una lágrima, sólo una, la contramarea nos arrastraba de vuelta al lugar donde nuestra danza había comenzado, para ellos nosotras éramos un espectáculo impresionante, se reunían para admirar y escuchar nuestro melifluo sonar cuando nos dejábamos caer contra nuestras hermanas que regresaban para dar inicio a nuestro baile una y otra vez, al acercarnos a ellos podíamos escuchar como susurraban lo que parecía ser el nombre que nos habían puesto, el Rey, la Plata, el dorado y la Mar como testigos, y así nuestro baile comenzaba de nuevo.

Tomás Joshua Hernández Melo

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