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MÉTODOS Y TÉCNICAS DE ELABORACIÓN DE UN TRABAJO DE INVESTIGACIÓN

Enviado por   •  27 de Junio de 2018  •  5.736 Palabras (23 Páginas)  •  263 Visitas

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MARIÑO, B.: “La imagen del arquitecto en la Edad Media: historia de un ascenso”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Hª del Arte, t. 13, 2000, pp. 11- 25.

Este artículo se ocupa de la organización y condición laboral y social de los diferentes miembros del obrador medieval, y especialmente del arquitecto, a la luz de los términos utilizados por la documentación de la época y el testimonio que nos ofrecen las imágenes. De la imprecisión terminológica e iconográfica de los primeros tiempos, desde los siglos XII y XIII la especialización en el equipo constructivo parece mucho mayor. En su seno destaca la figura del arquitecto que, de representante de las artes mechanicae, pasa a convertirse en un trabajador intelectual, equiparable a uno de los miembros de las artes liberales.

Para el Siglo XVI o Siglo de Oro se ha seleccionado las siguientes obras:

CÁMARA MUÑOZ, A.: Arquitectura y sociedad en el Siglo de Oro. Madrid. Ediciones El Arquero, 1990.

Este estudio de la arquitectura española de fines del siglo XVI y comienzos del XVII analiza las formas arquitectónicas en relación con la sociedad de su época, planteándose temas como el papel de los clientes y arquitectos en la evolución del gusto, la difusión de modelos a través de la imprenta, el urbanismo, o la reflexión que todo ello generó sobre la propia historia.

Para nuestro estudio es interesante el capítulo 3 “El arquitecto”, pues habla de su formación y puesta en práctica de los conocimientos adquiridos.

CASTRO SANTAMARÍA, A.: Juan de Álava. Arquitecto del Renacimiento. Salamanca. Caja Duero, 2002.

Este texto analiza la vida y obra de Juan de Álava, un arquitecto del Renacimiento. Lo que nos interesa de esta obra es ver un ejemplo de cómo se formaba un arquitecto en este período, qué fuentes consultaba y cómo era su relación con otros artistas.

MARÍAS, F.: El largo siglo XVI: los usos artísticos del Renacimiento español. Madrid. Taurus, 1989.

Este estudio del siglo XVI analiza todos y cada uno de los distintos cambios a los que se tuvo que enfrentar el arte español, arraigado a las fórmulas góticas. Para nuestro estudio es interesante el capítulo dedicado al arquitecto.

ARENAS CABELLO, F. J.: “La construcción en los siglos XVI a XVIII: la profesión de Aparejador, sus competencias”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Hª del Arte, t. 16, 2003, pp. 111-127.

La profesión técnica más antigua de España desempeñó un importante papel en la construcción en los siglos XVI-XVIII, en particular, en las trazas y ejecución del Monasterio de El Escorial, y en las grandes obras de reyes y nobles. Sin embargo, la creación de las Reales Academias rompe con los cánones gremiales en que los Aparejadores ocupaban una posición jerárquica superior a la clásica división funcional del trabajo.

Además de esta selección por épocas, hay una obra de carácter genérico que nos servirá para entender la profesión del arquitecto a lo largo de la Historia del Arte. Esta obra es:

KOSTOF, S. (Coord.): El arquitecto: historia de una profesión. Madrid. Cátedra, 1984.

4. EL ARTISTA Y SU ASCENSO SOCIAL.

Para entender en toda su amplitud la posición del artista, puede ser de gran utilidad que recordemos las condiciones sociales en las que vivieron y trabajaron los pintores, escultores y arquitectos de la Antigüedad.

Las noticias que nos han llegado demuestran que hasta avanzado el siglo V, y aún bastante después, el artista era considerado como un hombre vulgar, cuyas obras eran, en efecto, apreciadas, pero que, poco estimado socialmente, se encontraba al nivel de los barberos, cocineros y demás artesanos, bastante por debajo de los filósofos, oradores y escritores de tragedias. Sólo por su actividad manual no parecía estar capacitado para ocupaciones intelectuales.

La obra de arte como tal no se consideraba un producto obra del genio, sino inspirado por los dioses, siendo su realización una acción trivial, equiparable a la de cualquier otro artesano.

Una excepción a lo expuesto anteriormente, la encontramos en los escritos fragmentarios conservados de Demócrito. Este autor sitúa el arte dentro de un contexto histórico y se opone a la idea de la capacidad del artista para esculpir estatuas y construir palacios fuera sólo un don de los dioses y no algo connatural a él mismo[1].

Para Platón, sin embargo, en la jerarquía de los ciudadanos el artista ocupaba lugares secundarios. Le veía como un impostor y un imitador, que copiaba el mundo de las cosas, que, a su vez, para él era sólo una copia del mundo de las Ideas.

[pic 3] Fig. 1. Zeuxis y Parrasios. Pintores del siglo V.

En la época de Aristóteles continúa en la situación del artista y se valora su función social, aunque siguieron siendo hombres vulgares. Se ocuparon del fenómeno del arte y reclaman para ellos una más alta consideración social.

Plutarco formulaba esto de la siguiente manera: “Aunque gozamos de las obras de arte, menospreciamos al artista”[2].

A través de toda la Edad Media se continuó la valoración social del artista ya conocida desde el mundo antiguo. Se le consideraba un artesano y se encontraba casi exclusivamente al servicio de la Iglesia. Pero él mismo no percibía el fenómeno históricamente. No estaba en condiciones de hacerlo, porque le faltaba el fundamento intelectual.

Su camino le venía impuesto por el hecho de tener que trabajar como aprendiz de un maestro y servir con él muchos años, al igual que cualquier otro artesano. Cennino Cennini ha descrito en época tardía este proceso del siguiente modo:

“Primero, el estudio del dibujo sobre la tablilla durará como mínimo un año; luego permanecerás con el maestro en el taller hasta que hayas aprendido todas las especialidades que pertenecen a nuestro arte. Comenzarás con la preparación de los colores, aprenderás a cocer la cola, moler el yeso, imprimar, darle relieve y rasparlo, dorar, granear bien, todo esto a lo largo de seis años. Y luego practicar el coloreado, ornamentar con mordientes, hacer estofados de oro, ejercitarse en la pintura mural: otros seis años”[3].

Se puede imaginar que bajo tales circunstancias no podía esperarse de los artistas ninguna reflexión histórico-artística. Tampoco habrían tenido ninguna razón para interesarse e cuestiones

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